Arturo Ariño Plana, Director Científico del Museo de Ciencias Universidad de Navarra
Día Mundial de Darwin: el genio y la educación
En febrero, el día 12, los científicos de todo el mundo que estudiamos los seres vivos celebramos el cumpleaños de uno de los investigadores más célebres de la historia.
La historia nos cuenta que en febrero de 1809 nació Charles Darwin. A pesar de que han transcurrido 210 años, y160 desde que se publicara “El origen de las especies”, que él mismo tildó de “resumen” (¡de más de 400 páginas!) de su idea fundamental compartida con Alfred Wallace acerca de lo que hace a la vida tan variada, aún hoy no deja de sorprendernos su explicación sobre un hecho tan familiar como la evolución. O lo que es igual, por qué las especies descienden de antepasados comunes. Un hecho cercano, incluso evidente, pero que solo salió a la luz gracias al genio de Darwin.
El genio de Darwin pudo venir de fábrica. Era nieto de Josiah Wedgewood, el cual hizo su fortuna fabricando exquisitas y carísimas porcelanas para la nobleza y copias baratas que vendía como rosquillas, antes de enriquecerse aún más inventando las técnicas del márketing que habrían de dominar el mercado futuro.
Su futuro estaba, por lo tanto, más que resuelto. Además, Darwin se casó con otra nieta del magnate (su propia prima, Emma Wedgewood). Nuestra historia pudo terminar aquí con una tranquila vida tal vez ociosa, bien engranada en la sociedad de la época, y cultivando su fortuna.
La fortuna fue que cultivara, en cambio, su educación. Darwin pasó por la Facultad de Medicina de Edimburgo, donde descubrió su aversión a la cirugía sin anestesia de la época. Recaló luego en Cambridge: la misma Universidad donde, dos siglos después, se demostró científicamente que a pesar de que los genios pueden nacer, sobre todo se hacen. En concreto, a través de buenos estudios (28%), de trabajo (70%), y de un buen mentor.
Un buen mentor es el que tuvo allí Darwin en la figura de su profesor de Botánica John Henslow, con el que paseaba con frecuencia y que le consideraba su alumno más aventajado. Tanto así que le recomendó para que acompañara al capitán Robert Fitz Roy en su expedición a bordo del Beagle, un bergantín que iba a zarpar en 1831 para cartografiar las costas sudamericanas. Darwin, además, podía permitirse costear ese viaje sin depender de ninguna voluble agencia ministerial que cubriera sus gastos, ni para los 100.000 euros (de nuestra época) que invirtió en el equipo científico que quería llevar al viaje.
El viaje en el Beagle–que iba a durar dos años y se alargó a casi cinco- le supuso un ingente trabajo del cual Darwin obtuvo grandes cantidades de muestras (minerales, plantas, animales, y muchísimos datos y observaciones). Formó con ellas una colección que catalogó con cuidado cuando no estaba mareado (o sea, cuando el barco fondeaba y podía bajar a tierra) y que además documentó con gran detalle.
Los detalles con los cuales elaboró un cuidadoso registro de cada espécimen se enraizaban en su paso por el entonces museo universitario de Edimburgo (University Museum, en la actual Talbot Rice Gallery). Entre las colecciones de aquel Museo, Darwin desarrolló al máximo su capacidad para clasificar rocas (pasó de coleccionista a consumado geólogo) y organismos. De hecho, llegó a convertirse en un refinado taxónomo capaz de reconocer todo tipo de plantas y animales en esas colecciones.
Las colecciones del University Museum fueron, pues, fundamentales en la educación de Darwin y contribuyeron a su genialidad. No resulta arriesgado afirmar que, sin ellas y sin el profundo conocimiento taxonómico que le facilitaron, la intuición genial de Darwin –que representa una teoría básica para entender la Biología- no se hubiera materializado. Ni, quizás, nuestro conocimiento de la vida hubiera llegado al mismo punto en el que está hoy.
Hoy día, las colecciones científicas de los museos de ciencias naturales de todo el mundo siguen cumpliendo esa función nuclear. Configuran el depósito de nuestro conocimiento sobre cómo son y cómo cambian los seres vivos. En qué consiste, a fin de cuentas, la biodiversidad. Las colecciones de los Museos de ciencias resultan hoy igual de indispensables para formar a los taxónomos, una especialidad científica ineludible para entender-y entendiendo, conservar- la vida en la Tierra.
La Tierra sigue necesitando de nuevos Darwin: personas geniales que quizá ya hayan nacido y que tendrán la fortuna de contar, para su educación, con los museos de ciencias naturales.