Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Patrimonio e identidad (35). Impresos de gran formato: de los títulos universitarios a los carteles de fiestas
Entre los encargos que las imprentas pamplonesas recibieron en siglos pasados, junto a la edición de los libros, figuraron hojas de diferente tamaño con distintos contenidos. Cartas de hermandad, indulgencias, tesis de grados, calendarios, anuncios de exámenes y carteles festivos se encargaron y diseñaron en los establecimientos de la capital navarra. El carácter efímero de casi todos ellos y de unas tiradas limitadas, por haber servido en muchos casos para actos muy puntuales, hace que apenas conozcamos unos pocos, ya que falta un catálogo amplio de los mismos, tanto en los estudios bibliográficos, como en los inventarios de los archivos. Nos centraremos en algunos editados hasta la llegada del siglo XX.
Tesis u hojas de grados
A lo largo de los siglos del Antiguo Régimen funcionaron en Navarra sendas universidades, la de Santiago en Pamplona, de los dominicos y la de Irache en el monasterio benedictino de su nombre. Las listas de quienes obtuvieron grados en aquellos centros nos son conocidas gracias a los estudios de Salvador y Conde e Ibarra, respectivamente. Por el contrario, el porcentaje de las tesis de grados que se imprimían en prensas pamplonesas del momento, son bastante excepcionales. Su realización constituía uno de los denominados “trabajos menores” de los establecimientos tipográficos.
En dichos documentos impresos, quedaban plasmadas las conclusiones de un grado académico, en latín. Constituían una plasmación del aparato y fastuosidad que tenían los actos de graduación. Su valor radica, además de la interesante información que proporcionan, en el protagonismo que en ellas cobran las labores artísticas y tipográficas, ya que junto al texto encontramos dos tipos de grabados. Por una parte, el que figura con gran protagonismo al frente de la dedicatoria, realizado con estampación de planchas calcográficas y, por otra, unos troqueles de metal o madera con decoraciones vegetales, animalísticas o de otro ornato que orlan las cuatro partes del rectángulo. Se trata de hojas de gran belleza y originalidad, que obedecen a un complejo proceso creativo, ya que supone someter al papel o al tafetán a sucesivos pasos por las prensas.
Por lo que respecta al soporte, en un gran porcentaje se hacían sobre papel, reservando para los receptores más sobresalientes materiales más nobles, como sedas y tafetanes de colores e incluso vitelas. La estructura básica de las tesis de grado, consiste en un encabezamiento, con el escudo del padrino, o el del autor de la tesis, o el de la ciudad, o el de una orden religiosa, o bien una estampa devocional, con la que el autor se veía identificado, pudiendo ser su santo patrón, el de su localidad natal, o el fundador o protector de una orden religiosa. Muy raramente se sitúan retratos del padrino, o de una personalidad importante de la familia del graduando. En Navarra no hemos localizado ninguno de estos impresos con retrato. A continuación, figura el nombre del mecenas o padrino, quien ha invertido sus erarios en la formación del estudiante. Enfrentado a él figura el nombre del autor de la tesis, bajo el cual se sitúa un texto explicativo de la tesis sustentada, acompañado de las conclusiones principales de la misma. Tras ello, se menciona el nombre del director y la fecha en la que se celebrará la ceremonia, acompañada de las credenciales del presidente del tribunal.
Javier Itúrbide publicó un curioso dato que habla de la complejidad de la composición de este tipo de impresos, que se data en 1669. En aquel año Martín Gregorio Zabala se quejaba de la mala gestión del taller por parte de su madre Isabel de Labayen, a la vez que ponderaba su esfuerzo por reconducir el negocio familiar con encargos de tesis de grados, también denominadas conclusiones, que le encomendaban los jesuitas.
Conocemos tesis de este tipo con las imágenes de la Trinidad de Erga, las Vírgenes de las Maravillas y del Camino de Pamplona, Zuberoa de Garde, del Rosario y del Carmen de Pamplona. La única que se conserva con la Virgen de las Maravillas se guarda en el convento de Agustinas Recoletas, fue estampada por Antonio Castilla en 1789.
En el Archivo General de Navarra se halla una en papel, impresa en 1746, en la imprenta de Ezquerro, que incorpora en el centro de la parte superior un grabado (1732, Juan José de la Cruz) de la imagen de la Virgen del Carmen de los Calzados de Pamplona. Otra que introduce el hermoso grabado de la Virgen del Rosario de los Dominicos de Pamplona, en tafetán amarillo, se mostró en la Exposición sobre Juan de Goyeneche, pertenece a la tesis de grados de Juan Francisco Alduán y se tiró en la imprenta pamplonesa de José Longás, en 1790.
Eduardo Morales ha estudiado algunas, como la perteneciente a Antonio Jesús Claessens, ilustrada con una pequeña imagen grabada de san Antonio y trabajada en la imprenta de Pascual Ibáñez en 1768. Otra del graduando Joaquín Echeverría, pertenece a la tipografía de Antonio Castilla y se defendió en el Seminario Conciliar de San Miguel de Pamplona en 1782. La de Juan Jerónimo Irigoyen tuvo lugar en el Seminario Conciliar de Pamplona e incorporó la imagen de la Trinidad de Erga, en 1788 (Joaquín Domingo). El padre Pérez Goyena da cuenta de otras muchas, entre las que citaremos las de Juan Francisco de Aldana, ilustrada con san Luis Gonzaga (Benito Cosculluela, 1788) y de Sebastián de Arizcun, con santo Tomás de Aquino (Antonio Castilla, 1757). Velasco en su estudio sobre el Corazón de Jesús en Navarra, recoge la de José Vicente Barreneche, con la imagen del Corazón de Jesús (1746, imprenta de Anchuela). La imagen de san José en dos versiones de José Lamarca se encuentra en sendas conclusiones pamplonesas de 1759 (Miguel Antonio Domech) y 1775 (Pascual Ibáñez).
Respecto a las que incorporan blasones heráldicos, aunque debieron existir numerosas, hemos localizado varias. Una de ellas presenta el escudo del caballero de Santiago don Esteban Echeverría, grabado por don Dionisio de Ollo en 1672 y otra, correspondiente a la defendida en el Seminario de San Miguel de Pamplona por Manuel Ignacio Beasoain y Paulorena, en 1779, presenta las armas del duque de Granada de Ega y conde de Javier, grabadas por el platero Manuel Beramendi, en la imprenta de Benito Cosculluela. Otra ilustrada con el escudo heráldico de la ciudad de Cascante entre sendas figuras aladas y una guirnalda de elegante diseño, se editó en Zaragoza en 1773. El grabado del escudo está firmado por “Aguesca” que ha de corresponder bien a Jerónimo Agüesca, grabador oscense de mediados del siglo XVII o a su hija Teresa, que causó gran admiración desde su niñez al trabajar los buriles.
Exámenes y títulos
Un enorme impreso del Colegio de medicina se conserva en el Archivo Municipal de Pamplona. Fue realizado en la Imprenta de Erasun en 1837, justamente el año de la supresión del Real Colegio de medicina, cirugía y farmacia. Esta institución se había creado en virtud del acuerdo de las Cortes de Navarra de 1828-1829 con el fin de facilitar el estudio de aquellas especialidades a los estudiantes de Navarra. Tuvo su sede en el antiguo hospital, hoy Museo de Navarra y se inauguró para el curso 1829-1830 con una lección del que fuera su director, el médico mallorquín Jaime Salvá. Contó con cinco cátedras, tres de cirugía, una de medicina y otra de farmacia y a los alumnos se les requería tener dieciséis años cumplidos y dos años de latinidad cursados. La duración de los estudios variaba entre las distintas especialidades, de los dos a los cinco años. Una vez superados los exámenes se procedía a otorgar el título. La experiencia duró poco, ya que en julio de 1837 se suprimió por la situación política, la guerra y la ausencia de recursos públicos. A la desaparición también colaboró la falta de reconocimiento de los títulos otorgados por el Colegio fuera de Navarra. Pese a que al año siguiente se reanudaron sus actividades, en 1839 se eliminó definitivamente. Sus catedráticos, se incorporaron como tales a las universidades donde existían vacantes, salvo Rufino Landa que permaneció en Pamplona.
En los diez cursos en los que impartió docencia se expidieron 250 títulos de medicina y cirugía, treinta de farmacia y diez de doctorado. En ese recuento, casi 100 títulos correspondían a cirujanos romancistas, así denominados por el uso de las lenguas romances, pues su principal saber procedía de la práctica diaria.
Por lo que respecta a títulos profesionales, no fueron frecuentes. Muchas corporaciones los despachaban en copias de amanuense. Destaca el de 1652 a favor de Lucas Pinedo, como veedor de pintura de la hermandad de pintores de san Lucas de Pamplona, con un enorme blasón del escudo de la monarquía hispánica. El mismo diseño con el blasón y una rica orla se utilizó en aquel mismo año para otorgar títulos de pintor.
Edictos de provisión para puestos de la capilla de música catedralicia
El archivo catedralicio conserva algunas grandes hojas de anuncio para la provisión del cargo de maestro de capilla de la misma. La impresión en este caso, se justifica, porque viajaban vía correo a diferentes colegiatas y catedrales para que se hiciese público entre los posibles interesados para hacer la oposición o presentar los méritos correspondientes.
En el que se mandó imprimir en 1780 para proveer el magisterio de capilla, vacante por renuncia de su titular Juan Antonio Múgica en 1779, se especifican entre las obligaciones del futuro maestro la composición de treinta y seis villancicos (composiciones musicales en lengua vernácula), distribuidos del siguiente modo: diecisiete para el Corpus, siete para la Asunción, otros siete para la calenda y maitines de la Navidad, tres para Pascua de Resurrección, uno para san Francisco Javier, otro para la Inmaculada Concepción y otro para la fiesta del Santísimo Nombre de Jesús. El cabildo se reservaba la opción de elegir al más idóneo, hábil y capaz y entre las obligaciones del nominado figuraban la de regir o dirigir la capilla, instruir en música y composición a los seis infantes de la misma, que residirían en su casa, para lo cual se le darían 40 reales mensuales por cada uno para su manutención, además de la ropa, calzado y ropa de cama.
Conocemos otros impresos de otros edictos para la provisión de otras plazas de la capilla. En 1760 para sochantre se exigía una tesitura concreta de contralto, voz clara, “con la gala y movimiento necesario y que cante con estilo y destreza” en canto llano, buena pronunciación y mediana inteligencia en el canto de órgano. En 1781, para tenor, se exigía que fuese presbítero, fijándose su renta anual en más de 160 ducados, con la obligación de ser de buenas costumbres, destreza en la música “y los puntos de voz desde Cesolfaut grave hasta Gesolreut sobreagudo”.
En el ámbito eclesiástico también se conservan grandes impresos con decretos episcopales impresos, a partir del siglo XVIII y con diferentes temas.
Los carteles sanfermineros en el siglo XIX: color y litografías
Se trata de un tema mucho más conocido por el interés que los sanfermines han despertado en la sociedad, por los numerosos coleccionistas que los han buscado desde hace décadas y por el interés intrínseco que poseen, al haber sido diseñados por destacadísimos dibujantes y pintores. La novedad del cartel decimonónico radicada en el empleo de imágenes litografiadas, así como en el color. Ambas características hacían que fuesen especialmente admirados por la población y que su edición se esperase con expectación.
Por su proyección popular y festiva destacan varios carteles de las últimas décadas del siglo XIX, realizados en el prestigioso establecimiento zaragozano de Portabella, si bien, en varias ocasiones, el diseño pertenece a distintos artistas navarros. No sorprende que se realizasen en dicho establecimiento los carteles de 1884, 1887, 1890, 1891, 1898, 1899, 1900, 1901, 1902, 1904, 1906, 1907 y 1908, habida cuenta que fue una de las empresas litográficas de mayor prestigio a nivel nacional en el periodo entre siglos, alcanzando asimismo un alto reconocimiento internacional.
Ignacio Urricelqui ha estudiado este tema, señalando su interés desde el triple punto de vista: formal, temático e iconográfico. Estéticamente, evolucionaron desde aquellos decimonónicos en los que el texto predominaba sobre una imagen muy reducida, hasta el cartel que centra todo su interés en la imagen. La amplia temática de la fiesta proporcionó un abundantísimo repertorio al cartel sanferminero. El mencionado autor señala cinco grandes fases en su desarrollo.
El Archivo Municipal conserva algunos primitivos carteles realizados en establecimientos de la ciudad y aporta noticias de otros. Entre los primeros citaremos los correspondientes a 1841, realizado en blanco y negro con los escudos de Pamplona y Navarra y una escena de toreo en la parte superior con pie de la Imprenta de Eransus. El de 1846 fue realizado por E. López, incorpora el color con unas letras grandes doradas y una escena en un óvalo con el picador, el toro y el torero, tocado aún a la dieciochesca. El de 1852 fue realizado por Ignacio García en Pamplona e incorpora una gran litografía del coso de la ciudad, en el tercio superior. La gran novedad es el color de la ilustración en la vestimenta de los toreros y en el fondo de los palcos. Se trata de una obra cuidada en su ejecución. El de 1867 es obra del establecimiento de Darío Aguirre, no posee color, y muestra en la parte superior el coso dividido por la mitad con diferentes suertes de toreo.