19/03/2024
Publicado en
The Conversation España
María Villanueva Fernández |
Profesora del Grado en Diseño y del Grado en Estudios de Arquitectura de la ETSAUN y del Programa Internacional en Comunicación de Moda de FCOM, Universidad de Navarra
En enero, Disney+ estrenó la serie Cristóbal Balenciaga, una narración inspirada en la vida del diseñador español durante sus años en París desde su llegada en 1937. La trama trata de descubrir al personaje, su carácter y sus inquietudes, destacando momentos clave de su vida personal y profesional, como su relación con ilustres diseñadores, la creación de la tela gazar, el diseño del vestido de novia para la reina Fabiola o la confección de uniformes para azafatas de Air France.
Aunque la moda está presente, indudablemente, a lo largo de los seis capítulos, la creación del diseñador se sitúa en un segundo plano, cediendo el protagonismo a las vivencias personales con familiares, amigos, colegas y empleados.
No obstante, varias escenas del primer episodio abordan las influencias que marcarán su obra. Balenciaga es retratado consultando el libro España. Tipos y Trajes de José Ortiz-Echagüe, en el que se muestran, a través de las fotografías del autor, trajes regionales y populares del país. Según relata la bibliografía publicada sobre el diseñador vasco, gran parte de su inspiración procede de la cultura, la pintura y la tradición españolas.
Por ejemplo, su bolero en terciopelo azul con decoración de fieltro negro y abalorios de canutillo (1947) es una interpretación del traje de luces, caracterizado por el contraste cromático y el rico trabajo de bordados y pasamanería. Y el vestido de franjas negras sobre fondo rojo (1949) es similar al traje regional femenino del valle del Pas cántabro.
Estas influencias también fueron recogidas en la exposición Balenciaga y la pintura española. Allí se presentaban algunas piezas del modisto de Guetaria junto con una selección de obras de pintores nacionales como Velázquez, Murillo, El Greco o Francisco de Goya.
Entre ellas se encontraban el vestido de novia de chantung de seda bordado con hilos de plata (1957) y el cuadro Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV de Rodrigo de Villandrando (hacia 1620). O el conjunto de noche de vestido de tul de algodón bordado con hilo metálico sobre raso de rayón y sobrefalda de tafetán de seda (hacia 1951) y Santa Isabel de Portugal de Francisco de Zurbarán (c. 1635).
Las sutiles similitudes que en ocasiones se crean entre sus innovadoras prendas y sus influencias tienen su verdadero valor en la no literalidad de sus formas. Esa reinterpretación no sería posible sin un elemento coetáneo al maestro: la abstracción.
Llegan las novedades del mundo del arte
En aquel momento, las corrientes abstractas emergían como referentes en la pintura, trasladando la sede del arte de la tradicional ciudad de París a Nueva York, en contraste con el ámbito de la moda donde la capital francesa se consolidó como el epicentro de la alta costura.
A diferencia de las vanguardias de inicios de siglo XX que expresaban los nuevos valores para el nuevo mundo, las corrientes basadas en la abstracción desarrolladas en los años 40 y 50 (expresionismo abstracto, abstracción geométrica, entre otras) mostraban nuevas formas de expresión individuales.
Artistas como Ad Reinhardt o Mark Rohtko propusieron composiciones cromáticas que ofrecían un interesante campo de experimentación y resultados aplicables a la moda.
En el caso de Rothko, sus obras, aparentemente sencillas, alcanzan complejidad mediante la superposición de campos de color. Destacan por su equilibrio compositivo cuidadoso, logrando una armonía visual con una paleta selecta de colores, como rojos intensos, azules profundos y ocasionalmente tonalidades suaves.
Por otro lado, Reinhardt, conocido por su abstracción extrema y enfoque minimalista, prescinde de cualquier elemento no esencial. Su obra sutil se logra mediante una paleta de colores sumamente limitada, destacando principalmente tonos negros y oscuros. Sus composiciones, geométricas y rigurosas, generan una sensación de orden y estructura en sus creaciones.
Traslación en Balenciaga
Algunas de estas características referentes al color, la composición, la precisión o la síntesis formal pueden apreciarse también en la obra de Balenciaga. Sirvan de ejemplo el vestido de día en crespón de lana naranja (1968), el vestido saco en lana negra (colección otoño-invierno, 1957) o el modelo 125 de la colección de verano de 1965, realizada en la Maison Balenciaga de París.
Aquella abstracción que también se desarrolló de un modo plástico en la arquitectura de mediados del siglo XX generó formas escultóricas que evocaban nuevos lenguajes, como muestran las obras de arquitectos como Frank Lloyd Wright, Oscar Niemeyer o Félix Candela, entre otros.
Estas obras se caracterizaban por la sinceridad en el uso de los materiales, mostrando su textura y su color naturales. A su vez, presentaban formas sólidas y geométricas, como paraboloides hiperbólicos, de funcionalidad evidente. Estas líneas nítidas y volúmenes definidos prescinden del ornamento y las composiciones propias de construcciones pasadas, donde los elementos arquitectónicos eran claramente identificables. En su lugar, proponen una plasticidad escultórica basada en formas abstractas.
Este contexto, sin duda, pudo influir en Balenciaga en la creación de nuevas propuestas formales y volumétricas. Durante la segunda mitad de la década de 1960, varios vestidos de noche y novia diseñados por Balenciaga presentaban formas geométricas alabeadas y líneas escultóricas propias de la arquitectura previamente mencionada. Otros vestidos, como el balloon dress (1958) y el vestido de la colección de verano (1959), se caracterizaban por volúmenes generosos y líneas puras, elementos también presentes en esa misma arquitectura.
Una obra que recopila todas las artes
En este sentido, la obra del modisto está marcada por un cambio significativo en su trayectoria, iniciado casi en paralelo a la propuesta del New Look (1947) de Christian Dior que enfatizó de nuevo la silueta femenina. Balenciaga, por el contrario, ofreció una imagen para la mujer de entonces alejada de los cánones tradicionales.
Tras la segunda guerra mundial, el modisto vasco dictó las normas de la moda con sus innovadoras formas (línea barril, babydoll, saco, balloon dress, cola de pavo real, entre otras). Estas creaciones fueron el resultado de una excelente manipulación geométrica, destacando por su pureza formal y respaldadas por un profundo conocimiento técnico del oficio. El resultado fue una expresividad plástica extraordinaria, producto de un ejercicio de abstracción.
Por tanto, podría decirse que el diseñador vasco no solo planteaba una lectura del pasado, sino que proponía una mirada hacia la tradición con las claves del presente. La abstracción es empleada en su obra, por un lado, como filtro en la reinterpretación de la cultura española; y, por otro, como lenguaje compartido con obras procedentes del arte (a través del color y la composición) y de la arquitectura de la época (a través de la forma y el volumen).
Aunque este contexto artístico suele pasar inadvertido en los escritos e investigaciones sobre el diseñador vasco, es esencial para comprender su excelencia no solo como diseñador de moda, sino como un verdadero genio de su tiempo en lo referente a las disciplinas artísticas.
Quizás así cobre sentido la famosa frase que se le atribuye: “un buen modisto debe ser arquitecto para los patrones, escultor para la forma, pintor para el color, músico para la armonía y filósofo para la medida”.
Este artículo también ha sido publicado en inglés en The Conversation Europa.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.