Santiago Álvarez de Mon, Profesor del IESE, Universidad de Navarra
Ayer y mañana de Haití
Escribir sobre Haití se impone como una ineludible obligación moral. El sufrimiento humano nos saca de nuestra modorra y nos interroga sobre el sentido último de la vida. Las catástrofes naturales de esta magnitud nos hacen ver nuestra radical impotencia y nimiedad y nos cuestionan sobre la existencia y carácter de Dios. "Dios susurra y habla a la conciencia a través del placer, pero le grita mediante el dolor: es su megáfono para despertar a un mundo sordo", escribió C.S. Lewis. El de arriba puede llegar a gritar tanto y hablar tan bajito que se nos quiten las ganas de vivir. Viendo tanto sufrimiento, familias quebradas, niños indefensos que te desnudan con su mirada, acompañado del pillaje y barbarie posterior, uno recuerda las palabras de Elie Wiesel: "Jamás olvidaré esos instantes que asesinaron a mi Dios y mi alma, y que dieron a mis sueños el rostro del desierto. Jamás olvidaré ese silencio nocturno queme quitó para siempre las ganas de vivir". En los límites, la esperanza del ser humano es probada hasta el infinito, arrastrada hasta una franja de tierra donde su Hacedor escucha lo que otros silencian. Tanta desolación y angustia, al menos, sirven para relativizar nuestros problemas. No pretendo minimizar los retos económicos y profesionales de ciudadanos atrapados en la crisis, pero convengamos que son pecata minuta si los afrontamos con ojos haitianos. Sociedad acunada en la abundancia, los terremotos, los tsunamis que su majestad naturaleza nos regala cada vez más a menudo debieran servirnos para cobrar cierta perspectiva con respecto a nuestros males.
A corto plazo, no tengo dudas sobre la sinceridad y generosidad de nuestra respuesta. El calvario de otros zarandea lo mejor de cada uno y nos invita a echar una mano. Al lado de escenas de violencia y salvajismo inquietantes, se observan conductas y compromisos ejemplares ¿Y mañana, qué? Pasado el rubicón de las primeras semanas, prestados los auxilios más inmediatos, ¿qué ocurrirá después? El futuro disecciona la hondura y consistencia de nuestros valores y motivaciones. Si éstos se quedan en la superficie emocional del impacto inicial, incapaces de hurgar más hondo, el Haití del mañana será muy parecido al de estos años. ¿Me permite su pasado ser optimista? ¿Qué nos advierte su historia y tradición? ¿Qué dice de nosotros su ancestral miseria? ¿Qué sabíamos de Haití hace15días? ¿A quién le importaba? Hasta 1804 colonia francesa – ya está París rasgándose las vestiduras por la rápida intervención americana –, ocupado por EEUU de 1915 a 1934, desde la dictadura de Francois Duvaliér su historia es una sucesión ininterrumpida de golpes, insurrecciones populares, derrocamientos, elecciones esporádicas e intervenciones de los cascos azules de la ONU. Lindando con los paraísos turísticos de República Dominicana, vecino de EEUU, enclavado en un lugar estratégico, Haití es el país más pobre de América, con la renta per cápita más baja de todo Occidente. Sus niveles de educación y salud son dramáticos y sus índices de corrupción y violencia consiguen registros pavorosos. ¿Por qué? Hasta ayer, ¿qué hacíamos al respecto?¿Qué haremos pasado el brote de solidaridad y decencia? Somalia, Afganistán, Yemen, Sudán…la lista de Estados fallidos carentes de una arquitectura constitucional en los que reinan el caos y las mafias aumentan a diario. ¿Sobre qué cimientos jurídicos, políticos, sanitarios, educativos, se puede construir el nuevo Haití? Es la única ventaja del brutal terremoto, nos muestra la cruda realidad de un país abandonado a su peor destino.
¿Cuánto se gasta el mundo en armamento? ¿Cuál es el presupuesto destinado a comida de régimen para perros? ¿Cuántos litros de leche se tiran a diario? ¿Cuánto se gasta Europa en subvencionar estupideces y privilegios? ¿Cuál será el siguiente Haití por descubrir? La retahíla de preguntas podría extenderse al infinito, no hace falta. Me parece perfecto y oportuno interrogar a Dios sobre el sufrimiento de los más pobres, que cada uno lo haga o se cabree con Él en la intimidad de su conciencia. Eso sí, muchas cuestiones deberíamos dirigirlas a nosotros mismos, a nuestra materialista forma de entender la vida. Ése podría ser nuestro homenaje a las víctimas.