Luis Manuel Fernández Salido, Profesor de la Escuela de Arquitectura
Infatigable y apasionado
La muerte de Fernando Redón
La vida me ha hecho el enorme regalo de haber trabajado al lado de uno de los grandes maestros de la arquitectura de este país. En 1995, en mis últimos años de carrera comencé a colaborar en su estudio, cuando diseñaba la peatonalización del casco antiguo de Pamplona. Las fotografías en blanco y negro de sus edificios más destacados decoraban los espacios de trabajo y me sedujeron desde el primer momento, casi tanto como su personalidad. Desde entonces, mi interés por su arquitectura fue creciendo y me llevó a desarrollar mi tesis doctoral sobre su obra, publicada como libro más tarde por el Gobierno de Navarra.
En esos años, además pude colaborar con Fernando en varios de sus proyectos. Esto me permitió conocer de primera mano y con profundidad sus estrategias y modos de hacer. Siempre me fascinó su gran habilidad para involucrar a sus ayudantes, desde el primero hasta el último, para que sintieran los proyectos como suyos, de manera que dieran lo mejor de sí mismos en cada momento y en cada detalle del proceso creativo y constructivo. Su talento para la arquitectura junto con esta habilidad para sacar lo mejor de sus colaboradores, le permitió erigir varias de las obras más relevantes y emocionantes de la arquitectura navarra, desde finales de los años 50 hasta mediados de los 70. En colaboración con Javier Guibert, y en solitario a partir de 1967.
También tuvo una dimensión docente en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra y en la de Artes y Oficios de Pamplona. Su paso por las aulas dejó una profunda huella en las generaciones que disfrutaron de él como profesor. Su relación con el mundo universitario tuvo continuidad, pues en 1995 se convirtió en el primer presidente del Consejo Social de la UPNA Cargo que desempeñó durante 11 años con intensidad y buen hacer.
En agradecimiento a su labor, el año pasado el Consejo Social promovió con oportuno acierto una exposición antológica en el Parlamento de Navarra que llevó por nombre Fernando Redón Huici. Obra Cívica. En ella, como comisario de la muestra, en colaboración muy estrecha con el propio Fernando, tuve la ocasión de revisar la extensión, variedad y calidad de su obra, no sólo como arquitecto sino como dibujante, acuarelista, pintor, diseñador y fotógrafo.
La muestra significó mucho para él: ¿Me trae continuamente gratísimos recuerdos de encuentros y reencuentros con viejos amigos muy queridos, con antiguos alumnos y colaboradores a los que no había visto en años, y que hicieron muchos kilómetros para ver la exposición y darme un abrazo". Como broche final, el Colegio de Arquitectos de Navarra le concedió el premio la Plomada de Oro, tras una conversación con su amigo Rafael Moneo.
En el plano personal, quienes tuvieron la oportunidad de tratarlo saben bien que Fernando era un verdadero humanista, un artista del Renacimiento y a la vez un creador contemporáneo. Fernando Redón Huici ha sido una de las personas más cultas, amenas y entrañables que he podido conocer.
Conversar con él y trabajar a su lado era un continuo aprendizaje y un auténtico placer. Era tal su capacidad de disfrute del arte y la cultura que su entusiasmo se contagiaba con facilidad. Gran amante de las artes plásticas, de la música, de la literatura y del cine, Fernando poseía un enorme y fascinante conocimiento de todas esas disciplinas. Toda su vida fue un trabajador infatigable y apasionado. Nacido en el seno de una familia cultivada y de gran raigambre de ingenieros, fue educado en la importancia del esfuerzo y del tesón. Desde niño mostró un talento natural para el dibujo y hasta sus últimos días, en los que ya se encontraba muy mermado de salud, todavía tenía fuerzas para seguir sentándose en su tablero, con la ilusión de continuar dibujando y diseñando el último proyecto que tenía entre manos.
Hasta sus últimos días conservó la mirada despierta y curiosa del niño que fue. Una mirada vivísima y azul que revelaba de forma cristalina la pasión que siempre sintió por su oficio de arquitecto, por sus variadas aficiones y por cualquier forma de expresión cultural. Unos ojos siempre llenos de intenso amor por su tierra y por su familia.
En estos momentos difíciles, todavía conmocionados por su perdida, nos queda la satisfacción de saber que Fernando ha vivido una vida larga, intensa y afortunada. Y de que seguirá muy presente en el corazón de quienes que le hemos querido y admirado.