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Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Los trabajos y los días en el arte navarro (4). ¡Que viene el lobo!

vie, 19 may 2017 16:30:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

Si algún animal ha formado parte de la realidad cotidiana -especialmente en tierras de pastores- y del imaginario popular, como protagonista de relatos más o menos verosímiles y siempre revestidos de crueldad, ese es el lobo. Su presencia en algunas obras del patrimonio cultural navarro se contextualiza en un panorama en el que las connotaciones del animal siempre eran negativas. Los textos latinos y el bestiario asimilaron al lobo con el demonio por su crueldad, ferocidad e hipocresía. A ello habría que añadir lo relativo a la licantropía y al pasaje de las Metamorfosis de Ovidio, que tiene como protagonista a Licaón, rey de Arcadia, que fue convertido en un lobo rabioso como respuesta al intento de servir carne humana, la de su propio hijo, en la visita de Júpiter, para impugnar y desaprobar la divinidad del dios.

La Biblia, las fábulas e incluso los refranes lo equipararán al engaño, la traición y la doblez, por su naturaleza falsa y mentirosa, especialmente visible al tratar de conseguir presas más débiles que él. De modo similar lo hacen diversos emblemas, en algunos de los cuales se insiste en su disfraz de cordero, dando a entender que poco importa tal apariencia, ya que sus costumbres siempre conducen a la traición. El terror, el pánico, las amenazas y el castigo han llegado hasta tiempos recientes en relación con el lobo, especialmente en los relatos para niños. Guy de Tervarent en su Diccionario de un lenguaje perdido, en donde estudia los símbolos del arte profano, sitúa al lobo como atributo de la gula, la ira y de Marte, dios de la guerra.

Cesare Ripa en su Iconología (1593), libro editado y traducido en numerosas ocasiones por haber servido para intelectuales, literatos y artistas, lo incorpora en la alegoría de la avaricia. Al representar ese vicio lo hace con una mujer hidrópica con el vientre hinchado -porque quienes padecen esa enfermedad nunca sacian su sed por más que beban- sosteniendo una bolsa porque “goza más en guardar sus dineros, como cosa que satisface su deleite, que en emplearlos” y acompañada de un lobo, por ser animal ávido y voraz que no sólo apresa lo que necesita, sino todo un rebaño,  si los pastores no acuden, porque teme no haber hecho presas suficientes. La delgadez del lobo la relaciona Ripa con el insaciable apetito del avaro y su tenaz deseo del que está poseído.

 

Una realidad aterradora: ¡Que viene el lobo!

Florencio Idoate estudió la ley de las Cortes de Navarra de 1652 ante los perjuicios que causaban los lobos, así como las consecuencias de la misma, cuando muchos municipios se quejaban de sus costes a raíz del apeo y los impuestos.

Si hemos de hacer caso a los numerosos pleitos anteriores al texto legal, desde el siglo XVI, podemos concluir que, efectivamente, los lobos causaban innumerables daños a lo largo de toda la geografía foral. Citaremos algunos datos de juicios para indemnizar pérdidas de ganado que nos dan esa aproximación concreta y parcial del asunto, desde el punto de vista de esos pleitos: en 1540 en Villanueva de Aézcoa (una yegua), en 1551 en Monreal (un macho) y Erro (ocho cerdos), en 1558 en Azanza (un buey y un potro), en 1559 en Salinas de Oro (30 cabezas de ganado menudo), en 1560 en Alzárriz (un muleto), en 1556 en Cáseda (una burra), en 1570 en Erdozain (una yegua en la sierra de Arrieta), en 1571 en Barasoain (un macho, en este caso en un cepo de lobos), en 1587 en Pitillas (una yegua), en 1590 en Abárzuza (una yegua), en 1591 en Barasoain (un macho), en 1594 en Villafranca (una yegua), en 1594 en Cirauque (un muleto), en 1595 en Ujué (varios muletos), en 1596 en Artajona (una yegua), en 1598 en Cirauqui ( una vaca con su cría), en 1602 en Huarte Araquil (un rocín) y en Arellano (dos caballerías), en 1609 en Zubiri (una yegua y su cría), en 1609 en Ablitas (una muleta), en 1611 en Falces (un macho), en 1611 en Otano-Ezperun (una yegua), en 1626 en Arellano (dos yeguas) y en 1629 en Espinal (dos yeguas).

El lobo ha dejado su recuerdo en la toponimia, al menos desde el siglo XVI. En el casco antiguo de Fitero, la calle de la Loba dejó de denominarse así en una fecha tardía, en 1903, a favor del comerciante Cesáreo Armas, aunque la denominación secular siguió imperando. En Ribaforada en el último tercio del siglo XVI ya se documenta el término de Viento de los Lobos y en Caparroso el de Soto de los Lobos.

En la heráldica también encontramos al lobo, que figura en los siguientes casos: valle de Esteríbar, todos los del valle de Salazar, Abaigar, Aranaz, Basaburúa Mayor, Echalar, Eslava, Larraún, Leiza, Lesaca, Mañeru, Vera de Bidasoa y Yanci. Según Faustino Menéndez Pidal, verdadera autoridad en la materia y autor de un libro de Emblemas heráldicos, el lobo es el animal que sigue al león y el águila en antigüedad y frecuencia en el repertorio heráldico español. Llegó en el siglo XII como emblema familiar del linaje de Haro, señores de Vizcaya, alusivo al nombre de Lope (lupus).

La mencionada ley de 1652 comenzaba con estas palabras: “Es tan grande el daño que hacen los lobos en todo género de ganados en este Reino, por la mucha monstruosidad que hay en él, en que se albergan que a muchos labradores y ganaderos los han destruido y dejado sin hacienda”. Tras proceder al repartimiento de tarifas para el ganado mayor y menor debidamente contabilizado, se determinó que cada lobo muerto se recompensaría con seis ducados y por cada cría dos ducados. Las protestas fueron de todo tipo y acabaron el Real Consejo, como órgano supremo de justicia. Entre los argumentos los hay de carácter económico, de distancia de la capital en donde se debían entregar las pieles para cobrar y también de seguridad, pues desde Tierra Estella entendían que el Reino se iba a llenar de “vagabundos y ladrones, mas de los que hay, a título de cazadores de lobos”. En cualquier caso, en el invierno de 1655 se capturaron nada menos que 110 lobos y en aquel año devoraron 40 ovejas en Esquíroz. La ley se prorrogó en 1662 con algunas modificaciones.

Los lobos se siguieron capturando con recompensas desde los ayuntamientos y en ocasiones con grandes batidas desde los pueblos. Se les consideró extinguidos en Navarra hace poco menos de un siglo, aunque esporádicamente se han matado algunos, como en Lerín, en 1962 y Otxoportillo (Urbasa), en 1981.

 

La ley del más fuerte: en el templo y el refectorio catedralicio

Ignacio Malaxecheverría en su estudio sobre El bestiario esculpido en Navarra, señala la presencia del lobo, desde la arqueta de Leire a las cabezas de los capiteles románicos de Aibar, Artáiz o el ejemplo de Sangüesa devorando a un cabritilla. En el interior de la catedral gótica de Pamplona uno de sus capiteles, el correspondiente al ángulo noreste que corresponde al pilar que alberga la escalera de caracol, presenta a un lobo capturando con su poderosa mandíbula a una oveja lacha. Destacan las garras potentes del animal agresor, así como su mirada, mientras en el óvido lo más destacable son los vellones muy largos. Su función no parece que vaya más allá de la ornamentación.

Sin embargo, es en el refectorio catedralicio, concluido para 1335, en donde la ley del más fuerte se hace más patente en una ménsula policromada en donde encontramos a un zorro atrapando a un gallo y a un lobo capturando al primero. A juicio de la profesora Fernández-Ladreda, se trata de una de las mejores ménsulas del conjunto del refectorio compuesta con mayor complejidad y movimiento, algo que contrasta con la rigidez de otras realizadas en base a una figura central.

 

En Roncesvalles

La protección de los peregrinos en la colegiata está en sus mismos orígenes y fue preocupación a lo largo de los tiempos. Entre los enemigos, las inclemencias del tiempo, los bandoleros y los lobos. Los cronistas relatan que con la fundación y dote del hospital e iglesia de Roncesvalles, en torno a 1127-1132, se trataba de evitar la muerte de peregrinos a causa de las tormentas de nieve y los ataques de los lobos. Para atenderlos, el obispo de Pamplona, Sancho de Larrosa, fundó una casa de recepción de peregrinos y necesitados. Durante el reinado de García Ramírez, en 1135, experimentó un enorme crecimiento dejando de ser un pequeño hospital.

En la visita realizada a la colegiata en 1590, en periodo de plena aplicación de la reforma tridentina en la diócesis de Pamplona, el visitador don Martín de Córdoba, se da cuenta de que en tiempo de parir las ovejas y cabras era necesario extremar las precauciones “atento que en esto se ha visto perder y morir muchos corderos, y en este tiempo por los lobos y fieras hacerse mucho daño”.

Dos imágenes hemos conservado en relación con el acoso de los lobos a los peregrinos, ambas del siglo XVII, en un relieve del desmontado retablo mayor que se exhibió en la muestra dedicada a Huellas de la ruta. Arte en el Camino de Santiago en Navarra (2004) y en una estampa devocional de la Virgen de Roncesvalles.

Respecto al retablo, recordaremos que su construcción hay que contextualizarla con la transformación de la capilla mayor del templo que tuvo lugar bajo el priorato de don Juan Manrique de Lamariano, entre 1619 y 1628. Sus autores fueron Gaspar Ramos y Victorián de Echenagusia, ambos del taller de Sangüesa que recibieron pagos desde 1623. El encargado de la policromía fue Fermín de Huarte, habiendo recibido por sus labores la cantidad de 750 ducados.

En uno de sus tableros, conservado en la colegiata, figuran la Virgen y Santiago como protectores de los peregrinos. El relieve se ubicaba en una de las calles laterales del ático del retablo. Los pastores son acosados por sendos lobos, llegando a morder al más joven en el brazo, mientras dos tratan de espantar a los animales con palos. La presencia de esta imagen en el retablo que recogía las miradas de cuantos entraban en el templo debió de impactar sobremanera, intensificando los relatos, algunos legendarios, que a lo largo del camino de Santiago se referían.

Respecto al grabado, la escena de tres peregrinos acosados por otros tantos lobos que intentan llegar al Hospital de los peregrinos, aparece en la parte inferior de la estampa que realizó para la Virgen de Roncesvalles Nicolás Pinson, grabador valenciano nacido en 1640 y fallecido después de 1672.

 

En las Congresiones del Padre Moret. 1766

Un grabado correspondiente a la edición dieciochesca de las Congresiones del Padre Moret (1766) nos muestra a unos pastores persiguiendo al lobo raptor. Se trata de un emblema, que aúna representación gráfica y un lema en latín, alusivo al tema del texto. Para ilustrar la sexta congresión, los editores solicitaron al aragonés José Lamarca un dibujo preparatorio de un rebaño de ovejas y el lobo atacando. Para la aprobación definitiva del dibujo, la Diputación del Reino exigió a Lamarca, añadir “un pastor con su criado, animando al mastín para que persiga al lobo”, como hizo en la plancha destinada a la estampación. La versión definitiva, más didáctica, presenta a un par de pastores, uno vigilando y otro azuzando al perro para perseguir la lobo. El lema que acompaña a la composición gráfica reza: “Eripe pastor ovem servo raptoris ob ore” (Libera, oh pastor, la oveja de la boca servil del raptor) alude al contenido del texto que glosa Moret con la intencionalidad de hacer verdad sobre lo escrito por el Padre Larripa en sus escritos. La ardua polémica entre ambos, se hace patente con el símil de la oveja robada que va a ser liberada, como la verdad  histórica con el texto del Padre Moret.

 

En los lienzos de la Divina Pastora

Desde los albores del siglo XVIII, los Capuchinos contaron con una advocación de la Virgen, la de la Divina Pastora que les fue familiar y divulgaron en sus misiones y desde sus conventos. El responsable de ello fue fray Isidoro de Sevilla a partir de 1703 en que hizo pintar un lienzo a Alonso Miguel de Tovar. El religioso escribió La Pastora Coronada (Sevilla, 1705) en la que expuso su idea predicable de la Virgen en traje de pastora. La descripción que dio al pintor decía: “Algunas ovejas rodearán la Virgen, formando su rebaño y todas en sus boquitas llevarán sendas rosas, simbólicas del Ave María con que la veneran. En lontananza se verá una oveja extraviada y perseguida por el lobo –el enemigo emergente de una cueva con afán de devorarla, pero pronuncia el avemaría, expresado por un rótulo en su boca, demandando auxilio; y aparecerá el arcángel San Miguel, bajando del Cielo, con el escudo protector y la flecha, que ha de hundir en el testuz del lobo maldito”. En la difusión de la devoción jugó un gran papel el beato José de Cádiz, que llegó a componer los textos para su festividad litúrgica, que fueron aprobados en 1795.

Existen pinturas con el tema en las Concepcionistas de Estella, las Comendadoras de Puente, Araceli de Corella y, entre todas, destaca la de las Agustinas Recoletas de Pamplona, regalo de doña Antonia de Ripalda Marichalar, hermana del conde de Ripalda y residente en Sevilla en las primeras décadas del siglo XVIII y, por tanto, conocedora de primera mano de la devoción e iconografía que tenían allí su origen. Si observamos estos lienzos y numerosos grabados, no suele faltar al fondo la persecución de una oveja o cordero por parte del lobo, en parangón y paralelismo con lo que se le cantaba en el estribillo de sus gozos: “Del lobo infernal seguida / a vos apelo Señora / ¡Piedad, Divina pastora, / que soy la oveja perdida!”. Una edición de estos gozos con la novena a la Divina Pastora se imprimió en Pamplona en 1798.

 

En el monumento a San Francisco, por Ramón Arcaya, 1927

La maldad y fiereza del lobo aplacadas por la bondad de San Francisco de Asís es el tema del monumento al santo en su plaza pamplonesa, obra del escultor Ramón Arcaya de 1927, si bien se trasladó del centro de la plaza a uno de sus lados en 1993. En las “Florecillas de San Francisco” texto de la segunda mitad del siglo XIV en donde se recopilaron varios sucesos de la vida del santo, se narra el hecho del lobo que tenía amedrentada a la localidad de Gubbio y cómo gracias a la intervención de San Francisco el feroz animal cesó en sus fechorías, llegando a convivir con las gentes a cambio del alimento que necesitaba.

La iniciativa de su construcción en Pamplona partió del comité de las Fiestas centenarias de San Francisco de Asís, queriendo rememorar el relato legendario de su venida a Navarra y a Pamplona, a petición de Sancho el Fuerte en aras a la pacificación del burgo de San Cernin y la población de San Nicolás.