Alban d'Entremont, Profesor de Geografía Humana
Los migrantes, esos valientes
El autor aprovecha el Día Internacional del Migrante para reflexionar sobre las penalidades y vejaciones que sufren quienes solo buscan una vida mejor.
Consciente del volumen de personas migrantes en todo el mundo, del incremento de ese volumen en los últimos años, y con el ánimo de difundir información sobre sus derechos y libertades fundamentales, así como de estimular el intercambio de ideas y de formular medidas de protección y fomento, la ONU ha proclamado hoy 18 de diciembre como "Día Internacional del Migrante".
Esta efeméride da pie para una reflexión acerca de lo que entraña para una persona, en su esencia, el hecho de desterrarse de un lugar de origen y asentarse en un determinado destino, muchas veces de características opuestas a las de la región o nación que vieron nacer a esa persona que luego, por diversos motivos, se despide de ellas para emprender una nueva vida en otro sitio, no pocas veces en tierras muy lejanas.
En la teoría y en la práctica, en todos los casos de movimientos migratorios, se hallan presentes dos elementos básicos: una ¿falta de satisfacción" con la vida en el lugar presente (elemento de expulsión), y un ¿vago presentimiento" de una mejor vida en otro lugar de futuro muy diferente y muy superior (elemento de atracción).
Si no fuera así, si no existieran motivos poderosos que impulsaran a la gente a abandonar su lugar de nacimiento, casi siempre con enormes sacrificios, las múltiples barreras a las migraciones (sobre todo la barrera psicológica, puesto que las migraciones implican un esfuerzo personal y colectivo considerable en términos de decisión, despedida, separación, movilización, cambio y adaptación), habrían impedido los desplazamientos espaciales masivos de personas que nos relata la historia, muy especialmente en los dos últimos siglos, que es cuando se ha generalizado el fenómeno migratorio a nivel mundial. Entre las diversas causas que pueden impulsar a personas a tomar la decisión de emigrar, existe una diferencia básica entre aquellas que son propias de la zona I de origen, y las I que atañen a la de destino.
Las primeras causas son conocidas como factores de empuje, por ser las responsables de ¿expulsar" a los emigrantes de su lugar de nacimiento. Tradicionalmente, se responsabiIiza a motivos económicos (inadecuación entre la población existente en un lugar y la disponibilidad de puestos de trabajo), de constituir la ¿falta de satisfacción" como razón principal que explica la mayor parte de las migraciones.
Estos factores han sido especialmente relevantes, a lo largo de la historia, respecto de la población joven, y sobre todo de la gente soltera y masculina, que suele desplazarse individualmente. Sin embargo, hay muchos otros ejemplos históricos y actuales, en los que se dan factores de tipo político o religioso, o de índole más personal, como son los factores sociales y culturales asociados a la búsqueda de sitios que aportan mayor calidad de vida en términos globales, y no exclusivamente económicos.
Se configura de esta manera un nuevo tipo de factor de empuje que cada vez se va haciendo más frecuente en las sociedades desarrolladas, como en el caso de España y los demás países de Europa. Son sociedades en las que los individuos gozan de un elevado grado de movilidad social, un fenómeno muy de nuestros días y que se correlaciona directamente con la movilidad migratoria. Este factor suele estar más vinculado a personas casadas de ambos sexos y de edad adulta, y a sus familias, que se desplazan en grupo.
Punto aparte se merece la gran tragedia de las personas desplazadas, los apátridas y los refugiados políticos, que se ven impulsados a la fuerza a abandonar sus casas, y abocados a la angustiosa realidad de no poder volver a su tierra hasta que no cambien las condiciones imperantes.
Con respecto a las causas relacionadas con el lugar de destino, hay que hablar en términos de factores de atracción, que se refieren a las expectativas del emigrante respecto del nuevo modo de vida que pretende emprender en otro sitio. Normalmente estas expectativas coinciden, más o menos, con la realidad objetiva del lugar de destino, pero en otra multitud de instancias se trata más bien de ese ¿vago presentimiento" de mejora de la vida propia, que en muchas ocasiones responde más a un profundo anhelo del espíritu, que a la realidad objetiva del destino escogido. Éste suele ser ¿muy diferente", pero no necesariamente ¿muy superior". He aquí otra de las grandes tragedias de las migraciones y de los inmigrantes.
La persona migrante encarna la realidad del "forastero" del Evangelio, que nos toca acoger y amparar, igual que a las viudas y a los huérfanos: una persona doliente que padece infinidad de penalidades y vejaciones en su deseo de lograr una mejoría en su vida. Un buen propósito por nuestra parte, a las puertas de la Navidad, podría ser el de no cerrar las puertas de nuestros corazones a los migrantes, esos valientes.