18/02/2022
Publicado en
Diario de Navarra
Ricardo Fernández Gracia |
Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
El proceso constructivo con la piedra
Hasta el siglo XX se han venido utilizando métodos tradicionales y seculares para la extracción de la piedra en sus canteras, mediante la introducción de cuñas hinchadas con agua y varas metálicas. Las piezas terminaban en los sillares que conformaban los muros lisos de las construcciones, bien visibles en los exteriores de los edificios. Por lo general, a pie de cantera se realizaba un primer desbaste, con el fin de transportar sillares regulares y no perder las energías ni el tiempo con materiales desechables. Los canteros, ayudados de la escoda o trillante finalizaban la talla de los sillares, terminándolos con gran regularidad. La mencionada herramienta era de mango y tenía forma de hacha de doble filo aplanado. Su huella todavía es perceptible en numerosos sillares de otros tantos edificios, en los que se pueden seguir los surcos paralelos en la misma dirección.
A pie de obra se daban cita obreros y artesanos de diversas especialidades, junto a leñadores, forjas y hornos de cal. Los carpinteros resultaban indispensables porque eran los encargados de armar andamios, escaleras y poleas. Los herreros reparaban todo el utillaje realizado con el hierro, grapas cuñas y herraduras de los animales. Los cordeleros se hacían cargo de las sogas necesarias para subir todo tipo de materiales.
Un cantero en una ménsula románica de Tudela
En los canecillos de comienzos del siglo XIII de la parroquia de la Magdalena de Tudela, junto a otras representaciones de otros oficios, como un podador, un músico y una costurera, encontramos a un cantero. Acompaña a todas esas representaciones la imagen del mismísimo diablo, dando a entender que el trabajo derivaba del triunfo de Satanás y era efecto del pecado original, obedeciendo a una interpretación negativa de los oficios representados, como señaló Esperanza Aragonés en su estudio sobre la imagen del mal en el Románico navarro.
El canecillo en el que figura el cantero nos lo presenta con sus útiles tradicionales para la labra: la maceta y el puntero. La primera, utilizada por canteros, carpinteros y entalladores, es un martillo plano por ambos lados con un mango corto que se utiliza para golpear sobre el cincel y el puntero sirve para desbastar con rapidez, solían tener distinto tamaño y podían ser prismáticos o redondos.
En relación con los operarios del periodo medieval, hemos de recordar que, a diferencia de lo que ocurrió siglos más tarde, el trabajo del cantero y el del escultor que se hacía cargo de la decoración monumental de portadas, canes, capiteles y tímpanos, no quedaba tan claro. Al respecto, sabemos que era el grado de preparación lo que definía a un operario. El proceso de aprendizaje, especialización y maestría estaba detrás de las categorías de lo que hoy denominaríamos como escultor o arquitecto. Al frente de la fábrica había un maestro como responsable de la planificación y reparto del trabajo tanto arquitectónico como escultórico.
La construcción de la torre de Babel en el claustro gótico pamplonés
En uno de los capiteles del claustro gótico de la catedral de Pamplona se recrea la construcción de la torre de Babel, tema que, por cierto, también aparece en una miniatura del Libro de Horas de Juana I de Castilla, obra del miniaturista flamenco Gerard Horenbout y Sanders Bening.
El capitel al que hemos aludido se ubica en la panda septentrional del claustro de la catedral de Pamplona. Corresponde a la fase primera, cuando se levantaron el ala este y parte de la norte, entre 1280 y 1318, con dominio de los capiteles historiados. Desde el punto de vista iconográfico, finaliza el ciclo del Génesis con el relato esculpido de lo que el libro narra sobre la torre de Babel (Gen. 11, 4). Su principal interés radica en la reproducción realista y detallada de la actividad de un taller de cantería de la época, como el que por aquellos años se hizo cargo del claustro pamplonés.
En el centro encontramos la construcción en forma de torre poligonal, encima de la cual están un par de operarios que recogen los sillares perfectamente trabajados y con sus paletas los colocan riguros amente en el edificio. Las piezas las traen, con gran esfuerzo físico, otros hombres que los transportan y suben a la torre, que ya tiene cierta altura, a través de unas rampas de madera. Por el lado izquierdo del espectador también llega una mujer con tocas, por cierto, con los pechos descubiertos, portando una artesa o gamella con el yeso o mortero sobre su cabeza. Le sigue otro hombre con un sillar al hombro, expresando el esfuerzo de un modo magistral y otros transportando las piezas pétreas y trabajando los sillares con su utillaje. Por el lado derecho se repite el esquema de la mujer con la carga en la cabeza, el hombre agachado cargando el sillar y otro trabajando. En este caso la narración finaliza con un hombre sentado al que se acercan un par de sirvientes, uno con una jarra y una copa. El sedente viste con más elegancia que el resto, con una túnica talar y se trata, con toda seguridad, del maestro responsable de la fábrica porque junto a la mesa tiene una gran escuadra, algo que le identifica con la responsabilidad del que mide, traza y dibuja.
Las evocaciones a los talleres de carpintería son más abundantes. En uno de los capiteles del claustro de la catedral de Pamplona, se representó la construcción del arca de Noé (Gen. 6, 22), en la crujía oriental, perteneciente a la primera fase constructiva, que coincide con la actividad del maestro Miguel, citado en un documento de 1286. La profesora Fernández-Ladreda ha señalado su carácter naturalista y minucioso, con diverso utillaje que copia modelos reales y que, a la postre, es una muestra de la familiaridad de los artífices con los mismos y a la vez una reproducción de un taller de carpintería de la época. Las pinturas seiscentistas del Taller de Nazaret de Leire o la catedral de Pamplona recrean pormenorizadamente el utillaje.
Ororbia en los albores del Renacimiento navarro
Como es sabido, el arte se hizo durante el Renacimiento más erudito, conjugando con gran fuerza óptica, geometría, anatomía, fisiognomía, expresión de las pasiones, historia natural, arquitectura, anticuariado y mitología.
Desde los últimos momentos de la Edad Media, el acceso a la arquitectura estaba marcado por dos condiciones: el virtuosismo técnico y el preciosismo decorativo, como elementos fundamentales a la hora de realizar diseños o trazas. A partir del siglo XVI encontraremos tres grandes vías para aquel acceso, como ha estudiado el profesor Fernando Marías. En primer lugar, al modo tradicional, dentro de un gremio y la obtención del título de maestro. Para esto último, eran los mejores los que eran capaces de dejar de mancharse las manos con la cal o el serrín y se las manchaban con tinta, a partir de la experiencia y el conocimiento de los tratados, aprendían el manejo y todo lo relacionado con los órdenes arquitectónicos. En segundo lugar, hubo otros que llegaron a la arquitectura a través del dibujo figurativo y, por tanto, se trataba de un camino inverso al de los practicantes, empezando por el dibujo, siguiendo con el estudio y finalizando con la práctica. Por último, una minoría de humanistas como Juan de Herrera, el arquitecto de El Escorial que, siguiendo la línea de Vitrubio y Alberti, abandonaron la práctica material, manchándose sus manos únicamente con la tinta.
Los escasos ejemplos que tenemos de maestros en el siglo XVI en España hacen especial hincapié en colocar el compás y la escuadra, para distinguirlos de oficiales, canteros y albañiles, siguiendo el esquema de las artes liberales.
Cuenta el patrimonio navarro con la representación de la fábrica de un edificio en una de las tablas del retablo mayor de Ororbia, una de las primeras obras en donde el nuevo estilo Renacentista se abre camino en el panorama del Quinientos. En el mencionado retablo, obra datable entre 1522-1524, encontramos historias pintadas de san Julián el Hospitalario, cuyas fuentes textuales remiten a la Leyenda Dorada. La tabla a la que hemos hecho mención, nos proporciona una crónica de cómo se construía en aquellas décadas, con gran protagonismo de la madera con uso de cimbrias, el andamio y grúas elementales. En primer plano, el mecenas san Julián conversa con el maestro responsable de la fábrica, que sujeta un pequeño y delicado compás con su mano derecha, mientras un oficial corta un sillar, con la escuadra, el compás y una escobilla al lado. Bajo las maderas que sujetan el sillar encontramos el detalle de la comida guardada a la sombra en un canastillo cubierto por un paño blanco y una calabaza destinada a la bebida.
La zona superior muestra a la cuadrilla de canteros y constituye un excelente ejemplo de los métodos empleados por canteros y albañiles en la fábrica de edificios de todo tipo. Un total de nueve operarios trabajan en la parte alta de la construcción colocando sillares con paletas, macetas y sus propias manos. Uno maneja la sencilla polea para subir material que otro ha depositado en la parte inferior de la fábrica. Incluso, otro, en gesto de cotidianeidad bebe de una gran cantimplora, significando el cansancio y agotamiento por el trabajo a pleno sol. Todos ellos visten sencillamente y sus cabezas se cubren con sombreros y sencillos tocados para protegerse de golpes inoportunos. El andamiaje de madera con troncos sin desbastar, así como las cimbras de un gran vano, nos dan cuenta de unos usos tradicionales que, por otra parte, han estado vigentes hasta hace un siglo en todo tipo de construcciones.