Ramón Balmes, Profesor de Teología
La pasión del sacerdocio
En una ocasión, almorzando con el papirólogo Ramón Roca Puig en el monasterio de Montserrat, le pregunté hasta qué punto le preocupaba la falta de vocaciones sacerdotales en la Iglesia católica. La respuesta del doctor Roca Puig fue contundente: las vocaciones sacerdotales florecerán de nuevo por la sencilla razón de que la historia es cíclica y Dios tiene sus instrumentos para cuidar de su Iglesia. Uno de ellos, no me cabe duda, fue el teólogo Lucas Francisco Mateo-Seco, profesor durante más de 40 años de la facultad de Teología de la Universidad de Navarra, que falleció el pasado sábado en la Clínica Universitaria de Pamplona.
Le recuerdo perfectamente a principios de los años ochenta en su paseo diario por el campus desde la facultad de Teología hasta el edificio central, en medio de la variopinta comunidad universitaria. O en las inolvidables tertulias organizadas por el profesor de literatura José Miguel Cejas en el Colegio Mayor Belagua. Don Lucas o don Francisco, siempre con su mirada clara y su sonrisa permanente, nos transmitía ante todo confianza, serenidad y optimismo a los jóvenes estudiantes venidos de toda España.
En 1992, con motivo de la conmemoración de los 25 años de la Facultad de Teología, el doctor Mateo-Seco, que en 1967 había llegado a Pamplona, con 31 años, para poner en marcha la facultad por deseo expreso de san Josemaría Escrivá, se preguntaba en público: "¿Cómo fueron los comienzos? Divertidos, trabajosos, esperanzados. Teníamos la seguridad de que Dios no nos dejaría de su mano. Y la ilusión de servir a la Iglesia no sólo con la buena voluntad, sino también con una obra bien hecha. Eso era lo que verdaderamente importaba".
Y es que don Lucas no perdía nunca el buen humor ante las dificultades. "Él, con sus muchas veces fingida exageración andaluza, enseñaba a quitar hierro a lo dramático o difícil para continuar mirando hacia delante con esperanza. No es extraño que se hiciera querer tanto por todos los que le trataban por razones de su trabajo académico o de su intensa labor pastoral", comenta en su recuerdo Juan Chapa, decano de la facultad de Teología de la Universidad de Navarra.
Así don Lucas tenía esta capacidad de escuchar y animar a todo el mundo. Pero su profundo sentido sacerdotal lo convirtió, como me había explicado mossèn Roca Puig en Montserrat, en este instrumento fidelísimo de Dios para guiar y acompañar a generaciones de sacerdotes en su vocación y formación intelectual en el campus de Pamplona y en el seminario de Sevilla. Porque la pasión de su vida fue el sacerdocio y la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz del Opus Dei.
Desde su ordenación en Sevilla el 28 de marzo de 1959, Mateo-Seco dedicó toda su vitalidad, energía, capacidad de trabajo y dotes de gobierno a forjar buenos cristianos y buenos sacerdotes. En su etapa de formador del seminario de Sevilla trató al cardenal Bueno Monreal. Y en la Universidad Pontificia de Salamanca, donde se licenció en Teología, fue compañero de los cardenales Antonio María Rouco Varela y Ricard María Carles. Después se doctoró en Roma en la Universidad de Santo Tomás (Angelicum). La experiencia no pudo ser más gratificante. Desde el centro de la Iglesia vivió los trabajos del Concilio Vaticano II y trató a san Josemaría.
El profesor Mateo-Seco, nacido el 6 de enero de 1936 en La Campana (Sevilla), será recordado por su afán de acercar a los hombres a Dios, de hacer las cosas bien y por su ilusión por soñar en cosas grandes. Autor de más de un centenar de libros y tratados científicos, alcanzó gran prestigio internacional sobre todo como teólogo especulativo en el área de la teología trinitaria, la cristología y la mariología.