Ramiro Pellitero Iglesias, Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra
El humanismo de la vida: hacia una bioética global
A propósito de la Carta “Humana communitas” del papa Francisco, con motivo del XXV aniversario de la Pontificia Academia para la Vida, 6-I-2019
Esta reflexión tiene dos partes. En primer lugar, presentamos el valor de la vida, especialmente de la vida humana, en la perspectiva de las Sagradas Escrituras. Desde ahí ofrecemos a continuación algunas orientaciones operativas sobre todo para quienes se dedican a las ciencias de la vida.
I. La vida en la perspectiva de las Sagradas Escrituras
Este primer apartado se puede desarrollar en torno a tres tesis: 1) la vida es algo propiamente divino; 2) La vida es más perfecta cuanto más consciente de sí misma; 3) La Revelación cristiana muestra que la vida divina se da a participar al hombre en Cristo (*)
1. La vida viene de Dios y en su grado máximo es una caracterísca esencial de Dios mismo. En su encíclica Evangelium vitae, Juan Pablo II toma en serio la declaración del Evangelio de san Juan de que la vida es algo divino. Y ello, en sentido fuerte, como un atributo o característica del ser divino: “En Él [el Verbo=el Hijo de Dios] estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron” (Jn 1, 4-5).
En ese texto se atribuye a Dios el ser vida. Para la Biblia, la vida no solo pertenece a Dios como su autor y Señor, sino que en último término la vida es propiamente algo divino.
De ahí que cuando los cristianos hablamos de “vida divina o sobrenatural” –y de que la vida cristiana es participación de esa Vida que hay que escribir con mayúscula–, no lo hacemos en sentido meramente metafórico.
Dicho brevemente: para san Juan, la vida es, sobre todo y sencillamente, algo divino, transcendente. Y, por tanto, ni se realiza ni se entiende plenamente sin Dios. En todo caso es un don divino. En esta perspectiva, quien vive al margen de Dios, propiamente no vive una vida verdadera.
2. La vida es más perfecta cuanto más consciente de sí misma. Si para san Juan la vida divina es la referencia primera en una línea descendente de analogados (se llama analogado principal en una comparación al elemento del que todos dependen o al que todos se refieren), de aquí puede deducirse que, entre los seres vivos, la vida vegetal es el “eco más débil”, y, por tanto, el menos accesible para nosotros, porque no tenemos la experiencia de esa vida como tenemos de la nuestra, de la vida humana, que en sí es mucho más compleja que la vida animal y mucho más que la vegetal.
“El Espíritu, la conciencia –deduce Spaemann–, no son opuestos a la vida, (...) sino que son más bien la más alta expresión de la vida. La vida en su pleno sentido es vida consciente”. De ahí que, según Tomás de Aquino “el que no entiende, no vive perfectamente, sino que tiene una vida a medias”.
Así es, si bien esto no debe llevar a la conclusión de que una persona inconsciente (dormida o en coma) o poco consciente –por los motivos que sean– de las grandes cuestiones, tenga una vida humana menos digna o valiosa. La dignidad fundamental de la persona y el valor de la vida humana no dependen de las circunstancias o de su aceptación o no por parte de otros.
Se comprende así que el Evangelio de san Juan afirme: la luz es la vida del hombre; y solo Dios es luz, solo Él es la vida completamente transparente para sí misma. Y la vida humana es digna y valiosa en sí misma porque procede de Dios como imagen y semejanza suya.
En suma, Dios es la verdadera vida del hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios. Cuanto más se da cuenta el hombre de cómo es esa Vida y más participa de ella conscientemente, más y mejor vive.
3. La revelación cristiana manifiesta que la Vida divina se da a participar al hombre en Cristo. Cristo es la revelación plena de la imagen de Dios que lleva en sí cada persona humana. En Cristo se revela el amor de Dios por los seres humanos, que le llevó a establecer un plan de salvación. Este plan incluía la muerte de Jesús en la Cruz, con el fin de librarnos del pecado y de sus consecuencias para cada uno, para los demás y para el mundo creado (cf. Rm 8, 22).
II. Algunas conclusiones y orientaciones operativas
En suma, el valor de la vida humana –no solo frente al aborto y la eutanasia, sino también frente a la indiferencia ante el dolor y las necesidades de cualquier ser humano– y su relación con Dios pueden mostrarse simplemente por la razón.
Ahora bien, la Revelación cristiana ilumina poderosamente el valor de la vida humana, en dependencia de Dios, y también el valor de los seres vivos, que en su belleza reflejan a su modo la belleza de Dios, que se identifica con su amor.
De aquí pueden extraerse algunas conclusiones y orientaciones operativas (**): 1) el hombre que vive plenamente es aquél que conoce y ama a Dios; 2) la fe bíblica asegura la dignidad de la persona humana y el valor de la vida humana; 3) los cristianos están comprometidos en promocionar una “cultura de la vida”.
1. Según la fe cristiana, el hombre que propiamente “vive” es el que está unido a Dios, el que vive conforme a Dios, el que participa más perfectamente del conocimiento y del amor que Dios mismo tiene. Y de esa forma, a través de esa vida humana, Dios es más conocido y amado. La grandeza de la vida humana auténtica conduce a ensalzar y alabar a su Creador. Esta es la propuesta de la fe cristiana y a esto se le llama “la gloria de Dios”.
Así se entiende bien la expresión de san Ireneo († 202): “gloria Dei vivens homo”, que podría traducirse libremente como "la vida del hombre es la gloria de Dios", o también "el hombre vivo es la expresión de la gloria de Dios".
2. La fe bíblica asegura la dignidad de la persona humana y el valor de la vida humana, en cuanto que revela que ha sido creada de modo irrepetible por Dios, dotada de inteligencia y voluntad a imagen de su Creador, y redimida por Jesucristo.
Por eso aspiramos a una vida plena e infinita que solamente puede encontrarse más allá de la existencia terrena y que, según el cristianismo, puede incoarse ya ahora en la medida en que se vive del amor a Dios y a los demás.
La dignidad personal se fundamenta en último término en Dios. Y, según la experiencia, solamente se asegura su respeto cuando Dios está “presente” en la sociedad y no se le expulsa de ella.
3. Por todo ello, se ha de relanzar vigorosamente el “humanismo de la vida” que surge de la pasión de Dios por la criatura humana. Los cristianos están comprometidos en promover una cultura de la vida; es decir, están –deben estar– dispuestos a “comprender, promover y defender la vida de todo ser humano” (Francisco, Carta de 6-I-2019), en cualquiera de sus fases o etapas, en cualquier circunstancia y más allá de los criterios de mera conveniencia económica y política.
Como el trabajo humano es continuación de la obra creadora, también la ciencia y la técnica han de ponerse al servicio de la persona y de sus derechos fundamentales, contribuyendo al bien integral del hombre y a la realización del proyecto humano de salvación (cf. Gaudium et spes, 35).
En el contexto actual (inclinado a la degradación de lo humano, motivada por la obsesión acerca del propio bienestar individual, obsesión que lleva a importantes crisis ecológica), se hace necesaria una nueva perspectiva ética universal y un nuevo humanismo, basado en la fraternidad y solidaridad universal.
a) Según Juan Pablo II esto se debe manifestar, en palabras de Francisco, en “los gestos de acogida y defensa de la vida humana, la difusión de una sensibilidad contraria a la guerra y a la pena de muerte, así como un interés creciente por la calidad de la vida y la ecología”. El santo papa polaco indicaba también como signo de esperanza la difusión de la bioética entendida como “la reflexión y el diálogo –entre creyentes y no creyentes, así como entre creyentes de diversas religiones– sobre problemas éticos, incluso fundamentales, que afectan a la vida del hombre” (Evangelium vitae, 27).
En esta línea se sitúa la defensa de cada vida humana desde su concepción en el seno materno hasta su muerte natural. La vida humana está vinculada a la dignidad humana fundamental que no se pierde con la pérdida de la salud, del papel social o el control del propio cuerpo.
b) Junto a esto señala Francisco: “La perspectiva de la bioética global, con su amplia visión y su atención a las repercusiones del medio ambiente en la vida y la salud, constituye una notable oportunidad para profundizar la nueva alianza del Evangelio y de la creación” (Carta de 6-I-2019).
c) Propone el papa que esto se lleve a cabo hoy, especialmente por parte de los que se dedican a las ciencias de la vida, teniendo en cuenta el ambiente actual con sus dimensiones intercultural e interreligiosa; asegurando las necesidades fundamentales de las personas (la comida, el agua potable, la instrucción básica o los cuidados sanitarios elementales); utilizando sabiamente las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, las biotecnologías, las nanotecnologías y la robótica (por ejemplo en las intervenciones sobre el cuerpo humano que pueden quedar expuestas a las simples exigencias del mercado) (cf. Carta de 15-I-2019)
d) Finalmente, esto precisa por parte de todos un constante discernimiento y por tanto una adecuada formación de la conciencia en el marco de la fraternidad universal y de la apertura a Dios, como horizonte de sentido de la vida humana: “La fuerza de la fraternidad, que la adoración a Dios en espíritu y verdad genera entre los humanos, es la nueva frontera del cristianismo” (Ibid).
Para los cristianos, este discernimiento y esta formación han de situarse además “dentro y a la luz de la relación con Cristo, asumiendo su intencionalidad y sus criterios de elección en la acción (cfr. Flp 2,5)” (Ibid). En efecto, porque Cristo no contradice la razón ni quita nada de lo auténticamente humano, sino que lo lleva a su plenitud.