José Benigno Freire, Facultad de Educación y Psicología. Universidad de Navarra.
Desescalada psicológica
Sirva esta primera línea como homenaje y consideración a las personas que en estos últimos meses, por diversos motivos, han sufrido lo indecible; padeciendo circunstancias lacerantes, dolorosas, trágicas... Sin embargo, orientaré estas reflexiones hacia aquellas personas que únicamente han soportado los inevitables y lógicos problemas y dificultades del confinamiento, sin ningún agravante sobreañadido, es decir, personas cuya tensión emocional no rebasó los amplísimos lindes de la normalidad psíquica.
Estas personas, una vez finalizado el confinamiento, experimentaron una agradable sensación de respiro emocional, de alivio, como si regresaran al anterior escenario psíquico. No pasa de ser una falsa ilusión. En realidad seguimos psicológicamente muy cansados, posiblemente sin percibirlo o ser consciente de ello.
Lo explico con un ejemplo: imaginemos que recibimos un fuerte puñetazo en un ojo, tras aplicarle los remedios oportunos, mejora, y ya no duele, sin embargo, durante un tiempo aún perdurará la hinchazón, el moratón y la vista algo turbia. Pues –metafóricamente– sucede igual en el psiquismo: el confinamiento desencadenó una sacudida inesperada y brusca, profunda e intensa en el núcleo mismo de la personalidad. Tal vez, ahora, no se note la presión interna, pero aún permanece la hinchazón, el moratón y el mirar borroso, continuando con el ejemplo. Hemos de darle tiempo al tiempo pues ese viscoso cansancio psicosomático es efecto de experiencias desabridas.
Durante largas semanas soportamos una aguda y continuada incertidumbre, y la incertidumbre recarga el mundo afectivo. Y, también, miedo o preocupación excesiva: emociones paralizantes, que nos mantienen en un estado permanente de alerta, de ansiedad. Súmese el bombardeo de sobreinformación de acentos calamitosos y catastróficos. Este tipo de información deja un poso de tristeza larvada; la tristeza empaña y aletarga el ánimo y tiñe el pensamiento de negatividad. Por todo ello se tensa la intimidad y aflora la pesadumbre y el desasosiego. Los pensamientos se arremolinan en torno a la pandemia, y con su enfoque de tonos negros no encuentran aspectos o salidas positivas a la situación. En conclusión, con mayor o menor consciencia, atravesamos, y atravesaremos, una temporada de cansancio interior, psicosomático.
El cansancio psicosomático se despeja poco a poco. Tendemos a imaginar que la intimidad es como de plastilina: se deja moldear a nuestro antojo, a nuestro albur. Y no es así. La dinámica de la personalidad se rige por unas leyes precisas, prestablecidas: el desagüe de las tensiones internas, no es abrupto, precisa una desescalada gradual y progresiva. Por ello, para disipar el cansancio emocional, el leguaje eficaz es serenidad.
Muy contrariamente, en ocasiones, inconscientemente, se pretende liberar la opresión interior de golpe y porrazo, a la manera de los toros cuando salen del toril, o con un afán de resarcirse. Un comportamiento así, atolondrado, podría provocar heridas o secuelas que lesionen o cronifiquen en la personalidad. Es un fenómeno similar a si alguien permanece encerrado en una cueva oscura; para salir precisa protección en los ojos, so riesgo de dañarlos. O la descomprensión del buceo: para ascender a superficie los buzos atenúan progresivamente la velocidad adecuándola a la disminución de la presión del agua. En definitiva, los próximos meses reclaman una cadencia templada.
Es conveniente disfrutar, sin exageraciones, de las menudas rutinas ordinarias que nos devuelven a la añorada normalidad. Sin tomar decisiones impetuosas; conviene más aplazarlas o adoptarlas con carácter provisional. Quizá nos sintamos inclinados a entresacar lecciones de la crisis para mejor vivir: ¡buen empeño, y propósito! Pero, tal vez, convenga esperar… La explicación es clara: nuestras conductas se gestan en la confluencia de un componente emocional y otro racional. Lo racional marca dirección y sentido, finalidad; y lo emocional es irreflexivo, impulsivo, momentáneo. Si predomina el factor emocional nos dejaremos arrastrar por deseos espontáneos, tornadizos: fuente casi segura de error…
El ambiente ideal para completar esta desescalada es perseguir espacios abiertos (físicos y mentales), amplitud y profundidad, horizontes despejados, soñar el futuro con amaneceres… Procurar paz: engatusarse con un libro; una música melodiosa; dejarse seducir por cualquier manifestación de belleza; sobremesas prolongadas y distendidas; paseos largos y tranquilos, esos que apaciguan los ánimos turbulentos… y todo lo que a uno le apetezca en esta dirección. Y añadamos un par de eficacísimos canales de drenaje emocional: ¡ternura y amistad!
Y paciencia, mucha paciencia. No regresaremos a la intimidad afectiva anterior al confinamiento hasta que los recuerdos de estos tiempos parezcan vestigios de un mal sueño, de un mal sueño de una lejana noche en duermevela. El realismo apunta que va para largo sentir esa sensación, pero ese mismo realismo casi garantiza que esta encrucijada tiene salida.