Juan Miguel Otxotorena Elízegui,, Profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra
Arquitectura para la educación
Un abuelo se dirige a unos niños sentados a su alrededor, en un corro sobre el suelo; y les cuenta historias fascinantes sobre el universo y la existencia. Lo miran fijamente, sin pestañear: le escuchan con la boca abierta. Se beben sus palabras; y, de tanto en tanto, se oye el vuelo de una mosca: he ahí la escuela. El abuelo representa la sabiduría y la experiencia; los niños la apertura a lo nuevo, la ansiedad por saber y la personalidad en construcción. Y todas las escuelas del mundo serían recreaciones más o menos pálidas de esta situación esencial. La arquitectura se ve a sí misma ante el deber de acoger esa escena; y la buena arquitectura escolar sería aquella capaz de perfilarse a la altura de las aspiraciones y los anhelos que aglutina: de ofrecerse a su servicio.
Desde luego, esa existencia de que el anciano habla a los niños es mucho más cruda e impía de lo que parece. El margen que deja a esos anhelos suele ser más bien estrecho, y apenas caben las ilusiones. Un frío pragmatismo pugna por hacerse con el control de nuestros hábitos, individuales y colectivos. Se trata de un utilitarismo helador e implacable; y hemos de estar prevenidos porque, de lo contrario, nos conquista sin que nos demos cuenta.
La observación puede aplicarse a los diversos aspectos de nuestra vida, y acaso tenga particulares visos de actualidad. Se diría que no hacemos sino degustar los frutos amargos de un racionalismo de vía estrecha, asociado a la lógica del dinero: un racionalismo pretencioso y seguro de sí, pero incapaz de hacerse cargo de nuestras necesidades por aplicarles una interpretación reduccionista y contable.
La reflexión debiera llevarnos a reconocer, por contraste, el compromiso vocacional de muchos colegas arquitectos que, cuando tienen la oportunidad, diseñan edificios cargados de ambición, a pesar de la dureza y hostilidad de las circunstancias. Y ha de animarnos a esperar mucho más de los resultados de su labor.
Estamos ante un arte posibilista y enormemente condicionado. Si hay logros habitativos en los espacios que usamos es, quizá, gracias al empecinamiento de unos profesionales siempre motivados, a pesar de las dificultades. El nuestro es un oficio bastante utópico; la mayoría de los arquitectos trabajan con una afición desinteresada, movidos por la pasión de crear y aportar; y hay que superar algunas dicotomías demasiado rígidas. Frente a lo que a veces piensa la gente, la arquitectura busca mucho menos el protagonismo que la eficiencia; eso sí, a un nivel que a veces le lleva a asumir inevitables dosis de protagonismo. Y demanda nuestra comprensión, en la misma medida en que espera nuestra exigencia.
La arquitectura para la educación ha de sentir de manera especial este reto. No en vano se asocia a la formación del criterio y la personalidad. Educa nuestra sensibilidad: nos pule el gusto; y en consecuencia, tiene una doble responsabilidad.
ICOMOS, Consejo Internacional de Monumentos y Sitios, es una ONG global asociada a la UNESCO que promueve la preservación del patrimonio edificado. En este año 2013, con motivo del Día Mundial de los Monumentos y Sitios que celebra el 18 de abril, quiere reflexionar acerca del patrimonio educativo en los diversos contextos geoculturales. La educación ha sido practicada, desde siempre, en una amplia variedad de lugares: desde los espacios abiertos, la sombra protectora de un árbol o el ágora, hasta los edificios institucionales destinados a este fin: escuelas, universidades, madrasas, academias, bibliotecas, monasterios... Muchos de ellos son también reconocidos por su valor histórico o artístico, y representan una parte importante de nuestra herencia cultural. Su protección y conservación viene a ser, al mismo tiempo, celebrar la educación como derecho y tarea.
El admirado Louis Kahn define la escuela en términos semejantes a los aludidos: "La escuela comenzó con un hombre bajo un árbol; un hombre que no sabía que era un maestro y se puso a discutir de lo que había comprendido con otros que no sabían que eran estudiantes. Éstos se pusieron a reflexionar sobre lo que había pasado entre ellos y sobre el efecto benéfico de ese hombre. Desearon que sus hijos también lo escucharan, y así se erigieron espacios y surgió la primera escuela". La escuela, concluye, "es un lugar donde es bello aprender".
Seguramente será bello aprender en un espacio diseñado al efecto y realmente atractivo: funcional en tanto también elegante y hermoso. Este es el desafío que tiene ante sí nuestra arquitectura: sepamos apreciarlo y demandarlo, con decisión y apertura, con magnanimidad y amplitud de miras: es mucho lo que hay en juego.