19/06/2023
Publicado en
Diario de Navarra
Ricardo Fernández Gracia |
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Hasta la reforma de los años cuarenta del siglo pasado de la catedral de Pamplona, formaban parte fundamental de su espacio interior la vía sacra, también denominada como “la valla”, que era una especie de corredor limitado por un enrejado, los púlpitos y las caponeras ubicadas delante de la reja del coro.
Vía sacra y caponeras se realizaron a consecuencia de un acuerdo capitular del día 7 de agosto de 1829, si bien su ejecución material tuvo lugar entre 1830 y 1834.
La vía sacra
La doble verja que unía, en las catedrales, el coro con la capilla mayor se denominaba vía sacra y servía para el uso exclusivo del cabildo en las celebraciones. En aquellas catedrales en las que se ha suprimido el coro de la nave central, también ha desaparecido la valla. Asimismo, se han perdido en otras muchas, si bien algunas, como la de Tudela (1766-1767), aún la conservan.
La antigua valla o vía sacra de la seo de Pamplona era de hierro y se decidió sustituir por otra de mayor empaque en 1829, siguiendo el modelo de las rejas bajas de las capillas, costeadas años atrás, en 1818, por el prior Judas Tadeo Pérez y de las barandillas de los púlpitos sufragados, por aquel mismo tiempo, por el arcediano de la Cámara, Pedro Vicente Echenique.
Antes de pasar a firmar el contrato con los artífices, el cabildo pidió modelos y condiciones de ejecución a distintos maestros latoneros de la ciudad. Una de las propuestas la firmaron José Mirepoix y Manuel y Felipe Hernández, que fue desechada. En enero de 1830 el dictamen de dos peritos -el maestro armero Marcos Vergara y el platero Pedro Antonio Sasa- se inclinó por la propuesta de los latoneros Agustín Romeo, Cristóbal Arrillaga y Juan Casas, argumentando su limpieza y pulimiento, entre otros extremos. La escritura se formalizó el 21 de febrero de 1830 con estos últimos, nombrando el cabildo a los siguientes oficiales para ayuda: el carpintero Fernando Aramburu y el cantero Martín Oronoz, designando para cualquier duda al antes mencionado Pedro Antonio Sasa y su yerno Celedonio Yturzaeta. El coste de los 74 balaustres de latón, pasamanos y otros elementos ascendió a 40.131 reales fuertes.
El conjunto quedó finalizado para el mes de agosto de 1831, destacando por su sobriedad y elegancia, con la mezcla de mármol y el color dorado de los balaustres, finamente trabajados, pulidos y limados.
Las caponeras
Afirma José Mª Iribarren en su Vocabulario navarro que caponera era el término antiguo con que en Pamplona y Tudela se denominaba a la tribuna, situada delante de las rejas de sus coros catedralicios, lugar en el que los capitulares escuchaban los sermones. Aporta como prueba un documento publicado por Mariano Arigita, en el que al reseñar una función solemne se afirma que, en 1774, “el obispo dio la bendición papal, pero nosotros (los canónigos), hemos recibido ésta desde la que llaman caponera, o paraje donde oímos los sermones sin ir al presbiterio, por la mucha gente”. En Aragón se denominaba “canariera” y entre las conservadas destaca la de la Seo de Zaragoza realizada a comienzos del siglo XVII por Pedro Aramendía. En Tudela, la explicación popular para la caponera se ponía en relación con la apariencia de los canónigos a grandes capones, éstos con sus crestas rojas y aquéllos con sus mucetas encarnadas.
Las caponeras, ubicadas delante de la reja coral, a ambos lados de la puerta de acceso al recinto, se designan en la documentación pamplonesa indistintamente con otros términos como tribunas del coro o antecoro. Contaban con un basamento arquitectónico y unos asientos destinados a los capitulares en los sermones, con un enrejado.
Las caponeras pamplonesas, hasta la reforma de 1832-1834 tenían el basamento de azulejos, como las de Tudela que contaban con cerámica de Muel. Con la reforma planteada por el arquitecto guipuzcoano Pedro Manuel Ugartemendía para el trascoro y antecoro, en 1830, se proyectaron de nuevo, a los pocos meses de terminarse la vía sacra.
En la primavera de 1831 se acordaron varios detalles de toda la obra y en una capítula del condicionado leemos: “Que se hagan también de mármol bruñido el zócalo de las caponeras, que en la actualidad está cubierto con azulejos, para cuando se ponga la barandilla o antepecho igual a la nueva valla del cuerpo de la iglesia”.
El 4 de enero de 1832 el cabildo le escribía apremiándole y haciéndole saber que deseaba que viniese “a dar la idea o diseño de la barandilla o antepecho de bronce que ha de colocarse en las tribunas del antecoro proponiendo al mismo tiempo las mejoras de que sea susceptible esta pequeña obra, a cuyo intento tenemos ya comprado el metal desde septiembre último, y quisiéramos que se hiciese pronto, pues habiéndose colocado ha más de cinco meses la nueva valla ante el cuerpo de la iglesia, causa grande disonancia el ver toda vía la de fierro en dichas tribunas o caponeras, hasta las cuales ha de llegar aquélla y se halla incompleta por este atraso”.
El 30 de mayo, Ugarmendía pidió a los comisionados de la obra que revisasen papeles sobre la subasta para el arranque y desbaste de 22 piedras blancas pintadas de las canteras de Almándoz para el trascoro y las tribunas o caponeras.
Como ya puso de manifiesto Goñi Gaztambide la obra del trascoro se dilató por culpa del arquitecto, e incluso no se llevó a cabo hasta 1854-1857. La intervención en el antecoro se hizo en la primavera verano de 1834. Concretamente, las obras de las caponeras comenzaron el día 9 de abril de 1834, en que se cambió el horario de coro y el lugar de los oficios divinos mientras durase la obra, que se concluyó el día 6 de junio del mismo año de 1834.
El encargado de abrir y cerrar las puertas de las caponeras era el portero de la catedral, según se recoge en distintos documentos, entre ellos el de las obligaciones de tal cargo en 1801. En aquel ordenamiento se prevenía al portero a abrirlas “con anticipación en los días que hubiere sermón o alguna publicación desde el púlpito”.
La última fotografía de las caponeras ya destruidas data de 1940, cuando se procedió con todas las prisas a desmontar el coro y la desafortunada intervención en la catedral, realizada sin el rigor que exigía el monumento, en su doble vertiente de obra histórica y artística. Desde el punto de vista histórico, porque no respetaron todas las transformaciones de tantos siglos, perdiendo la autenticidad e identidad del documento histórico -unicum- del monumento, el genius loci. Desde el punto de vista artístico, porque el resultado no coincidió, ni mucho menos, con los planes originales de la catedral gótica. La falta de un plan claro de intervención, constatado por Francisco Íñiguez, queda patente al comprobar cómo se desmontaban retablos, rejas, sillería, sin orden ni concierto y se improvisaba absolutamente todo, sin una única dirección coherente, guiada por criterios técnicos y profesionales.
El proyecto para dorar la reja del coro en 1834
Entre las sorpresas que guarda el archivo capitular y que vamos descubriendo, merced a la amabilidad y paciencia del archivero don Alfredo López-Vallejos, figura el proyecto que el mencionado Pedro Manuel Ugartemendía hizo para dorar y policromar la reja renacentista del coro, una vez finalizadas las obras de la vía sacra y las caponeras. A los pocos días de la finalización de estas últimas, el 30 de junio, se fecha en la capital navarra, su propuesta de la que entresacaremos algunos detalles.
El texto va dirigido al prior, como responsable principal del templo. En aquellos momentos lo era Juan Ángel Muguiro, desde 1830 y que falleció en Bayona en 1837.
En el encabezamiento afirma que cree su deber advertir de la conveniencia de realizar el dorado con brevedad y economía del bello enrejado del coro, por estar montados los andamios, seguramente para proceder a la limpieza de la pieza, ya que se había resuelto pintar toda la reja “con baños de aceite de linaza a fin de precaverle del ataque de la roña”. Con tal operación, entendía Ugartemendía que se daría realce y aprecio a la reja, y a su vez el decoro del templo catedralicio.
En una primera condición, considera que sólo se deberían dorar las partes más visibles del adorno del remate, enumerando los filetes, rosetas, capiteles y parte de los grandes pilastrones, así como algunas partes de los pináculos, basas y balaustres, lo que significaba dorar solamente las partes más visibles y precisas para que el efecto fuese de realzar el mérito “de tan hermoso enrejado, evitando toda profusión o gasto innecesario”.
El cálculo del coste lo evaluó en 3.600 reales de vellón, si bien advertía de la dificultad de calcular por las labores de calados y recortados de los adornos y de las formas y perfiles, siendo partidario de dar la obra a jornal, antes que hacer un convenio. Si se optaba por lo primero, advirtió sobre algunos aspectos. En primer lugar, proponía traer el oro necesario desde Bayona y entregarlo al maestro dorador Gatell -seguramente Manuel Gatell, casado con Felipa Aloy-, bajo la vigilancia del maestro mayor de las obras de la catedral, Francisco Cruz de Aramburu. En segundo lugar, advierte de la necesidad de preparar aquellas partes susceptibles de ser doradas. Un tercer parecer se refiere al jornal del mencionado Gatell y dos oficiales doradores, cobrando cada uno, doce reales de vellón diarios, más un aprendiz al que se asignarían cinco reales. El último responsable de señalar las partes doradas sería el propio Ugartemendía, juzgando que se podía terminar la obra para mediados de agosto, fiesta de la titular del templo.
Una última advertencia es de sumo interés, ya que nos da razón del conocimiento del arquitecto del panorama francés y español. Dice así: “Se advierte que el oro con se ha dorado la cenefa de prueba de sobre la puerta del coro, es de la fábricas españolas, su color algo apagado; pero el de las de Bayona, sobre ser los panes mayores y más económicos, tiene un color más subido y grato a la vista, por cuyas circunstancias preferible por ahora a la calidad española y por su compra y acopio podría hacer con más conocimiento y economía el mismo maestro Gatell, llegado a este caso, con preferencia a todo comerciante por la costumbre de cargas el tanto por ciento de comisión”. Termina el memorial haciendo notar que en las partes que se fuesen a dorar se debía evitar dar la mano de aceite de linaza porque tendría demasiado brillo y entraría en colisión con el oro.
El autor de este proyecto, Pedro Manuel de Ugartemendía (1770-1835) fue un arquitecto guipuzcoano, que desempeñó el cargo de inspector de caminos de Guipúzcoa e intervino en numerosos proyectos, también en Navarra: Irañeta, Puente la Reina y distintos edificios de Pamplona: proyectos de la Inclusa y del teatro, entre otros.
Todos aquellos planes para dorar la reja del coro y de la construcción del trascoro también quedaron suspendidos por acuerdo del cabildo de 4 de julio de 1834, en el contexto de la primera guerra carlista. Lo referido a la reja no se volvió a plantear, en cambio el trascoro se hizo realidad unos años más tarde.