Josep-Ignasi Saranyana, Profesor emérito de Teología
Ecología e inteligencia
"Precisamente por su dignidad única y por estar dotado de inteligencia, el ser humano está llamado a respetar lo creado con sus leyes internas, ya que ‘por la sabiduría el Señor fundó la tierra' (Prov. 3,19)". He aquí una de las frases capitales de la última encíclica del papa Francisco, cuando entra en materia (capítulo segundo), después de una descripción de los posibles daños que podrían derivarse de no atender al cuidado de la tierra, por egoísmo o por otras razones.
La cuestión de fondo no es, por tanto, que desaparezca alguna especie animal, pues a lo largo de la historia del mundo, son muchas las especies desaparecidas y las "nuevas", por decirlo así, surgidas o adaptadas a ambientes transformados. Tampoco es la primera vez que cambia el clima, cosa que ha ocurrido, como se comprueba fácilmente, sin necesidad de apelar a los largos ciclos geológicos, sino situándonos en las eras meramente históricas. En Gales e Inglaterra se producía vino en tiempos romanos y los viñedos eran importantes en el siglo XI. Y ahora vuelven a serlo.
El asunto central es que el hombre, el único ser inteligente sobre el planeta, descubra el designio también inteligente sobre el que se funda la tierra. Y que, descubierto este proyecto (o al menos intuido) decida comportarse con inteligencia, y no egoístamente, porque a la corta saldría él mismo perjudicado.
El papa llama, pues, a una mirada inteligente sobre el globo terráqueo, lo cual supone respetar la ley sabia de todas las cosas, empezando por la ley que el mismo hombre lleva inscrita en su propia naturaleza.
Es obvio que no todo lo que puede ser hecho, debe ser hecho. No todo lo técnicamente posible ha de llevarse a cabo, porque, si bien técnicamente posible, puede ser una decisión estúpida. Creer, de entrada, que todo está a nuestra disposición según capricho, es un planteamiento ridículo. Por eso, casi al comienzo, el papa afirma que: "también el ambiente social tiene sus heridas. Pero todas ellas se deben en el fondo al mismo mal, es decir, a la idea de que no existen verdades indiscutibles que guíen nuestras vidas, por lo cual la libertad humana no tendría límites".
Se podrá, por ejemplo, hacer un niño en una probeta, pero es imposible que un niño se avenga a no tener ni padre ni madre. Y esto también es ecología.