Gerardo Castillo Ceballos, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología
Del miedo a los padres al miedo a los hijos
Las noticias sobre hijos que maltratan a sus padres son cada día más frecuentes. Y la edad en la que inician el maltrato, -primero verbal y luego físico-, está descendiendo. Se suele describir con mucho detalle qué es lo que está ocurriendo, pero falta explicar por qué ocurre y cómo prevenirlo.
No me referiré aquí a los maltratos atribuibles a una patología de los hijos, sino al tipo de educación que recibieron en su casa. Es muy conocido el comentario de bastantes padres: “este hijo es la oveja negra de la familia, porque habiéndole dado la misma educación que a sus hermanos, es el único que nos ha salido mal”. Respondo remitiéndome a Aristóteles: tan injusto es tratar desigual a los iguales como igual a los desiguales.
El patito feo del cuento no era feo; era simplemente diferente, tan diferente que no era un pato. Previo a educar es conocer. A algunos hijos hay que hablarles al corazón y a otros a la cabeza. Algunos responden mejor a los estímulos que a la exigencia y viceversa. Esta cuestión antes se llamaba “educación a la medida” y ahora “educación personalizada”. Se habla mucho de ella, pero se aplica muy poco en la familia. Una educación en serie crea distancias entre entre padres e hijos, que pueden ocasionar una mutua incomprensión y posibles prejuicios.
Hoy en día, las familias son mucho más reducidas en número de hijos. Esto hace que reciban un exceso de cuidados. Algunos padres adoptan papeles tan diversos como ser su chófer, su cocinero, su mayordomo... con el objetivo de favorecer el éxito y felicidad del niño. Los hijos se acostumbran a que los padres sean sus criados, por lo que suelen regañarles si el servicio algunas veces no es de su agrado.
A muchos padres de ahora lo que más les preocupa no es educar la libertad responsable y la voluntad, sino fomentar obsesivamente la autoestima de sus hijos. No son conscientes de que pueden estar alimentando un culto al “yo” que más adelante puede responder en forma de bumerán.
La autoridad no está de moda, sobre todo porque se confunde con el autoritarismo. Siguiendo la ley del péndulo, se ha pasado de autoridad al permisivismo educativo, muy relacionado con el permisivismo moral. Al parecer, ya no existe la culpa; sólo existe la debilidad y la inmadurez. Quizá por eso muchas personas han cambiado el confesor por el psicólogo.
En este momento se valora y fomenta con desmesura la conducta espontánea, en detrimento de la conducta reflexiva y responsable. Pero ¿los hijos llegarán a ser lo que están llamados a ser si los educadores no intervenimos en su vida?
De padres débiles suelen crecer hijos tiranos. Una madre muy angustiada me contó que su hijo de nueve años le había dado un tirón de pelo por taparle (sin querer) el televisor, mientras macaban un gol, cuando le llevaba la bandeja de la cena. La señora confesó, además, que su hijo no había admitido desde pequeño otro menú que huevos fritos con jamón.
Hemos pasado del miedo de los hijos a sus padres, al miedo de los padres a sus hijos. Es un miedo “nuevo”, que va contra la naturaleza de la familia y las tradiciones culturales y sociales.
Las agresiones físicas a los padres no surgen de repente, sino que van precedidas de faltas de respeto consentidas y de conflictos que no se resolvieron en su momento. Si dejamos que la violencia vaya subiendo de escalones, será más difícil desterrarla.
Los casos de menores que maltratan físicamente a sus padres en la mayoría de ocasiones quedan ocultos, porque los padres no los denuncian para no causar dolor a los hijos y para no sentirse públicamente humillados. Pienso que es un error con maltrato fuerte no denunciar nunca.
El perfil del hijo maltratador es el siguiente: intolerante a la frustración; inseguro, con un yo débil que intenta disfrazar con la violencia; sin sentimientos de culpa. El permisivismo le induce a ello, porque no le ayuda a la interiorización del mal cometido y a referirlo a la moral.
En la prevención de la violencia de los hijos es esencial fijarles normas y límites en su comportamiento; que aprendan desde pequeños que no pueden tener todo lo que desean. También conviene darles responsabilidades acordes a la edad de cada uno. Por último, es bueno permitir que sientan algunas veces pequeñas frustraciones, sin esperar a que los padres les saquen las castañas del fuego, ya que así aprenderán a tolerar y afrontar las muchas que existen a lo largo de la vida.