18/02/2024
Publicado en
Diario de Sevilla
Enrique García-Máiquez |
En una extraordinaria conferencia que el obispo Erik Varden ha dado en la Universidad de Navarra, observó: “Los autopercibidos católicos modernos de hoy suelen ser octogenarios y nonagenarios. Para los jóvenes, la palabra ‘moderno’ huele a naftalina”. No exhalaba un desahogo, sino que ejemplificaba el cambio de paradigma de nuestro tiempo. Una sana tensión generacional ha existido quizá siempre, pero lo insólito es que los jóvenes de hoy anhelan el viejo orden, mientras que los vetustos se aferran al erre que erre de sus guitarras.
La conferencia, por supuesto, es muchísimo más honda y pueden verla ustedes en Youtube. Aquí nos quedamos con el cambio de paradigma. Visto en la Teología, también se observa en todos los otros campos, más horizontales. En política lo explica el profesor Domingo González. Si desde la Revolución Francesa, Europa se regía por el sinestrismo, esto es, por ganar terreno ideológico en la izquierda, con el surgimiento de nuevos movimientos más de izquierdas aún que empujaban a los viejos partidos de izquierda a colonizar la estepa claudicante de la derecha. Eso ha cambiado y ahora se observa en toda Europa (¿salvo en España?) una tendencia dextrógira.
Lo mismo con el humor. El carnaval, si no quiere convertirse en unas posmodernas Fiestas de Primavera, tendría que tomar nota del vuelco. El Ayuntamiento de Torrevieja, para defender lo de los menores transexualizados de su cabalgata, ha dicho que es “crítica, sátira, provocación, diversión”. Ni de coña.
Es todo lo contrario: la transexualidad es parte del cuerpo de la doctrina estatal y está consagrada en la ley. ¿Cómo va a ser sátira? Hay más carnaval en el niño que le grita “Viva Franco” a Évole que en quinientas cabalgatas estilo día del Orgullo. Si es orgullo, no puede ser transgresión, ni viceversa.
José María Pemán, cuando subían a su casa las chirigotas de la época, les pedía que le cantasen las coplas secretas, no las de las Fiestas de Primavera, tan oficiales de ideología dominante y discurso políticamente correcto de entonces (que Pemán había contribuido a forjar). El escritor sabía de sobra que la gracia nada siempre a contracorriente.
“Humor se escribe con hacha”, decía Manuel Crespo. No soy nadie para aconsejar a nadie. Bastante tengo con que mis lectores sonrían a veces un poco. Pero aquí lo dejo, por si alguien no se había dado cuenta de lo que hoy es provocativo, rebelde y peligroso.