Ricardo Fernández Gracia, Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Imágenes de San José en Navarra
Entre los temas que más éxito tuvieron en el arte católico del siglo XVII, destacan los relativos a San José, difundidos muy especialmente por los carmelitas descalzos, siguiendo a Santa Teresa. A ello cooperaron los textos de los Evangelios Apócrifos, la obra del dominico Isidoro Isolanus Summa de donis Sancti Josephi (1521), inspirada en aquellos y muy particularmente en el libro del Padre Jerónimo Gracián de la Madre de Dios Sumario de las Excelencias del Glorioso San Joseph, esposo de la Virgen María editado por primera vez en Roma, en 1597, reeditado en numerosas ocasiones, con el título de La Josephina, que pasa por ser uno de los instrumentos más importantes en el impulso devocional hacia el Santo Patriarca.
Entre los primeros testimonios de la devoción al santo en Navarra, hemos de citar la determinación en 1524 por el sínodo diocesano de Pamplona en aras a introducir el oficio del santo el 19 de marzo, y la realización de una interesante tabla que se conserva en la catedral de Tudela unos años más tarde. La presencia de los hijos de Santa Teresa cayó, por tanto, en tierra abonada, en lo que se refiere a admiración y culto a San José. La citada santa afirma al respecto: "Y tomé por abogado y señor al glorioso san José y me encomendé mucho a él. Vi claro que, tanto de esta necesidad como de otras mayores, de perder la fama y el alma, este padre y señor mío me libró mejor de lo que yo lo sabía pedir. No me acuerdo hasta hoy de haberle suplicado nada que no me lo haya concedido".
A partir de fines del siglo XVI sus imágenes se multiplicarán en muchos retablos a lo largo de toda la geografía foral, siendo siempre de mayor número y calidad que la pintura. Respecto a los ciclos, el único que se conserva es el que decora la nave de la iglesia de los Carmelitas Descalzos de Pamplona, realizado hacia 1760, bajo el cuidado del Padre fray Bernardo de la Madre de Dios, prior de Pamplona en varias ocasiones y provincial, con una copiosa limosna que le había enviado su hermano don José Francisco Bigüézal, obispo de Ciudad Rodrigo entre 1756 y 1762.
Gremios y cofradías
Un importante conjunto de gremios de carpinteros se documenta a lo largo de la geografía foral desde el siglo XVI hasta el XVIII: Pamplona, Tudela, Estella, Sangüesa, Corella, Fitero, Cascante y Corella, entre otros. San José fue su patrono en casi todos los casos. De su estudio se ha ocupado Eduardo Morales Solchaga en distintos trabajos.
Junto a estas asociaciones de corte profesional, también se fundaron otras de marcado carácter devocional entre las que destacaron las de Pamplona y Tudela, todas ellas en el siglo XVIII. La de Tudela radicaba en el convento del Carmen Calzado y se fundó en 1731.
En el convento del Carmen de la capital navarra se constituyó la cofradía en 1716 y su imagen titular –hoy en la parroquia de San Agustín- fue la única que se estampó en un grabado ya en la segunda mitad del siglo. En su organización contaba con un prior, dos diputados, dos enfermeros y cuatro mayordomos y dos monitores, cargos que se elegían anualmente. Al igual que en otras cofradías, si un hermano enfermaba era socorrido espiritual y económicamente. La fiesta se celebraba con gran solemnidad en lo litúrgico y en lo lúdico con hogueras y voladores.
Otra cofradía dedicada a San José y los Desposorios tuvo su sede en San Saturnino desde 1717, año en que regaló la imagen del santo Pedro Castellos. Esta hermandad sostuvo algunas tensiones con otra cofradía josefina establecida en la parroquial de San Lorenzo.
Una tabla especial en la catedral de Tudela
En la sacristía de la capilla del Espíritu Santo de la catedral de Tudela se encuentra una tabla del Primer Renacimiento y datable, como otras del retablo en que se inserta, en torno a 1540 y de filiación aragonesa. El conjunto se conforma con parte una predela y ático de un antiguo retablo renacentista, al que se añadió otra tabla de cronología y estilo posteriores de dimensiones apaisadas en la parte inferior. La pintura de San José es de gran interés. En primer lugar por ser una de las primeras del siglo XVI en la Comunidad Foral en donde el santo se figura joven, abandonando el tipo medieval de hombre viejo y mayor que apenas participaba como miembro activo de la Sagrada Familia. El esquema general, como observó el profesor Criado, se basa en una estampa de Agostino Veneziano de 1516. Un par de donantes sin identificar, de pequeño tamaño, otorgan a la tabla su interés. El personaje masculino parece ser un funcionario y porta un libro encuadernado en verde, que por su tamaño no es un breviario. La imaginación corre al contemplarlo y trae a la memoria el famoso Libro Verde de Aragón que, como se sabe, era un manuscrito de 1507, muy difundido a lo largo del Quinientos, en el que aparecían todas las genealogías de familias aragonesas con antecedentes conversos. Sin embargo, un análisis histórico necesita pruebas documentales y fehacientes para establecer cualquier relación al respecto, por lo que es necesario conocer datos históricos sobre la pieza y sus donantes, que aún desconocemos.
Una gran escuadra identifica al santo como carpintero. Sin embargo, es el compás, situado estratégicamente en la parte central del escaño, junto a los donantes, un elemento que parece querer ir más allá que indicar el oficio del santo. Una tabla que guarda sus pequeños secretos por resolver y que necesita una investigación muy a fondo.
Notables esculturas de diferente procedencia
En ciudades y distintas localidades de Navarra se conservan un sinnúmero de esculturas del santo, en muchas ocasiones en retablos de los que es titular. En el siglo XVII predominan las que el santo lleva de la mano al Niño Jesús, mientras que en la centuria siguiente lo recoge entre sus brazos. Del siglo XVI destaca una escultura de las Carmelitas Descalzas de Salsipuedes y la titular de su retablo en la catedral de Pamplona. Entre las señeras del siglo XVII podemos citar la de los Carmelitas Descalzos de Pamplona por su calidad, siendo sin duda, una obra importada desde Castilla, al igual que la del colateral de San José de Recoletas, en este caso más apegada a modelos andaluces y un poco más tardía.
A fines del siglo XVII pertenece la imagen napolitana del santo de la catedral de Tudela, obsequio del deán don Sebastián Cortés y Lacárcel junto a otra de Santa Teresa que entregó en vida, antes de fallecer en 1703. Después de esta fecha, el cabildo tudelano la reclamó a los albaceas testamentarios del deán la escultura de San José, siendo conducida, a costa del cabildo desde la capital de España.
Obras de escultores locales, desde las tallas romanistas de los Imberto a las más movidas del barroco, figuran en los retablos de San José de Mendigaña en Azcona, Luquin, Azagra, Viana, Peralta, Ciordia, Mendigorría y Corella, entre otros ejemplos. Muchos de esos retablos pertenecen a los talleres barrocos de Pamplona, Estella y Tudela, destacando también algunos de corte neoclásico como el de la parroquia de Sesma, diseñado por el arquitecto académico Juan de Villanueva en 1787.
Las más notables tallas del siglo XVIII proceden de los grandes focos escultóricos de la Corte madrileña y de Aragón. De Zaragoza, llegó hacia 1768 a las Comendadoras de Puente la Reina junto a otras imágenes, todas obras de José Ramírez, una delicada talla del santo que preside su colateral. De Madrid y del taller de Carmona es la bellísima imagen del santo de la parroquia de Lecároz, costeada por don José de Echeverría y Larreche entre 1756 y 1758. De porte académico es asimismo la bellísima escultura del Carmen de Tudela, encargada por su cofradía a mediados del siglo XVIII.
De mayor rareza, por su procedencia ultramarina, es la escultura del santo de la parroquia de Aranaz, que junto a la virgen del Rosario fueron remitidas, en 1736, desde Indias, por don Martín de Aróstegui, caballero de Santiago y más tarde presidente de la Compañía de Comercio de La Habana.
El tema del tránsito: abogado de la buena muerte
Entre la numerosa temática josefina que aparece en retablos, sacristías, conventos y casas particulares, se fue abriendo camino el pasaje del tránsito del santo que, a partir de fines del siglo XVI y más aún, en el siglo XVII, tomó verdadera carta de naturaleza. Tanto los autores antes citados como la Madre María Jesús de Ágreda dedicaron en sus obras algunos párrafos al tema, dando lugar a que el santo se convirtiese en abogado de la buena muerte, ya que en el momento de partir de este mundo, estuvo acompañado nada menos por la Virgen María y Cristo.
En el Carmen de Tudela se conserva un delicado lienzo del tema firmado por Vicente Berdusán en 1673, del que existe una réplica en la parroquia de la Magdalena de la misma ciudad y otra pintura similar en la parroquia de Maluenda (1684). El citdo pintor se había enfrentado al mismo tema en 1663, en otro lienzo conservado en una colección particular navarra.
La pintura del Carmen de Tudela preside un retablo de líneas clasicistas y destaca por su cuidada composición, propia ya de una época en la que el pintor ya había madurado y estaba dando de sí lo mejor de su producción en las series de la sala capitular de Tudela, el monasterio de Veruela y los retablos oscenses. El barroquismo está bien presente por la búsqueda de la línea diagonal para organizar lo esencial del tema. La aparición de Dios Padre y los ángeles en la zona superior aportan al tema el contenido celestial, maravillosista y de visión que no podía faltar en un cuadro de estas características. Los arcángeles Miguel y Gabriel acompañan a la Virgen y Cristo que toma la mano a su padre adoptivo, bendiciéndole, siempre siguiendo el texto del Padre Gracián cuando afirma:"y tenía su mano entre las mías... y José hacía señales como mejor podía, que no le dexase, teniendo los ojos enclavados en mí ..... y entretanto hice yo oración a mi Padre, ya acabada la oración.... y yo bendije su cuerpo para que no se podriese". Los sucesivos momentos que narra el texto del P. Gracián, en donde habla en primera persona el propio Cristo, siguiendo fuentes orientales, se han unificado en el lienzo del Carmen de Tudela. El tránsito, la llegada de los ángeles con las coronas de flores de la gloria y el triunfo, la aparición de Dios Padre en un rompimiento de gloria y la bendición de Cristo, son visibles en la pintura, que muestra junto al prodigio y lo celestial delicados detalles de la vida cotidiana, tanto en los atributos de carpintero del santo, como en los objetos de bodegón de la mesilla.