20/03/2023
Publicado en
Diario de Navarra
Ricardo Fernández Gracia |
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Custodian celosamente las Carmelitas Descalzas de San José de Pamplona una de las contadísimas copias del siglo XVI de la Sábana Santa, conservada y venerada en Turín, pese a los avatares y los traslados forzosos de la comunidad desde su histórica sede de la Plaza del Castillo, lo que habla del aprecio de las monjas por la pieza.
Los sucesivos editores de la vida de la fundadora del convento, la madre Catalina de Cristo, aportaron la noticia de su existencia y periplo, que se completa con algunas pequeñas precisiones de otras fuentes documentales. Hace veinticinco años, Jesús Arraiza y Gabriel Imbuluzqueta escribieron sobre ella en este mismo rotativo Diario de Navarra (4 de abril de 1996). Hoy, gracias a los estudios del Centro Español de Sindonología, particularmente los de Daniel Duque Torres, podemos valorar y contextualizar más adecuadamente la pieza.
Su historia
La pieza fue un obsequio del alcalde de la ciudadela de Pamplona a la priora de las Carmelitas Descalzas de Pamplona, la madre Catalina de Cristo. Así nos lo refiere la biógrafa de esta última, la religiosa de la misma orden, Leonor de la Misericordia (Ayanz y Beaumont, 1551-1620), mujer culta, escritora, delicada y creativa. El texto, con tintes hagiográficos, fue publicado por Efrén de la Madre de Dios en 1982 y por Pedro Rodríguez e Ildefonso Adeva en 1995, en esta última ocasión, con numerosas notas y con abundante aparato crítico. El relato original es el que sigue: “Estaba en Pamplona por castellán de la ciudadela don Fernando de Espinosa, sobrino del cardenal Espinosa. Él y doña María Fajardo, su mujer, era grande la devoción que habían tomado a nuestra madre, y se les pareció bien, pues le dieron la mejor joya que tenían en su casa, que fue el Santo Sudario que el duque de Saboya se le dio por su mano viniendo de Italia en tiempo de su tío el cardenal era vivo. Es uno de los cuatro o cinco que hay en España como es natural. Está en la casa de Pamplona y se muestra jueves y viernes santo, con gran devoción de toda aquella ciudad”. El hecho de mencionar al cardenal indica, con gran probabilidad, que el sudario fue un donativo para él, por su alto significado diplomático y político, por mano quizás de su sobrino, al que vino a parar, por donativo de su tío, antes de pasar a las monjas.
En el inventario de reliquias de la comunidad de Carmelitas Descalzas se anota del siguiente modo: “Primeramente la SABANA SANTA o sudario de Nuestro Redentor Jesucristo. Esta preciosa reliquia se la regaló a la Venerable Madre Catalina de Cristo el señor don Fernando Espinosa, natural de Castilla y sobrino del cardenal Espinosa, a quien se la dio el duque de Saboya, viniendo de Italia, y es uno de los cuatro o cinco que hay en España. Antiguamente estaba colocada esta reliquia sobre la reja del coro entre cristales y cortinas preciosas, pero en la actualidad se conserva en una arca preciosa que se intitula de la Reliquias, y sólo se saca al público el Sábado Santo, y se le encienden siete velas”.
El donante y la madre Catalina de Cristo
A la luz de este último texto y también del anterior parece probable, como hemos indicado, que el primer destinatario de la pieza fuese el cardenal Diego de Espinosa y Arévalo (1513-1572), inquisidor general, regente del Consejo Real de Navarra, presidente del Consejo de Castilla y hombre de total confianza de Felipe II, hasta el punto que pidió su cardenalato para nombrarle regente, en 1567, cuando el monarca decidió ir a Flandes personalmente ante el agudizamiento de los problemas en aquellas tierras. Sobre este personaje de primera línea existen trabajos que aclaran aspectos de su vida de los profesores José Antonio Escudero, González Novalín y Orella y Unzué.
Cuando don Diego contaba con cuarenta y cuatro años, en 1556, fue designado como regente del Real Consejo de Navarra y como tal tuvo que elaborar los autos acordados, revisar el denominado Fuero Reducido y nombrar a los alcaldes de Corte interinos. El rey le ordenó velar porque nadie saliese a estudiar fuera del reino con el fin de asegurar la ortodoxia religiosa. En Pamplona trabó amistad con personas influyentes como el virrey don Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque o el obispo de Pamplona Diego Ramírez Sedeño de Fuenleal. También se relacionó con el general de los jesuitas, san Francisco de Borja, que propiciaría su promoción en 1562 como consejero de Castilla.
Su sobrino Fernando Espinosa, el receptor y donante a las monjas del sudario, nació en 1541 y falleció en Pamplona en 1587. Fue nombrado primer alcaide de la nueva ciudadela en 1572 y su correspondencia con Felipe II hasta su muerte, en relación a su persona y la construcción de la ciudadela, ha sido estudiada por Roldán Jimeno. A través de las cartas se pueden comprobar las duras condiciones con las que tuvo que ejercitar su oficio, los incumplimientos sobre promesas hechas, la falta de recursos económicos para proseguir las obras, sus enfermedades, el fallecimiento de tres hijos, e incluso la imposibilidad de ir a hacerse cargo de la herencia de su tío el cardenal.
La figura de Fernando Espinosa siguió muy presente en el convento tras su fallecimiento, ya que la religiosa visionaria sor Francisca del Santísimo Sacramento (San Andrés [Soria], 1561-Pamplona, 1629) tuvo varias apariciones de Espinosa a lo largo de 1619 y 1620, recogidas en sus manuscritos.
La religiosa que fue objeto de la donación, la madre Catalina de Cristo, nos es bien conocida. Fue una de las grandes discípulas de santa Teresa de Jesús y fundadora de los Carmelos de Soria, Pamplona y Barcelona. Nació en Madrigal de las Altas Torres (Ávila, 1543), profesó a los 30 años en Medina del Campo (1573) fue elegida por la mismísima santa Teresa como priora de de Soria (1581), pese a la resistencia del provincial, el padre Gracián. Así relata la santa el pasaje de la fundación soriana: “Yo comencé a traer las monjas que había de llevar allá (a la fundación de Soria) conmigo que fueron siete, porque aquella señora (Doña Beatriz de Beamonte y Navarra, la fundadora) antes quisiera más que menos, y una freila y mi compañera y yo”. Sobre su elección para priora escribió el mencionado padre Gracián: “Tratándose de quien llevaríamos por priora a Soria, díjome la Madre que pensaba llevar a Catalina de Cristo, que a la sazón era tornera en el Monasterio de Medina del Campo. Yo me espanté mucho de su determinación y le dije: ¡Jesús, Madre! ¿Cómo quiere hacer tal cosa? ¿No sabe que Catalina de Cristo no sabe escribir, y leer muy poco, y ninguna cosa sabe de negocios: ni es dispuesta para poder entrar en cosas de gobierno? Respondióme: Calle mi Padre, que Catalina de Cristo sabe amar mucho a Dios y es muy gran santa y tiene un espíritu muy alto y no ha menester saber más para gobierno. Ella será tan buena priora como cuantas hay”.
La madre Catalina fundó los Carmelos de Pamplona (1583) y Barcelona (1588), y colaboró en la erección del italiano de Génova (1590). Falleció en olor de santidad (Barcelona 1594). Fue, sin duda, una mujer superdotada. Su estricta observancia y el haber sido un vivo retrato de santa Teresa fueron los motivos de la amplia biografía que de ella escribió la madre Leonor de la Misericordia, que también obtuvo la disposición para trasladar su cuerpo incorrupto a Pamplona, en abril de 1604. El encargado de custodiar el cuerpo de la madre Catalina en el viaje Barcelona-Pamplona fue Carlos Ayanz y Beaumont, (1555-1606), hermano de la citada Leonor. Carlos perteneció a la orden de los sanjuanistas, sirvió en Flandes y Malta a la monarquía, y fue buen amigo de las hijas de santa Teresa en la capital navarra. Era el preferido de su hermana Leonor, lo que le llevó a enterrarse en su convento de Pamplona.
El sudario en su contexto
La fecha de la donación del sudario oscilará entre la llegada de las fundadoras carmelitas a Pamplona, con la madre Catalina al frente, en 1583 y la salida de la misma hacia Barcelona en 1588, ciudad en la que falleció en 1594 El sudario debió quedar en Pamplona a tenor de lo que dice su biógrafa.
La Sábana Santa de las Carmelitas de San José de la capital navarra es una pieza de batista de hilo fino de 440 cms. de largo -120 cms. por cada lado, puesto que es doble-, por 100 cms. de ancho. Toda ella tiene un reborde de seda azul. En el anverso aparece la figura frontal del cuerpo de Cristo, pintado en tonos suaves, con las heridas de las llagas en rojo. La cabeza ha perdido casi por completo los puntos de la sangre, alusivos a la corona de espinas. El sudario ha sufrido las consecuencias de la humedad a la que debió estar expuesto en otro tiempo. Un texto en francés reza así: “Cecy est le vray provtract du Sainct Svayre reposnat en el sainte chappelle dy chateav de Chamberi, 1571” (Este es el verdadero retrato del Santo Sudario que se encuentra en la santa capilla del castillo de Chamberi. 1571).
La copia del santo sudario figura, por tanto, entre las más antiguas que se conservan en España, según el mencionado Daniel Duque. El conjunto de copias se atribuye a un clérigo de la Sainte Chapelle de Chambéry, al que corresponderían también las de Guadalupe (1568) y Navarrete (1568), la réplica de San Lorenzo del Escorial (1567) y el convento de los agustinos del Santo Sepulcro de Alcoy (1571). Todas ellas se hicieron cuando la reliquia se veneraba en la capilla de Chambéry, cuyos propietarios eran los Saboya, hasta que en 1578 se trasladó a Turín, en donde se levanta la famosa capilla levantada con proyecto de Amadeo Castellamonte y la decisiva intervención de Guarino Guarini, a partir de 1667.
A los Saboya había llegado en 1453, por medio de una compleja transacción. Luis de Saboya la guardó en la capital histórica de Saboya, Chambéry, en la capilla dedicada a santa Ana, erigida unas décadas antes como capilla ducal. Desde 1471 se documentan varios desplazamientos por distintas ciudades europeas como Vercelli, Turín, Ivrea, Susa o Rivoli. Se guardaba envuelta en una seda roja dentro de una caja decorada con clavos de oro, forrada de terciopelo carmesí y cerrada con llave de oro.
El culto al santo sudario había ido creciendo, muy especialmente desde 1506, en que el papa Julio II estableció la fiesta y oficio en su honor para el día 4 de mayo. Desde esos momentos se realizaron diversas réplicas del sudario.