18/08/2022
Publicado en
Expansión
Julia Urabayen |
Coordinadora del Grado en Filosofía, Política y Economía (PPE)
En 1974, cuando Ursula K. Le Guin publicó Los desposeídos, el muro de Berlín era el símbolo de la Guerra Fría que dividía el mundo en dos. Quizás por ello las primeras palabras de su relato sean: “Había un muro. […] una línea, una idea de frontera. Pero la idea era real”. A lo largo de las páginas que narran una historia que acontece entre dos mundos, Anarres y Urras, K. Le Guin reflexiona sobre la naturaleza de la frontera que hace que el rasgo distintivo de los seres humanos sea la extranjería y el aislamiento. De la mano del personaje principal, Shevek, la hija de una escritora y un antropólogo ahonda, sirviéndose de la imaginación, en el significado humano, no meramente físico, de tal muro.
La autora estadounidense ganó varios premios importantes y obtuvo numerosos reconocimientos por su amplia obra clasificable como literatura fantástica. A ese género pertenece el relato que parte de esa contundente afirmación sobre el muro, que, aunque adopta diversos sentidos, se refiere principalmente a las ideologías políticas y sus efectos sobre las personas. Fiel seguidora de la tradición iniciada por Moro, en este libro K. Le Guin hace una crítica social de lo existente valiéndose de la ficción. Dado que la realidad es compleja, la historia (aparentemente sencilla y lineal) demanda ser leída a la luz de los diálogos en los que se muestran los múltiples matices de cada muro-ideología. De esa forma se capta que Los desposeídos no defiende que uno de los mundos sea perfecto y el otro imperfecto. Ambos están llenos de límites, de muros, de fronteras.
Esta novela, que está a caballo entre la utopía, la distopía y la antiutopía, presenta a un viajero que va de un mundo al otro. Anarres es un lugar ideal, que lleva desde su fundación el sello de lo femenino, pues Odo era mujer y consideraba esencial la igualdad entre los géneros, así como el rechazo de la propiedad y de las jerarquías y el fomento de la responsabilidad, la solidaridad y la fraternidad unidas al desarrollo de la libertad individual y colectiva. Sin embargo, los habitantes de ese planeta han construido muros que impiden que los seres humanos sean libres y puedan comunicarse plenamente con sus iguales. Con el fin de romper esas fronteras, el protagonista, un físico que trabaja en una teoría general del tiempo, decide convertirse en el primer descendiente de los colonos que partieron de Urras que viaja a ese planeta.
La convivencia con los habitantes de ese mundo del que partieron sus ancestros pone al protagonista frente a otros muros-ideologías. En los choques contra esos nuevos límites, sus convicciones odonianas (anarquistas comunitaristas) no solo no se resquebrajan, sino que se fortalecen. En un lugar que relega a las mujeres a un segundo plano, que se asienta sobre las desigualdades y se organiza en torno a la posesión y el afán desmedido de consumir, Shevek reafirma la necesidad de compartir y colaborar gratuitamente con los demás seres humanos.
Precisamente esas son las convicciones y las cualidades más destacadas del principal personaje femenino: Takver. Aunque ella es una figura que casi no interviene en la trama, en cierto sentido, es la pieza clave. Tavker es quien ha hecho verdaderamente vida la ética solidaria y fraternal anclada en el respeto a la libertad y el lazo con la comunidad. Esta bióloga comprende la relación íntima de la parte y el todo, la unión no solo biológica, sino social y personal, de los seres humanos con la naturaleza y con las demás personas. Ella ha reflexionado sobre los valores que ha recibido y los ha redefinido integrándolos en un saber-ser que dota de sentido a su existencia y a la de los demás. De ahí que, contra quienes llevan el individualismo hasta sus límites más radicales al negar el derecho a formar una familia, sostenga que “necesito el vínculo. El verdadero. Cuerpo y mente y todos los años de la vida”.
Tavker es la compañera de Shevek y es su igual. Pero es más que eso, es quien primero estuvo más allá del muro porque siempre supo que, pasara lo que pasara, ellos estarían unidos. Ella es quien nutrió/fortaleció/mantuvo el lazo con sus hijas y conservó la unidad familiar. También es quien jamás redujo su dedicación a la comunidad ni renunció a sus responsabilidades sociales. Ella no experimentó como incompatibles sus roles de madre, compañera, trabajadora, miembro de una comunidad. Por eso creó las condiciones para que el presente fuera el vínculo del pasado y el futuro: fundó el hogar. Término que no significa un espacio privado, sino un lugar compartido y humano, un nuevo comienzo, un “Anarres más allá de Anarres”. Tavker, a diferencia de Penélope, no espera tejiendo y destejiendo. En calidad de mujer fuerte y comprometida, crea un mundo solidario.