Pablo Blanco, Profesor de Teología Dogmática, Universidad de Navarra
Cinco años de Benedicto XVI
No es fácil sintetizar los cinco años de pontificado que se cumplen hoy, 19 de abril, cuando Josef Ratzinger ocupó la sede de Pedro, tras la muerte de Juan Pablo II. Pero podemos resumirlos en siete ejes centrales, siete conceptos en torno a los que ha girado el papado de Benedicto XVI.
El primero es amor. La primera encíclica se tituló Dios es amor y nos explicó cómo el eros ha de ser purificado para convertirse en verdadero amor humano y cristiano. Es decir, en agape. También la caridad ha de incluir el afecto y el cariño. "Dios es cariño", tradujo un santo del siglo XX la famosa frase de San Juan. El amor es posible porque Dios nos ama primero. Si Dios ama y nos ama, nosotros podemos amar con ese amor prestado por el mismo Dios. Es ésta la "revolución del amor" propuesta por Benedicto XVI. Y esto tiene mucho que ver con la santidad, concluye diciendo.
El segundo eje es razón. El Papa-profesor ha hablado en innumerables ocasiones sobre este tema que le parece central y decisivo. Ya un año antes de su elección como papa, había acordado con Jürgen Habermas que razón y religión podían curarse recíprocamente de sus respectivas patologías. Por eso el filósofo alemán llamó a Ratzinger "amigo de la razón". La "cuestión de la verdad" ha ocupado un lugar importante en sus escritos desde un primer momento. El cristianismo es la religión del amor y la verdad. Tras las encíclicas sobre el amor y la esperanza, viene ahora una sobre la verdad. Caritas in veritate se titula la última: la verdad sin amor se vuelve rígida; el amor sin verdad degenera en puro sentimentalismo y arbitrariedad.
El tercero, (ad)oración. Sabe que es el verdadero motor de la Iglesia y de la vida cristiana. Frente al activismo cortoplacista, el Papa alemán sabe esperar, rezar y pensar. Pero sobre todo rezar. La liturgia es uno de los puntos centrales de su teología y por ella ha profesado un especial interés desde su infancia. La razón y la liturgia –afirmaba– le metieron en el mundo de Dios. Está convencido de que la crisis de la Iglesia se debe al descuido de la liturgia y que el mejor modo de llenar las iglesias consiste precisamente en celebrarla bien. Como para Juan Pablo II, la Eucaristía es el centro: hace la Iglesia.
El cuarto, creación. Muchos han hablado de las "raíces verdes" de la última encíclica social de Benedicto XVI. Allí ha conseguido conjugar la crisis económica y la ética de los negocios con la vida y la ética sexual, la bioética y el respeto al medio ambiente. Por eso es una encíclica global. Pero también sus alusiones a la ecología y el medio ambiente resultan continuas. Para Ratzinger, la creación constituye un dogma olvidado, al que deberíamos volver para deshacer los entuertos que le hemos infligido al mundo actual. Propugna así un ecologismo cristiano, interior y exterior. "En el principio era el Logos", repite: la razón creadora, la razón-amor que da sentido a las cosas. A esto debemos volver para acertar con la naturaleza y con nuestro modo de ser.
El quinto eje es Jesucristo. A pesar de sus múltiples ocupaciones en su ministerio, no ha renunciado a su proyecto personal de escribir su Jesús de Nazaret. Tal vez porque lo considera como una parte importante de sus obligaciones: hablar sobre todo de Jesucristo. Y hablar de él como Dios y hombre, como Cristo de la fe y Jesús de la historia. No es un avatar más de la divinidad, sino el Hijo de Dios hecho hombre. Solo él salva. Recordar la centralidad de Jesucristo no es una ocupación más, sino la misión principal de la Iglesia. Por eso, en la actual sociedad multicultural hace falta de modo especial anunciar a Cristo, muerto y resucitado.
La sexta idea del pontificado es Iglesia. Frente al conocido lema "Cristo sí, Iglesia no", el Papa Ratzinger quiere recordar que la Iglesia es el cuerpo y la esposa de Cristo. Es también el pueblo, la familia de Dios, como suele repetir. Jesucristo mismo se sirvió de su mediación y también de los apóstoles, obispos y demás ministros que siguen esta línea de continuidad. Está convencido de que la misión de la Iglesia consiste en anunciar a Cristo y en crecer en comunión y cohesión en la Iglesia. Así se podrá llevar adelante ese proyecto ecuménico de crecer en unidad en la única Iglesia de Cristo, que está empezando a dar sus resultados. Pasos lentos pero seguros, como en la ascensión a una montaña.
Y, por último, el séptimo eje que ha marcado los cinco años de Benedicto XVI es belleza. Ratzinger ha sido siempre un enamorado de la belleza, desde su temprana afición a la música, especialmente a la de Mozart. Ha afirmado que un teólogo que no tenga esta sensibilidad resulta peligroso. Él mismo cuenta la historia de los legados del rey Vladimiro de Rusia. Buscaba una religión para su reino. Los musulmanes búlgaros y los católicos germanos dejaron indiferentes a sus embajadores. Cuando llegaron a Constantinopla, en la belleza del culto en la basílica de Santa Sofía, pensaban que habían encontrado "el cielo en la tierra". Rusia se convirtió a la ortodoxia. La belleza del arte cristiano y de la vida de los santos es el principal agente de evangelización en la actualidad.