18/05/2019
Publicado en
Diario de Navarra
Arturo Ariño |
Director Científico del Museo de Ciencias Universidad de Navarra y colaborador de IPBES
Hoy, 18 de mayo, es el Día Mundial de los Museos. Un día para celebrar la rica diversidad de la que gozan estas instituciones en Navarra. Pero también para explicar a los ciudadanos por qué hay museos como el nuestro, el Museo de Ciencias Universidad de Navarra, dedicado a estudiar y conservar otra diversidad: la natural, rica como pocas.
Pocas veces las noticias sobre la conservación de la diversidad natural llegan a los telediarios. El avance emitido la pasada semana del próximo informe de la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre la Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), por motivos más bien sombríos, lo acaba de conseguir.
Conseguir los detalles del informe completo (1500 páginas) deberá esperar a su publicación en unos meses, pero por primera vez, IPBES ha reunido abundantes evidencias para una advertencia clara: esa rica biodiversidad del planeta que estudiamos está cayendo como nunca.
Nunca en la Historia un millón de especies estuvieron en riesgo de desaparecer antes de la jubilación de nuestros nietos. La cifra se estima a partir de “sólo” unas cien mil del millón y medio de especies conocidas (y otros seis o siete millones que no conocemos). Son las que están estudiadas en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN). De ellas, están comprometidas (algunas, mucho) una cuarta parte.
Partir de 27.000 especies y acabar en un millón es un salto incierto, pero mucho menos que convertir dos mil encuestados en veinte millones de votantes. No podemos pues esperar que ese millón se quede en veinte mil, como no podemos esperar que un sondeo que prevea cien diputados para un partido se encuentre con que, tras las urnas, sólo queden dos.
Quedan dos opciones con esta estimación: o es válida o no. Sólo con más datos sabremos si yerra por exceso… o por defecto. De la mayoría de las especies (más de la mitad, insectos) apenas conocemos dónde se descubrieron y casi nada de su vida. Como científicos nos enfrentamos a un problema insidioso: el llamado “impedimento taxonómico” que , entre otras cosas, refleja la creciente falta de especialistas en laboratorios y museos de Ciencias.
Los Museos de Ciencias son los ldepositarios del conocimiento que hemos acumulado. Sus colecciones son la herramienta necesaria para comparar lo que tenemos y lo que tuvimos, y rezuman datos que nos permiten calcular estas previsiones. Pero si no se corrige el disparatado consumo actual de recursos naturales, podrían acabar siendo tan sólo el triste archivo final de la Naturaleza.
La Naturaleza es un archivo vivo del que están desapareciendo cada día especies antes de que sepamos siquiera que existan. Egoístamente, los beneficios que podría darnos esa biodiversidad (los servicios ecosistémicos) –como, por ejemplo, desactivar toxinas- quedarán ignorados. Cada especie que desaparece es una opción menos para defendernos de una plaga, curar una enfermedad o suministrar suficientes recursos a una población que aún aumenta.
El cambio en la biodiversidad es natural porque evoluciona, y ha ocurrido acompañado de una tasa natural de extinción salpicada por cinco episodios masivos acaecidos a lo largo de 400 millones de años. Sin embargo, ni la velocidad ni la dirección actual del cambio son naturales. Esta vez somos nosotros los que, al cambiar las reglas de juego del planeta sobreexplotando a las otras especies o sus hábitats, estamos haciendo desaparecer las especies que conocemos y las que desconocemos.
Desconocer las especies significa no poder tomar medidas para protegerlas, algo necesario no sólo por los beneficios que nos dan sino por el valor intrínseco que tienen: cada especie es una forma única de vida y no tenemos derecho alguno a destruirla. Protegiéndolas nos protegemos; explotándolas ciegamente nos explotamos hasta la ceguera. Actuar negligentemente con la naturaleza es un riesgo inaceptable y además es moralmente injusto, porque la naturaleza es de nuestros hijos y no nuestra.
Nuestro mantenimiento como especie es posible consumiendo los intereses producidos por el capital natural. Pero las cifras del informe de IPBES son claras: nuestro actual “éxito” (el desarrollo y los bienes de los que disfrutamos) se basan en ir gastando el propio capital, sin inversión alternativa. Es una mala receta y no hace falta ser economista para saberlo.
Sabemos que la naturaleza no hace préstamos sin aval. No se los hizo a los dinosaurios la última vez.