Martín Santiváñez, Investigador del Navarra Center for International Development
Con la vara que mides
"Brasil está condenado a ser grande" decía el Barón de Río Branco, uno de los diplomáticos más sagaces de la historia latinoamericana. Río Branco, héroe civil brasileño, fue el gran artífice de la consolidación fronteriza del gigante sudamericano, un proceso llevado a cabo de manera pacífica, gracias a la impresionante labor realizada por Itamaraty (la cancillería brasileña) a fines del siglo XIX y principios del XX.
Río Branco no era un líder de la nueva república fundada en 1889 por militares modernizadores y positivistas comtianos. En realidad, el Barón fue un hombre de Estado forjado al calor del viejo Imperio. Cuando la República le ofreció la Cancillería, Río Branco, tras varias dudas, aceptó. Era difícil abandonar una Europa que iniciaba la Belle Epoque para internarse en la inseguridad de la política latina. Sin embargo, desde su nuevo puesto, este Metternich de los trópicos logró la consolidación de dieciséis mil kilómetros de fronteras brasileñas sin disparar un solo cartucho. Y en el camino asentó la vocación imperial del Brasil de cara al futuro.
Esta vocación imperial forma parte de la historia del gigante sudamericano. Río Branco legó a Itamaraty y al Estado brasileño la plena conciencia de su papel histórico en el continente. O, más bien, de su rol tutelar en Sudamérica. En efecto, según el Latinobarómetro, cerca de dos de cada diez latinoamericanos perciben a Brasil como el país con el mayor liderazgo en la región (20%) y, también, el más amigo (13%). Argentina, su viejo contendor, hoy en día acepta dócilmente la supremacía brasileña (54%) apostando a la carta conjunta del MERCOSUR. Sí, en cierta manera, Brasil es la democracia étnica que profetizó Gilberto Freyre, la Roma tropical de Darcy Ribeiro, el país do futuro de Kubitschek.
Un país cuyo liderazgo es reconocido por la mayor parte de la comunidad sudamericana tiene un prestigio que mantener. Es comprensible que toda la política exterior brasileña busque fortalecer su poder real, acrecentar su auctoritas, potenciar sus empresas, crear una red militar competitiva y defender a sus ciudadanos en el extranjero. Precisamente, este último punto ha desencadenado la reacción del gobierno brasileño con respecto a nuestra política migratoria. Desde que en 2008 la tensión estalló a raíz de las expulsiones en Barajas y aunque el número de brasileños que sufren esta medida ha disminuido, cientos de casos continúan provocando el malestar de Brasilia. En los últimos cinco años, casi diez mil brasileños han sido expulsados de España. De acuerdo a las cifras oficiales, cien mil españoles viven en Brasil, mientras que unos ochenta mil brasileños residen en nuestro país. Son demasiados los intereses comunes que nos unen. Por eso, que el líder sudamericano señale que a partir del 2 de abril exigirá a los turistas españoles condiciones similares a las que piden los aeropuertos de Barajas o el Prat a los viajeros brasileños (dinero, carta de invitación, reserva de hotel, etc.), no es un asunto baladí. Aunque la imagen de España es positiva en todo el continente (también en Brasil) si queremos que se mantenga y fortalezca es preciso que revisemos nuestra estrategia con respecto a la inmigración latina, una inmigración que a todas luces ha sido favorable para nuestra sociedad según la mayor parte de los estudios empíricos. Si seguimos desarrollando prejuicios sobre los inmigrantes (son delincuentes, nos quitan el trabajo, viven gratis del Estado) alimentaremos de manera directa una respuesta social sudamericana que repercutirá en nuestras inversiones, rentables y eficaces desde todas las perspectivas. Fomentar el resentimiento de una gran comunidad que en buena medida es honesta, capaz y emprendedora, nada tiene que ver con los principios liberales y mucho con la demagogia electoral. Tratándose de Iberoamérica, una región tan ligada a nuestro desarrollo, un espacio sumamente vinculado a nuestra historia, es mejor parafrasear a Cicerón: "Silent leges inter fratres". Entre hermanos, que callen las normas draconianas, que se eliminen las restricciones y los tratos abusivos. Río Branco, con tacto y elegancia, nos recordaría de dónde viene Brasil y porqué las sociedades abiertas deben acompañarle.