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Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Patrimonio e identidad (18). Libros excelentes con destinos singulares

vie, 18 oct 2019 10:59:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

Los libros y las bibliotecas conforman una parte esencial de la entraña de Occidente. Su conocimiento es fundamental a la hora de estudiar las mentalidades y la transmisión de saberes. Francis Bacon, hace tres siglos, recordaba que “las personas vanas e indolentes afectan despreciar las letras, los hombres sencillos las admiran sin tocarlas y los sabios las usan y las honran”. Cervantes dejó escrito en El Quijote: “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”; Santa Teresa argumentaba su querencia por los libros así: “Lee y conducirás, no leas y serás conducido” y el obispo-virrey don Juan de Palafox, repetía: “Son buenos amigos los libros, entretienen y aprovechan, divierten y desenfadan. Si cansan, pueden dejarse. Si descansan, proseguirse. Siempre enseñan y, mudamente, sin injuria, reprehenden”.

El conocimiento de todo lo relacionado con el libro, en Navarra, tiene en las obras del jesuita Antonio Pérez Goyena (1863-1962) un arraigado cimiento, al que hay que añadir los sólidos y mimados estudios de Javier Itúrbide. Algunas bibliotecas de personajes navarros van siendo objeto de estudio, en tanto que las de los monasterios cistercienses han merecido una concienzuda y modélica monografía de la profesora Isabel Ostolaza. La presencia en la Biblioteca de Navarra de obras de aquellas librerías, como algunos ejemplares procedentes de Fitero, estudiados por Roberto San Martín, constituye una muestra del interés que poseen esos tesoros bibliográficos.

Actualmente, en un contexto con competidores muy potentes -videojuegos y redes sociales-, el libro, como objeto de conocimiento y fundamental en la formación personal y social, parece perder su lugar, ante la búsqueda del entretenimiento sencillo y divertido, que gana terreno. Por ello, hay que reivindicar los libros en sus diferentes formatos, ya que cuanto encierran no puede desaparecer, sustituyendo la cultura animi, en expresión ciceroniana, por otra mucho más pobre, que únicamente persigue el entretenimiento.
 

Notas manuscritas de poseedores, adquisiciones y regalos

La consulta de libros de distintas bibliotecas y de inventarios manuscritos, así como la base de datos del Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico de Navarra, brindan las fuentes de información para hacer la pequeña historia de algún ejemplar, convertido en unicum, por haber contribuido a la experiencia vital y a la formación personal de algunos hombres y mujeres concretos.

En muchos casos, se anota la cantidad que costó el volumen, como los 24 reales que importó el tratado de arquitectura de Juan Caramuel (Francofurti, J. G. Schônwetteri, 1654), hoy en la Biblioteca de Navarra, adquirido en Zaragoza para el monasterio de Fitero. Más raramente, se indican otras modalidades de pago. Sírvanos de ejemplo lo escrito en el ejemplar de la Historia de la conquista de México (Barcelona, Josep Llopis, 1691) de la Biblioteca de Roncesvalles, en cuya hoja de guarda anterior leemos: “Este libro es de Dn. Francisco Luis Martinez, Canónigo de Roncesvalles, que compré á Maria Juana Yribarren por tres misas en 30 de Octubre de 1846”. También en el Theatro Trinitario de fray Francisco de la Madre de Dios (Pamplona, Juan José Ezquerro, 1705) de la Biblioteca de Capuchinos, se hace notar que el ejemplar: “Es del uso de Fr. Martin Salvatierra Pred(icador) Conv(entual) en el de N. P. S. Fran(cisco) de Sanguesa año de 1784. Le costó seis missas  Y despues que concluyo su Guard(iania), lo dejo a esta Libreria de Sanguesa. Año de 1794”.

En muchas ocasiones, la anotación se refiere a la propiedad y al posible extravío del tomo. Por lo general, se apunta el nombre del poseedor y poco más, pero en algunas ocasiones la apostilla es más larga, como en las Cartas de favor en nombre de Maria Santissima de fray Antonio Garcés (Pamplona, Pasqual Ibáñez, 1755) de la Biblioteca Decanal de Tudela, en donde se indica en una nota manuscrita de 1810: “Este libro es de Santiago Tegada, si se le perdiere como suele suceder, suplico al que lo halle que me lo volver, se le dara dos cuartos para confites y si no sabe como se llama aqui vajo lo pondré, Santiago Tegada me llamo”.

Algunos propietarios no dudaron de escribir algunas circunstancias personales en los comentarios. Así el monje tudelano del monasterio de Fitero fray Jacinto Arellano, en una obra del dominico Paolo Barbo, editada en Salamanca en 1580 y conservada en la Biblioteca de Navarra, anotó en la guarda posterior, como si se tratase de un diario: “Fr. Jacinto de Arellano tomó el hábito en Santa María de Fitero en 20 de Marzo de 1614, cantó misa el 16 de Octubre de 1622”. La firma del citado monje, que llegó a Fitero con 16 años, aparece en un centenar de libros de la Biblioteca de Navarra, muchos con la anotación de haber sido expurgados en 1640.

No faltan noticias de los donantes en otros ejemplares de todo tipo. Sirva de ejemplo la Biblia Políglota de la Biblioteca del Seminario de Pamplona (Alcalá de Henares, Arnao Guillén de Brocar, 1514), procedente del colegio de la Compañía de Jesús de la capital navarra y que perteneció al canónigo pamplonés Jerónimo de Eguía, hijo del impresor Miguel de Eguía. En su anotación manuscrita leemos: “Este libro con otros tres cuerpos de la Biblia dio de limosna a este Colegio de la Comp[añí]a de Jesús de Pamplona el Sºr Don Hieronymo de Eguia enfermero de la C[atedral] de esta ciudad y con condicion q[ue] no se pueda ... [lle]var deste collegio ... 1º de abril de 1589”.

Entre las curiosidades que se pueden encontrar en las guardas de los libros, merecen la pena citar aquellas relacionadas con obras bajo sospecha o prohibidas. En la edición del libro Jesus-Christo gure Jaunaren Testament Berria (Bayona, 1828) de la Biblioteca de Roncesvalles, propiedad de don Agustín Apesteguía, capellán de Ezpoz y Mina, su nuevo poseedor dejó escrito: “Este libro es prohibido por no tener las notas debidas ni la aprobación necesaria ... yo tengo licencia para hacer uso de el Angel María de Arizmendi”.
 

Libros litúrgicos editados con magnificencia: un ejemplo

De la dotación de don Juan de Ciriza, marqués de Montejaso, a su fundación de Recoletas de Pamplona da buena cuenta la correspondencia y un inventario, en donde se recogen las piezas que llegaban a la capital navarra. Algunas cartas nos sitúan ante una persona entregada, hasta los más mínimos detalles, para agradar a las monjas recién llegadas de Eibar para establecer la clausura. El marqués tenía un proveedor de piezas singulares en Madrid, llamado Francisco Pérez. Este último le escribía, en septiembre de 1634, dándole cuenta de la llegada del misal grande de la imprenta Plantiniana “de la más moderna impresión y la mejor cosa que he visto en mi vida; acá no se hallará por ningún otro sitio …, luego se encuadernará y en la primera ocasión lo encaminaré”. El marqués le contestaba apremiándole para su envío. Las frases son harto ilustrativas del gusto y excepcionalidad de piezas que fueron llegando a la clausura, gracias a los sobresalientes medios de sus patronos y a su conocimiento de las modas y los aires cortesanos. El misal, con delicados grabados, se ha conservado y está editado en Amberes en aquel mismo año de 1634, con el pie de imprenta siguiente: Ex officina Balthasaris Moreti
 

Ejemplares de la edición ilustrada de la Vida de San Bernardo de 1587

A fines del siglo XVI y comienzos de la siguiente centuria, cuando las grandes imprentas europeas llevaron adelante proyectos editoriales con excelentes ilustraciones calcográficas, su elegancia deslumbró a personas e instituciones. Aquel lujo no llegaría a las prensas españolas y navarras hasta el siglo siguiente, en pleno reinado de Carlos III, por lo que los ejemplares ilustrados fueron codiciados a lo largo del Seiscientos. Nobles y altos eclesiásticos, con alto poder adquisitivo, pudieron conseguir aquellas piezas con imágenes, en un contexto en el que el tiempo era abundante, y quienes se acercaban a las mismas “hacían de la contemplación algo útil, terapéutico, que elevaba su espíritu, les brindaba consuelo y les inspiraba miedo” (D. Freedberg).

Las órdenes religiosas, en Roma o Amberes, encargaron vidas ilustradas de sus fundadores que corrieron por Europa y América, copiándose sus composiciones en pinturas y relieves escultóricos. Las inscripciones manuscritas de algunos libros nos permiten conocer la particular historia de su adquisición y llegada a sus destinos.

La correspondiente a San Bernardo, editada en Roma en 1587, con el título de Vita et miracula divi Bernardi Clarevalensis abbatis, fue posible gracias a la Congregación Cisterciense de la Corona de Castilla y el patrocinio del cardenal Jerónimo Rusticucio, protector de los bernardos españoles. Se concibió, en buena medida, como una ilustración de la Vita Prima de San Bernardo, el texto hagiográfico más importante referente al santo, del que fray Juan Álvaro Zapata, monje y futuro abad del monasterio de Veruela, publicó una versión en castellano en 1597. Los modelos de sus estampas se deben a la invención del célebre Antonio Tempesta y su ejecución a Querubino Alberti, Filippo Galle y otros destacados grabadores.

Actualmente, existen en Navarra dos ejemplares de aquella edición, uno en Tulebras y otro en La Oliva, este último con delicadas anotaciones caligráficas en los reversos de las estampas. En el caso de haber pertenecido este último al citado monasterio antes de la Desamortización, aquellos textos los debió hacer  el padre Compaño, monje de Poblet, escritor de libros, al que hizo venir el abad Esteban Guerra (1585-1588) para realizar unos bellísimos cantorales destinados al Oficio Divino.

Del de Tulebras, conocemos todo lo relativo a su particular historia, gracias a una larga inscripción manuscrita en el reverso de una de sus estampas. Fue adquirido en Roma, en 1633, por el canónigo de la catedral de Pamplona y arcediano de Santa Gema, Bernardo Ladrón de Cegama, advirtiendo que contenía “cinquenta y seis foxas con estampas finas”. A su muerte, pasó a su sobrino Juan Luis Ladrón de Cegama que ocupó la misma dignidad desde 1646. Al fallecer este último, fue a parar al canónigo calagurritano Laurencio Ladrón de Cegama que lo entregó en 1663 a la monja de Tulebras doña Ángela Díez de Ulzurrun y Berrozpe, “y después de sus días que si sucediere aver en dicho convento alguna sobrina mía se haya de dejar y caso que no la aya, aya de quedar para el dicho convento de Tulebras”. Una anotación posterior de 1683, recoge esta apostilla: “Por la razón sobredicha, y en cumplimiento de la cláusula y voluntad del canónigo Cegama, pasó este libro a poder de la señora doña Ángela Ysabel Díez de Ulzurrun y Vea, religiosa asimismo del Real Monasterio de Tulebras, sobrina de todos los sobredichos, la qual tomó el santo hábito en el noviembre de 1683” y fue abadesa, excepcionalmente, durante cuatro cuadrienios.

Otro ejemplar también llegó a Fitero, como atestiguan pinturas de diferentes retablos, que copian las estampas del mencionado libro.


Para una carmelita descalza, escritora y humanista

Dos ejemplares de sendas obras ilustradas, editadas en Amberes con excelentes láminas, llegaron al convento de las Descalzas de la capital navarra, entonces localizado en la Plaza del Castillo. La causa no fue otra que la presencia en el mismo de Leonor de la Misericordia (Ayanz y Beaumont, 1551-1620), que había adquirido en su juventud una exquisita formación humanista junto a doña Brianda de Beaumont, hija del Condestable de Navarra, recordada por Lope de Vega en La Arcadia (1598), como “la divina doña Brianda, gloria de Beaumonte”. Los hermanos de Leonor destacaron por distintas razones y entre todos ellos, Jerónimo de Ayanz, hombre polifacético, militar, pintor, cosmógrafo, músico e inventor, precursor del uso y diseño de las máquinas a vapor y el aire acondicionado. 

Leonor escribió la vida de la Madre Catalina de Cristo, fundadora en Pamplona y Barcelona y mantuvo correspondencia con miembros de su Orden, destinados en distintas partes de Europa, así como con otros prohombres de la política y la Iglesia. El padre Gracián, confesor de Santa Teresa, describió así a Leonor: “En lo interior era un serafín de condición y alma, y en lo exterior un ángel de rostro y buena gracia. Tenía habilidad rara en escribir, pintar, saber latín y en las demás labores y ejercicios de mujeres, acompañando con prudencia varonil”

El primer libro singular que llegó al Carmelo pamplonés por su iniciativa, fue la Historia evangélica del jesuita Jerónimo Nadal (Amberes, 1593), una de las empresas editoriales europeas más relevantes de fines del siglo XVI, por sus ilustraciones y su finalidad catequética, en el contexto de la Contrarreforma y el especial empeño de la Compañía de Jesús en servirse de las imágenes en su método de oración y catequesis. Una inscripción manuscrita en él reza: “Este libro de las estampas de la Vida de Christo Nuestro Señor, que fue del Señor Don Francés, mi hermano, que Dios tiene, y es ahora del Señor Don Gerónimo de Ayanz, mi sobrino, a quien suplico me haga merced de prestarle a las hermanas deste convento de Carmelitas Descalças de San Joseph de Pamplona quando se le pidieren. Leonor de la Misericordia. Contiene 153 estampas”. A continuación, y con otra caligrafía, otra mano anotó: “Don Gerónimo lo dio a la Comunidad”. El primer poseedor del ejemplar fue don Francés de Ayanz y Beaumont (1552-1614), hermano mayor de Leonor, señor de Guendulain, educado como paje de Felipe II, Alguacil Mayor en la Corte y Consejo de Navarra y con asiento en las Cortes del Reino.

El segundo volumen custodiado celosamente por las Carmelitas es la editio princeps de la primera vida ilustrada de Santa Teresa de Jesús, estampada en Amberes en 1613, en vísperas de su beatificación, a iniciativa de la orden y especialmente de las Descalzas establecidas en Flandes, en donde existía gran tradición en el arte del grabado. Aquella edición fue promovida por la Madre Ana de Jesús Lobera, priora de Bruselas y el mencionado padre Gracián, en 1611. Los grabadores que recibieron el encargo fueron Adrian Collaert y Corniellis Galle, ambos conocidos por haber hecho frente a importantes proyectos, especialmente el primero de ellos que realizó las vidas ilustradas de San Ignacio de Loyola y San Francisco de Asís.