Rafael María Hernández Urigüen, , profesor en ISSA y la Escuela de Ingenieros - Tecnun
"Descanse en paz, punto y final". La lógica del perdón
Pocas veces aparece en los medios la palabra perdón, y sorprende mucho más cuando la víctima secuestrada durante 500 días, al preguntársele por la muerte de su verdugo, responde escuetamente ante los micrófonos "descanse en paz".
Las breves declaraciones de José Antonio Ortega Lara ante la muerte de su secuestrador Josu Uribetxebarria Bolinaga, contrastan con otras muchas que a lo largo de decenios expresaban rencor, deseos de revancha y malquerencia, sin duda comprensibles ante las flagrantes injusticias y violencias irreparablemente padecidas. El caso del ex funcionario de prisiones ofrece el valor añadido de la falta de arrepentimiento, al menos externo, de su verdugo y que lleva a pensar que las fuentes inspiradoras de un perdón incondicionado pondría punto y final a la dinámica, siempre perversa aunque comprensible, de la venganza o a la recurrente aclaración: "perdono, pero no olvido".
¿Cómo se zanja una situación de agravio con el punto y final?Sin duda, y por encima de las afiliaciones políticas, la fuente cristiana para el perdón incondicionado se encuentra en Jesucristo que exhorta a amar a los enemigos, y ofrece el testimonio definitivo de su grito pleno de fuerza y mansedumbre desde la Cruz: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen".
Cuando en las clases de ética o antropología termino las explicaciones sobre la justicia apelando a la misericordia o el perdón, percibo entre el alumnado una dificultad manifiesta para aceptar esta actitud. Me parece comprensible porque la justa indignación es respuesta natural y tantas veces necesaria para denunciar y enfrentarse decididamente a tantas injusticias y tropelías que protagonizan nuestro tiempo.
Perdonar no está de moda, y la influencia de Nietzsche y las filosofías de la autoafirmación, materialistas o sucesoras del idealismo desprecian el perdón considerándolo cobardía o recurso de los débiles.
Esta situación me ha movido a buscar en algunos autores la posibilidad de aproximarse racionalmente a la lógica del perdón. Siempre me han parecido luminosas las aportaciones de Robert Spaemann y también las que propuso Romano Guardini.
Spaemann lo plantea de este modo: "Existe la posibilidad de que el hombre reconozca la culpa de su propia limitación, apunte la (culpa) de los demás a su ignorancia y los perdone. No sólo existe la justicia, existen también la reconciliación y el perdón" (ROBERT SPAEMANN: "Ética cuestiones fundamentales" p. 110).
Romano Guardini analiza así la estructura antropológica del perdón acentuando también los matices que requiere la escrupulosa defensa de la dignidad humana: "Si se ha hecho daño en una cosa de valor económico, el perjuicio puede repararse sin problema. (…) En cambio, cuando se trata de un hombre, nos encontramos la persona. El mal que se le hace a ella exige que ella misma esté de acuerdo en limpiarlo. Porque de la esencia de la persona forma parte la dignidad, su carácter de fin en sí. Parece una paradoja, ya que la personalidad humana es, sin duda, algo finito, pero lo característico del fenómeno humano consiste, precisamente, en que se trata de un ser finito que, sin embargo, en cuanto persona, tiene un acento absoluto. (…) La persona no es objeto, sino sujeto, y por eso no es posible ‘tratar' algo que se le haya hecho a ella igual que el efecto causado en una cosa, a saber, reparando el daño o sustituyendo lo dañado. Si quiere arreglarse el mal hecho, la persona misma tiene que intervenir desde su libertad" (ROMANO GUARDINI: Ética, BAC, Madrid, 1999, pp.343-344).
El teólogo de Verona y profesor en Múnich situaba la actitud misericordiosa del perdón en un soberano y magnánimo acto de libertad y añadía: "Esto es lo que queremos decir al hablar de perdón. La frase ‘te perdono' significa: tú me has hecho mal; mantengo mi derecho en contra, tengo que mantenerlo por la dignidad de mi persona; pero desde mi libertad renuncio a hacer valer contra ti el mal que me has hecho. En cuanto de mí depende, se ha acabado. Aún más: todo lo sucedido queda asumido en una relación positiva nueva. Las cosas quedan en orden"(ROMANO GUARDINI", Ídem).
Quizá aquí se encuentre la explicación del "punto final" que declaraba Ortega Lara.Siempre defiendo en las clases que el perdón, su posibilidad real, dignifica la justicia, la eleva a un plano superior. Se puede afirmar que cada vez que se perdona se asiente la bondad incondicionada de cada persona humana, yse le devuelve la confianza en sí misma, para que experimente queninguna de sus acciones es irreversible. Nadie está indefinidamente abocado hacia el mal, aunque haya errado en esa u otra situación. Puede cambiar siempre el rumbo de su vida. Perdonar es como ayudar a rehacerse, permite recuperar la autoestima y cambia la lógica de las relaciones humanas, en ocasiones tan duras, cuando se rigen por la mera justicia y se reducen a lo estrictamente contractual.
Sin duda la fuente inspiradora más honda sólo puede encontrarse en la unión con Jesucristo que confiere la gracia de perdonar, también cuando nuestras disposiciones interiores nos mueven a recibir el perdón de Dios Padre en el Sacramento de la Penitencia. Esta pista no dejo de ofrecerla al alumnado cuando se desconcierta humanamente y ofrece resistencia para aceptar su posibilidad antropológica.
Pienso que el testimonio de Ortega Lara, más allá de las concretas opciones políticas, junto al de otros que han mostrado su actitud clemente puede contribuir a una nueva propuesta que introduzca, de nuevo, en estos momentos crispados y convulsos la cristiana y siempre novedosa lógica del perdón. Recordemos las palabras de san Juan Pablo II el domingo después de sufrir el atentado de la plaza de San Pedro: "Rezo por el hermano que me ha herido, al cual he perdonado sinceramente".
Necesitamos más que nunca ese "punto y final" que detenga las espirales de violencia, rencor y venganza.