Gerardo Castillo Ceballos, Profesor de la Facultad de Educación y Psicologia de la Universidad de Navarra
La generación "Copo de Nieve"
Para entender la actual adolescencia, con su pluralidad de “generaciones,” es preciso situarla en un nuevo contexto cultural y social: el de la posmodernidad y la globalización.
En la época de la modernidad los adolescentes vivían una fase de transición (paso de la infancia a la adultez) con una duración previsible; en cambio, con la llegada de la posmodernidad, surgen diversidad de casos de adolescencia ampliada o prolongada. Personas de más de 25 años siguen con una mentalidad adolescente.
La posmodernidad supuso una crisis de la razón, que fue sustituida por la pasión y el deseo. Nació así el llamado “nuevo individualismo” que se presentó como un nuevo estilo de vida basado en “la moral de la tolerancia”: cualquier cosa que yo quiera hacer (mentir, por ejemplo) es buena si lo deseo.
La globalización tuvo efectos muy similares a los del posmodernismo. El sociólogo Anthony Gidenns sostiene que “en la era de la globalización la etapa de la adolescencia ha perdido su característica definitoria de la transitoriedad y ha tomado el rumbo de una juventud social prolongada, postergándose su progreso hacia la condición del adulto”.
La adolescencia ampliada de forma voluntaria, por razones de simple comodidad, conlleva la continuidad de la dependencia de la familia y el aplazamiento indefinido de la autonomía responsable propia de la adultez. Además supone la invasión de la siguiente etapa, la juvenil, que deja de ser la edad de los grandes ideales y del proyecto vital, para adoptar un estilo de vida hedonista. Se olvida así un sabio adagio de Charles Claudel: “La juventud no está hecha para el placer, sino para el heroísmo”.
En ese contexto aparece la generación de los Ninis (ni estudian ni trabajan) y la generación X (en España, la generación Kronen) cuyos integrantes viven sólo para divertirse.
Menos conocida es la Generación snowflake, (generación copo de nieve) llamada así porque sus miembros son frágiles como la nieve, además de hipersensibles. El término snowflake proviene de Estados Unidos; se utilizó para designar a los jóvenes de los años 2010 poco resilientes y muy propensos a ofenderse sin motivo. Padecen lo que Lipovetsky denomina una inquietante fragilización y desestabilización emocional; acusan la tensión e inquietud que supone vivir en un mundo que se ha disociado de la tradición y afronta un futuro incierto.
Los adolescentes de esa generación son muy vulnerables emocionalmente, hasta el punto de que se derrumban ante cualquier contrariedad. La psiquiatra Lori Gottlieb afirma que son indecisos y miedosos; en un riguroso estudio comprobó que el problema proviene de padres demasiado pendientes y apegados a sus hijos, que, al protegerlos excesivamente, no les dan la oportunidad de afrontar las dificultades por sí mismos y de desarrollar así la tolerancia a la frustración y la resiliencia. Estos padres hicieron sentirse a sus hijos muy “especiales” y “únicos”, infundiéndoles un sentido exagerado del “yo” que les eximía del esfuerzo.
Barry Schwartz, psicólogo del Swartmore College en EE.UU. afirma que hoy los padres tienen miedo al sufrimiento de los hijos. Para que no sufran les sobreprotegen y miman en exceso. Crean así el “Síndrome del niño consentido”, con un nivel de tolerancia a la frustración muy bajo, debido a no pueden soportar una negación o que se les contradiga.
Los niños consentidos crecen con una falsa autoestima. La falta de “entrenamiento” en afrontar dificultades por sí mismos les hace inseguros y desvalidos. No son capaces de adaptarse positivamente a situaciones adversas: carecen de resiliencia, un término tomado de la resistencia de los materiales que se doblan sin romperse para recuperar la situación o forma original.
La resiliencia puede aprenderse. Para ello es aconsejable cultivar una competencia de la inteligencia emocional llamada “autorregulación de las emociones”. Cuando se produce un comportamiento ajeno que nos molesta, en vez de “explotar” hay que crear un “diálogo interior constructivo” basado en la reflexión. Por ejemplo: “reconozco que soy muy susceptible; esa persona no me quiso molestar. En vez de enfadarme voy a ser especialmente amable con ella”.
Entre los recursos más recomendados por los expertos en resiliencia, están los siguientes:
Valorarse de manera realista y viendo el lado positivo de cada situación. Las personas resilientes son conscientes de que la mayoría de las crisis son pasajeras;
Plantearse metas razonables que no excedan de la propia capacidad;
Ser proactivo. Los problemas no se resuelven solos; las personas resilientes lo saben y por eso afrontan las dificultades, en vez de esconder la cabeza debajo del ala.
Concluyo destacando que la resiliencia no se basa solo en habilidades. Es, además y sobre todo, la entereza más allá de la resistencia; es una cualidad que posibilita afrontar las adversidades con confianza, serenidad, fortaleza y esperanza.