José Benigno Freire, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
Generación “índice”
Me referiré a un hecho de observación común: una persona coge el móvil con una mano y con el índice de la otra escribe letra a letra, lenta y cautelosamente. Suele ocurrir entre gentes que revolotean los sesenta, y de ahí hacia arriba. Los bauticé como “generación índice”. Están muy lejos del escribir rápido con los pulgares, o sin levantar el dedo del teclado, o navegar con intrepidez por las redes sociales… Aunque pueda aparentar un gesto menudo, representa un detalle significativo; todo un síntoma…
Revela que los “índice” emplean las tecnologías exclusivamente a nivel de usuario; en ocasiones, torpemente. Conocen la manera de hacer, pero ignoran lo qué hacen; por eso a la menor complicación o problema se quedan sin recursos, bloqueados, desconcertados. Atravesamos una situación similar, años atrás, con el cambio de la peseta al euro. Ya nos movemos con soltura en el manejo de las monedas y los billetes; sin embargo, algunas personas, aún hoy, precisan trasvasar el precio a pesetas para hacerse cierta idea del valor de las cosas. ¡Cuentan en euros, pero no piensan en euros, no saben operar con euros!
Algo parecido sucede con el nivel de usuario. Se aprovechan de las incontables ventajas de la tecnología para desempeñarse en el día a día, pero desconocen, o malogran, su utilidad sustancial: la operatividad y flexibilidad que brindan al pensamiento para aventurar una civilización prodigiosa… Intentaré explicarme algo mejor:
Generalmente, las proposiciones originales del pensamiento, para plasmarlas en la práctica, precisan recursos instrumentales aun por descubrir. Así lo argumentaba Einstein. “El mundo que hemos fabricado como resultado del nivel de pensamiento que hemos utilizado hasta ahora crea problemas que no podemos solucionar con el mismo nivel de pensamiento en el que lo creamos”. Y aquí radica la aportación esencial de la tecnología moderna: facilitar herramientas inesperadas y sorprendentes para proyectar un progreso voraz e insaciable… ¡Fascinante! Se necesitan habilidades y modelos innovadores para que el pensamiento despliegue su ilimitado potencial, pues al actuar con los viejos esquemas se frenan o anulan las nuevas soluciones transformadoras ante los retos desconocidos del vertiginoso avance científico y técnico. Una tecnología en ebullición que nos deja abobados…: es tal la aceleración del progreso que (casi) agotan nuestra capacidad de asombro. En Leonardo da Vinci encontramos un ejemplo paradigmático de lo que intento expresar: sus geniales intuiciones, sus bocetos magistrales, no se pudieron ejecutar por falta de recursos técnicos…
Dicho lo cual, los “índice” (¡no todos!) deberían dar un paso al lado para no entorpecer o enlentecer los nichos profesionales con mayor esperanza de innovación. Pero eso no justificaría que las generaciones jóvenes los miraran con un cierto desdén. Al contrario, se merecen un respetuoso agradecimiento: la creatividad y el trabajo de sus padres y abuelos sentó las sólidas bases para el prodigioso mundo que disfrutan… ¡Mucho se le debe!
Refresco algunos datos. La primera computadora programable fue diseñada por Konrad Zuse (1936/1941). Desde 1947 hasta 1951 se conocieron distintas paternidades del transistor, el chip en 1958: indispensables para la reducción de costes y tamaños. El manejo fácil y agradable con interfaz gráfica salió al mercado en 1973 (Xerox) y se popularizó a partir de 1983 (Apple). Internet se inició tímidamente en los cincuenta, sin alcanzar notoriedad hasta los noventa. ¿Y los grandes “gurús” de este tinglado?: Bill Gates, 1955; Paul Allen, 1963; Steve Jobs, 1955; Stephen Wozniak, 1950… ¡No nacieron en el tiempo de los “nativos digitales”! La “generación índice” inició un desarrollo que ni ellos mismos fueron capaces de imaginar…
Y, además, resultó una tarea fatigosa. Levantaron los pilares para asentar una sociedad del bienestar desde los escombros de la Segunda Guerra Mundial: con jornadas laborales interminables, escasamente retribuidas, emigrando, casi sin derechos y vacaciones… y gran capacidad de ahorro al reducir al mínimo los gastos. Bastante penuria, y alto sentido de adaptación a lo real. ¿Cómo soportaron esa dura situación? ¡Con ilusión! La ilusión de reconstruir un país, forjar un patrimonio familiar y, principalmente, el empeño por dejarle a sus hijos un mundo mejor… Soñar algo o a alguien enciende las potencialidades adormecidas en el zona de confort del propio yo.
Aunque ese mismo entusiasmo les llevó a cometer un grueso error pedagógico: priorizar en la educación el que sus hijos disfrutaran del bienestar que a ellos les faltó. Así se centraron demasiado en lo material, y descuidaron trasmitirle aquello que realmente les llenó y colmó la existencia: vivir para y con una ilusión. ¡Aun están a tiempo de subsanar ese error!: entusiasmando a sus hijos y a sus nietos, con ternura y risueña nostalgia, para buscar esos valores que satisfacen más hondamente que las (legítimas) comodidades de la calidad de vida.
En conclusión, para la “generación índice” bueno es apartarse, ¡pero no irse!, según el decir de un conocidísimo gallego…