Gerardo Castillo, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
El auge de la mentira verosímil y de la verdad aparente
Con mucha frecuencia, personas escépticas que no creen en la verdad objetiva y solo admiten ‘su verdad’ aceptan sin pestañear muchas mentiras verosímiles que les llegan, sobre todo, a través de las redes sociales. El pragmatismo de nuestra época antepone la utilidad ocasional de la mentira al valor moral de la verdad; además, crea mentiras emotivas y verosímiles que el gran público no es capaz de detectar y desenmascarar.
Para designar ese tipo de mentira se utiliza el término posverdad, que el Diccionario de la Real Academia Española definió en 2016 como «Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales».
Este concepto creció en popularidad a partir de la elección del actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y de la campaña por el ‘brexit’. Su origen, sin embargo, es de principios de la década de 1990. En inglés, el término post-truth se empleó por primera vez en 1992 y fue desifnado como palabra del año en 2016 por el diccionario Oxford.
La posverdad es uno de los efectos de la excesiva utilización de la inmediatez y de las redes sociales para influenciar al público a partir de la manipulación de la comunicación y de las emociones.
Si al individualismo posmoderno, que busca legitimar su individualidad como principio de toda norma, añadimos una verdad que pierde consistencia por saturación, tenemos como resultado lógico una verdad que se basa no en principios racionales ni en hechos demostrables, sino una verdad que apela a la subjetividad y a las emociones.
La posverdad se presenta como una verdad interpretable, un producto más de consumo, cuya razón de ser no atiende a hechos demostrables, sino a las emociones de cada uno. Al hombre posmoderno se le ofrece la posverdad como una verdad aparente y a su gusto; una verdad individual elegida en función de los sentimientos, y, por tanto, irracional. El filósofo británico A.C.Grayling, que hizo campaña contraria al ‘brexit’, ve conhorror la posibilidad de un mundo dominado por la posverdad: «Sería la corrupción de la integridad intelectual y un gran daño del tejido completo de la democracia», afirma. Y añade que el mundo y la política cambiaron después de 2008, tras la fuerte crisis financiera: «Con una corriente de resentimiento económico desatada, no es difícil ‘exaltar’ las emociones sobre temas como la inmigración».
Un ejemplo: la publicación de una posverdad que afirme que los inmigrantes aumentarán seriamente el paro en un determinado país sería creíble, por lo que originaría un movimiento social de xenofobia.
Entre las principales causas del triunfo de Trump está el manejo que sus promotores hicieron de la posverdad. Esto significa que la interpretación y comprensión de los hechos objetivos quedan subordinadas a la manipulación y moldeamiento de las emociones y de las creencias personales que realizan muchos dirigentes y orientadores sociales. Se presenta la verdad como algo que se siente y con lo que es coherente con las creencias e imaginarios de un colectivo social, no con lo que ocurre en la realidad.
Son muchos los partidos políticos que usan la posverdad como una estrategia comunicacional integrada en el uso de la propaganda y de la comunicación estratégica, para la manipulación y el control social.
Para Jairo Hernando Gómez Esteban, hoy se necesita una educación basada en la crítica consigo mismo, en la que se enfrenten la satisfacción de las necesidades materiales inmediatas con la facultad de imaginar mundos posibles compartidos; y en la que la reflexividad trascienda la apariencia y la vulgaridad de la realidad tal y como se nos revela a los sentidos.