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Misas del Gallo de tiempos pasados

19/12/2022

Publicado en

Diario de Navarra

Ricardo Fernández Gracia |

Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

La Nochebuena tenía, hasta hace unas décadas, sus dos componentes tradicionales en la celebración familiar y la misa del gallo. A comienzos del siglo XX esta última aún guardaba herencias de un pasado secular, rico en representaciones singulares y festejos populares, por parte de danzantes y pastores, que la convertían en una función litúrgica extraordinariamente concurrida y vivida con una alegría desbordada. Era una noche de vivaces pastorelas y villancicos, acompañados con todo tipo de instrumentos de percusión. Todo quedó mermadísimo a consecuencia de la férrea reforma de música sagrada del Motu proprio de san Pío X, en 1903.

Como es sabido, la denominación de dicha obedece a la tradición que señala al gallo como el primer animal que vio al Redentor, encargándose de comunicar la noticia al mundo. Su celebración data del siglo V, en tiempos del papa Sixto V y formaba parte de las tres que se celebraban a media noche, al alba -también llamada de pastores- y en la mañana del día de Navidad.

En las catedrales de Pamplona y Tudela: los maitines

La Nochebuena en la seo pamplonesa comenzaba con los maitines. Un texto de Leocadio Hernández Ascunce (1883-1965), maestro de capilla y antiguo infante, nos retrotrae a fines del siglo XIX con esta relación: “A las diez en punto comenzaba el Oficio litúrgico para terminar exactamente a las doce. No faltaban familias pamplonesas que fieles a sus tradiciones acudían para oír algún rato y distribuirse después para la misa del gallo por sus iglesias y conventos favoritos. No había aún instalación eléctrica ni calefacción. Sobre las puertas laterales del templo se alzaba un farolillo. Dentro y a lo largo de las naves se ponían hacheros. En el altar mayor aparecía descubierta la Virgen del Sagrario alumbrada por dos angelitos de plata con una vela encendida. Las seis velas litúrgicas en el mayor y dos velas en los altares de las capillas laterales. En el centro del coro dos grandes hacheros y un formidable brasero para templar en lo posible la larga estancia. Las palmatorias correspondientes en las sillas corales, la capilla de música completa, los prebendados residentes en su puesto y el señor obispo, de capa magna, en su silla episcopal. Este era el ambiente y la emoción de la música en nuestras almas era de divinas resonancias. El eco de aquella polifonía queda muy dentro de nuestros corazones”.

Conocemos los textos de algunos villancicos, como los compuestos en 1716 por el maestro de capilla Miguel Vals, conservados en la biblioteca de la Real Academia de la Historia. En 1777 el obispo baztanés Irigoyen y Dutari se mostró muy contrariado por los aires que tenían aquellas composiciones en lengua vernácula.

En la Nochebuena tudelana, las autoridades municipales y los prelados de las órdenes religiosas, colocados en el coro catedralicio, asistían al solemne canto de la calenda, entonada por un canónigo. Al finalizar, había un pequeño sermón “anunciando el misterio, poniéndose el orador en la silla alta del coro”. Los maitines se cantaban a las nueve de la noche, “y por la solemnidad y villancicos que en ellos canta la música duran hasta las doce, a cuya hora se canta la misa”.

Censuras políticas y eclesiásticas

En Pamplona, para evitar posibles desmanes, en circunstancias políticas nada fáciles, el Jefe Político ordenó, en 1821, celebrar la misa del gallo a puerta cerrada. Prohibiciones similares se produjeron en otras localidades en el agitado siglo XIX, de modo especial en momentos de cambios políticos.

A las censuras políticas habían precedido las de algunos eclesiásticos en el siglo XVIII. El jesuita tafallés Pedro de Calatayud, famoso por sus misiones populares, afirmaba a mediados del Siglo de las Luces que era “ofensiva al Dios de la Majestad la bulla e indecencia que tal vez se practica con cazos, sartenes y ruido” en la noche de Navidad, llegando a afirmar que pecaban mortalmente “los que en los maitines de la Natividad mezclan al tiempo de leer las lecciones sainetes, apodos, palabras y expresiones indecorosas torpes y gravemente disonantes de aquel paso y sagrado misterio, por el grave escándalo que dan en esto”. Con todo ello parece referirse a ciertas expresiones del alma popular a las que se daba suelta aquella noche.

Noche de bullicio y desmanes

Los excesos en Nochebuena fueron nota común en diferentes localidades. En la capital navarra, en 1681, hubo grandes desmanes en la iglesia de las Clarisas de Santa Engracia, llegándose a derrumbar las puertas, con “una canal o pesebre de ovejas”, con grandes gritos y lanzamiento de piedras, castañas y nueces.

En Cirauqui, en 1830, se produjo cierto alboroto, durante los maitines, antes de la Misa del Gallo, cuando ocho personas entraron en la iglesia, vestidos de pastores, con “una calderilla de abadejo guisado” y el vicario bajó del coro a despacharlos, obedeciendo todos al instante. El suceso no quedó allí, sino que por la noche dos balas se introdujeron en la habitación del vicario y del organista, por lo que se abrieron largas diligencias judiciales. Las declaraciones de varios testigos nos informan de los atuendos de aquellos rústicos: sombreros anchos, zamarras de pellejo con lana y abarcas. Respecto al guiso, unos hablan de sopas, otros de abadejo guisado y otros de ajo de arriero.

En Tudela, la Nochebuena tenía cita concurrida en el convento de Franciscanos, con una procesión con el Niño Jesús para ser colocado antes de la misa del gallo en el presbiterio, en el interior de una gran cueva, en la que ya estaban dispuestas las imágenes de la Virgen y san José. Por unas diligencias judiciales, sabemos que, en 1795, un grupo de hombres que se habían pasado con el vino, organizaron ciertos alborotos en el interior de la iglesia conventual, con silbatos de los que utilizaban los capadores por las calles, una vihuela y una corneta, a la vez que intentaron procesionar a algunas imágenes y soltaron unos cohetes de serpentinas por el suelo. Gracias a esos documentos conocemos el desarrollo de las ceremonias dentro del templo en tan singular noche.  Un testigo, llamado José Puyo, además de informar de los excesos, nos cuenta cómo ayudó al sacristán a preparar entre otros objetos la cueva para la adoración del Niño Dios, así como los hacheros para su iluminación.

A veces, los excesos fueron protagonizados por el clero. A modo de ejemplo citaremos al abad de Arboniés que, en 1798, fue denunciado porque acostumbraba a embriagarse, llegando a quedar privado de los sentidos y tener que acompañarlo a su casa algunas personas caritativas. En el año citado, durante la misa del gallo, protagonizó algunos despropósitos que llevaron a su reclusión.

En Cintruénigo, Fitero y otras localidades

En Cintruénigo las gentes vitoreaban con gritos de ¡Viva! en respuesta a la aclamación de un sonoro ¡Viva el Niño Dios!, pronunciado con voz potente, nada más entornar el celebrante el Gloria. En 1916, el cura ecónomo don Alfonso Bozal, harto de varias interrupciones, hubo de anunciar que terminaba la misa, sin canto alguno, rezándola. Un año después el párroco, tras congratularse de la costumbre, rogó que sólo se hiciese por tres veces, aunque al siguiente la misa quedó suprimida por largo tiempo, y la costumbre quedó en el olvido.

Iribarren refiere varios casos de bailes y danzas en la Nochebuena, como Tafalla en donde lo hacía un ganadero con calzón corto en los Franciscanos a comienzos del siglo XIX, mientras un fraile montañés tocaba el chistu y el tamboril. En Olite, la corporación municipal, con traje de golilla acudía a la Misa del Gallo y, terminada ésta, de lo alto de la cúpula se hacía descender mediante una tramoya una especie de alcachofa que se abría, dejando ver al Niño Jesús en su cuna, ante cuya imagen danzaban los pastores de la localidad. Dicastillo y Corella también contaban con sus particulares bailes en los templos en tan singular noche. En Corella, al finalizar la misa, un hombre y dos niños ataviados de pastores ejecutaban una danza pastoril con saltos y requiebros caprichosos, al compás de villancicos.

El caso de Fitero, la alegría se desbordaba en aquella noche y, a veces, llegaba a extremos poco convenientes para el ambiente litúrgico. Precisamente, por algunos desmanes se tuvo que suprimir, a fines del siglo XIX, una especie de representación pastoril en el interior de la iglesia. Hasta aquellas fechas los pastores del pueblo tomaban su particular cena de Nochebuena, unas migas, al parecer bien regadas con vino, ante el belén, debajo del púlpito. Un año, cierto párroco, poco condescendiente los expulsó del templo y no volvieron más. Al parecer, en algún momento de la misa, declamaban unos textos que bien pudieran derivar de los famosos Officium pastorum, tan popularizados desde fines de la Edad Media en tantos lugares de España. En el ofertorio se procedía a la adoración del Niño. El oficiante se despojaba del manípulo y tomaba la imagen del Divino Infante en sus manos para darlo a besar al pueblo. A continuación, los pastores, debidamente ataviados, procedían a danzar ante el recién nacido. De aquella tradición solo queda hoy el testigo musical, concretamente la costumbre de interpretar durante el ofertorio de los días de Navidad, Año Nuevo y Reyes, unos aires pastoriles y gallegadas, que los organistas se han ido legando desde el segundo tercio del siglo XIX.

José María Iribarren da cuenta de la costumbre en los pueblos del Pirineo “tenía un aire alborozado, popular, pastoril. Y en un ingenuo color de belén animado, con ofrendas y villancicos, con gallos y gorriones, con danzas pastoriles, con silbatos, gaitas y castañuelas. La iglesia toleraba indulgente estas fiestas expansivas con las que el pueblo, a su manera, conmemoraba la feliz amanecida”.

Otros testimonios del siglo XX

Si recorremos la hemeroteca encontramos algunas noticias en referencia a las misas del gallo en otras localidades. En 1903 en Caparroso, aún sin aplicarse la nueva legislación litúrgica, se acompañó la misa con “órgano, violines, bandurrias, tambor, pandereta y demás instrumentos propios de la noche buena, dirigida dicha misa por el reputado organista de esta villa don Joaquín Berruezo”. En Berbinzana, en 1907, durante la ceremonia “penetraron en la iglesia varios jóvenes vestidos con prendas propias de una mascarada. Cuando dichos jóvenes tomaron asiento en una capilla, el señor vicario rogóles que se retiraran, pero no lo hicieron hasta que a ello les obligó el señor alcalde. Una vez fuera del templo los expulsados, oyéronse varios gritos subversivos y sonaron dos disparos. Hasta ahora ignórase quienes son los autores de estos punibles actos”.

En 1915 se recoge la afluencia masiva en parroquias y conventos pamploneses, señalando lo ocurrido en los Escolapios, “donde se han instalado artísticos y amplios nacimientos, el desfile de fieles ha constituido los caracteres de una verdadera romería. Y no obstante la gran aglomeración de gentes, el orden y la compostura han sido ejemplares”.

En Orbaiceta, hasta 1926, según Mª Luisa Astráin, “se conservó la costumbre de que seis mozos de la familia labradora, vestidos con traje negro, abarcas de piel de vaca y unos tambores hechos con pieles de oveja, recorrían el pueblo cantando villancicos vascos... Su recorrido terminaba en el Ayuntamiento que estaba reunido en batzarre. Sonaban los seis tambores. Se abría la puerta y con gran solemnidad eran recibidos. Cantaban para todos. En la misa del gallo se colocaban en el altar, tres a cada lado. El momento de la consagración se anunciaba por un redoble de tambor. La misa se alegraba con villancicos que ellos entonaban”.

Desde Lesaca, se informaba en 1928: “Con extraordinaria alegría y animación se celebraron estas clásicas fiestas: las calles estaban muy animadas de mozos con sus Olenceros y a las seis de la tarde salió la banda municipal a recorrer también la villa con su también Olencero, viéndose muy concurrido toda la noche y a las doce como de costumbre muy antigua se fueron a la ceremonia religiosa de la Misa del gallo todas las cuadrillas, donde la hermosa iglesia presentaba un aspecto imponente con una muy profusa iluminación y atestada de fieles, presididos por el primer teniente de alcalde don Manuel Macicior; próximamente a la una de la madrugada terminó la misa y las cuadrillas con sus músicos se fueron a las clásicas sopas de ajos…”.

En 1953, desde Peralta se informaba que “La tradicional misa del gallo fue un acto que no se había conocido (al menos nosotros) tan concurrido de fieles nuestro templo parroquial, a pesar de ser en capacidad uno de los principales de nuestra diócesis”. En Tafalla, en 1957, se insistía también en la gran afluencia de fieles.

El año 1965 llegó con novísimos aires. En Pamplona se celebró por primera vez la misa fuera de un templo, en la Plaza de San Francisco, a iniciativa del Club Kirol que recogió una idea del célebre locutor de Radio Requeté tío Ramón (Ramón Urrizalqui). En Tudela, en la iglesia del barrio de Lourdes, unos “chicos ye-ye, embutidos en raros jerseys negros” armonizaron la misa con sus guitarras.