19-10-2021
Publicado en
Diario Montañés
Gerardo Castillo |
Facultad de Eduacación y Psicología. Universidad de Navarra
En las últimas décadas han aumentado los conflictos interétnicos e interculturales, el racismo, la xenofobia, la destrucción del medio ambiente, la violación de los derechos humanos y el terrorismo. Ello plantea a la sociedad el reto de equiparse con nuevos valores. No se trata de un nuevo recurso técnico, sino humano.
En el preámbulo fundacional de la Unesco se afirmaba que «si las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz». Se proponía al mundo el desafío de construir la paz con nuestra capacidad para transformar los conflictos en oportunidades de intercambio y encuentro. Este nuevo enfoque se denominó «cultura para la paz». Posteriormente, la ONU declaró el decenio 2001- 2010 como tiempo de «una cultura de paz y no violencia para los niños del mundo».
Pacífico no es lo mismo que pacifista. El pacífico es un amante de la paz, pero, a diferencia del pacifista, lucha por defender lo justo. La cultura para la paz no debe entenderse como un pacifismo utópico y abstracto o como una tolerancia pasiva. Supone, por el contrario, la construcción de un marco de vida conforme con la dignidad de la persona, con actitudes que posibiliten, a las personas y a los pueblos, convivir de forma pacífica.
Hoy es prioritario reinventar la paz por medio de una educación para la democracia, la justicia, la tolerancia y el respeto a la diversidad cultural, que permita la prevención de los conflictos. Todas las personas quieren la paz, pero pocas son conscientes de que es un valor que hay que cultivar en la familia y en la escuela desde edades tempranas. La educación para la paz es actualmente una laguna educativa que urge cubrir. La paz no es una opción, sino una necesidad. Tampoco es meramente la ausencia de violencia y de conflictos; es, esencialmente, la armonía del ser humano consigo mismo, con los demás y con la naturaleza.
Se trata de un aspecto de la educación en valores. Incluye cuestionar los comportamientos que son contrarios a la paz, como, por ejemplo, la discriminación, la intolerancia y la violencia. No es una educación ocasional, sino permanente.
Educar para la paz es una tarea conjunta de padres y profesores. Comienza en la familia y luego se suma la escuela. Esta última debe incluirla en el currículo como valor transversal. Los padres son los primeros en promoverla, porque las actitudes del niño se van conformando a medida que se desarrolla emocionalmente en la interacción con sus principales figuras de apego.
El núcleo familiar es el primer agente socializador del niño. En su seno aprende valores y modos de reaccionar ante lo que le rodea. Así lo consideraba la Madre Teresa de Calcuta: «La paz y la guerra empiezan en el hogar. Si de verdad queremos que haya paz en el mundo empecemos por amarnos unos a otros en el seno de nuestras propias familias».
La familia es una institución natural en la que se nace, se crece y se muere como persona. Es la atmósfera que la persona necesita para respirar. Esa atmósfera se caracteriza por el amor: la familia es una comunidad de personas unidas por lazos de amor incondicional, que crecen juntas. La comunidad familiar encuentra su fundamento más hondo en una capacidad típica de la persona: amar familiarmente.
La familia es ámbito de valores. En ella se transmiten y descubren no simplemente valores teóricos, sino también valores vividos. En la familia hay una forma de aprender que no se da fuera de ella: es un aprendizaje por impregnación del modo de vida adulto. Desde las primeras edades, los niños aprenden como por ósmosis lo que ven y oyen en casa: criterios, costumbres, modales. Detrás de todo eso hay valores, incluido el valor de la paz.
Los padres son el espejo en el que se miran los hijos. No pueden pedirles que resuelvan sus problemas a través del diálogo si no les dan ejemplo. «No basta hablar de paz. Uno debe creer en ella y trabajar para conseguirla» (Eleanor Roosevelt).