Gerardo Castillo Ceballos, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
¿Existe una fórmula pegagógica para prevenir el fracaso escolar?
España es el segundo país de la Unión Europea en fracaso escolar, con una tasa del 19% de jóvenes que han abandonado prematuramente el sistema educativo, habiendo completado, como mucho, el primer ciclo de enseñanza secundaria. Son datos de los últimos informes PISA.
La expresión «fracaso escolar» ha sido cuestionada, por considerar que quienes no consiguen un título se están convirtiendo en personas fracasadas.
Por fracaso escolar, las leyes de educación españolas se han venido refiriendo a la situación de aquellos estudiantes que no alcanzan los objetivos fijados por el sistema educativo. Considero un error que no se valore el aprendizaje de quienes obtienen un rendimiento satisfactorio (propio de los estudiantes que con esfuerzo rinden conforme a su capacidad, aunque de momento no alcancen los objetivos previstos). Tampoco suele tenerse en cuenta que cuando un alumno fracasa nunca lo hace sólo.
El fracaso escolar no se refiere únicamente a factores personales del estudiante, sino también a la falta de adaptación del sistema, de la escuela, de los profesores y de las familias a la situación de cada estudiante.
El caso de los sabios y genios que según sus profesores fueron “malos estudiantes”-motivo por el que se les invitó a abandonar la escuela- no es infrecuente. Estos estudiantes fueron marcados con el estigma del ”fracaso escolar”: quien lo padece es discriminado. Fue el caso de Edison, Hitchcok y Jobs. Más tarde se sabría que los supuestos “malos estudiantes” se aburrían ante una enseñanza limitada a la transmisión de conocimientos enlatados. Su sano inconformismo y amplia curiosidad intelectual no eran atendidos en las clases, lo que les movía a buscar respuestas fuera de los muros de la escuela.
Junto a las limitaciones personales de un estudiante existe un factor clave del fracaso: “la deficiente estructura escolar, en la que los métodos y contenidos no están pensados de forma que aumente las expectativas de la mayor parte de los alumnos, siendo los que menos se adaptan al sistema educativo quienes tienen más posibilidades de fracasar. Según la proximidad o lejanía de un sujeto y de su grupo social con respecto de las ideologías dominantes que la escuela refleja, ésta favorecerá o no a un determinado alumno”. (Isabel Cuadrado, 2015).
La responsabilidad del fracaso no debe atribuirse exclusivamente al alumno; tanto la comunidad educativa como el entorno familiar tienen mucha influencia.
El fracaso escolar se puede evitar, en muchos casos, con una enseñanza preventiva. Prevenir es tomar precauciones o medidas por adelantado para evitar un daño o peligro. La fórmula pedagógica que aconsejo se basa en aprovechar cada evaluación del alumno para algo más útil y educativo que calificar: reorientar periódicamente su forma de aprender. Los profesores deben recurrir más a la evaluación formativa que a la sumativa.
Esta última se limita medir lo aprendido e informar al final de una etapa de enseñanza; por ello, no permite una posterior orientación. Evaluar no es medir, sino comparar. La evaluación formativa se realiza a lo largo del proceso de aprendizaje para poder conocer a tiempo cómo aprende el alumno, al objeto de que pueda rectificar y mejorar. El profesor fomenta así en sus alumnos un feedback formativo, comparando lo proyectado con lo aprendido. Como consecuencia, el alumno aprende a autorregular su aprendizaje, lo que, a su vez, será fuente de motivación permanente.
Con ese método los alumnos dejan de justificar sus malos resultados atribuyéndolos a la mala suerte: “el profesor puede enseñar a sus alumnos a asumir responsabilidad por sus éxitos y fracasos, atribuyendo estos últimos a la falta de esfuerzo, al empleo de estrategias ineficaces o a otros factores controlables (…) La detección temprana de dificultades en el aprendizaje y su corrección puede evitar muchos problemas de aprendizaje y motivación posteriores, concretamente el desarrollo de muchos autoconceptos académicos negativos, que, sin lugar a dudas, van a condicionar el aprendizaje posterior”. (M.C. González y J. Touron, “Autoconcepto y rendimiento escolar”).
Es muy conveniente que los profesores compartan con los padres el proceso de aprendizaje detectado en la evaluación formativa. Así se evitará que estos últimos se polaricen en la evaluación sumativa y en las calificaciones, sin valorar las dificultades que los hijos encuentran. Un caso típico es el de los alumnos disléxicos, con sus dificultades en el aprendizaje de la lectura y la escritura. Cuando los padres desconocen que su hijo padece ese trastorno de aprendizaje, pueden achacar su lento progreso simplemente a la falta de esfuerzo.
Algunos padres hablan con los profesores únicamente cuando un hijo suspende y no para ampliar su información y ofrecer ayuda, sino para pedir responsabilidades. Esto no contribuye a prevenir el fracaso escolar, sino a favorecerlo.