Ricardo Leiva, Profesor de la Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Navarra
Cristina Kirchner y la mala reputación
Apropiándose ilegítimamente de lo que no le pertenece, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha terminado dilapidando todo lo que le quedaba a su país de capital reputacional, un activo crucial por el que hoy compiten las empresas y las naciones para ganarse la confianza de los inversores. Es por la buena reputación de ciertos lugares y compañías, que elegimos sus productos y marcas en perjuicio de otros menos prestigiosos. En este sentido, la reputación puede tener el mismo valor que un contrato firmado: es una garantía y un seguro para reducir nuestra incertidumbre como consumidores y proveedores.
Como todos los activos intangibles, el capital reputacional es frágil, y debe ser manejado con el mismo cuidado con que se tratan los activos físicos y financieros. De hecho, su correcta administración se ha convertido en uno de los mayores desafíos estratégicos de políticos y hombres de negocios, a medida que el entorno se vuelve cada más competitivo. Hay tan poco dinero disponible en el mundo y tantos sitios luchando por quedarse con él, que cualquier amenaza es percibida como un incentivo para poner los dólares y los euros en cualquier otro lugar más atractivo y amistoso.
La reputación se ha convertido en una de las mayores recompensas que pueden obtener las empresas -y los países- por hacer lo correcto. Por lo mismo, es uno de los recursos más vulnerables y difíciles de proteger. Construir una buena reputación toma muchos años de trabajo y esfuerzo, pues se forma con lentitud en la mente de los grupos de interés. No se puede comprar ni copiar, y resulta más difícil mantenerla que crearla. Dañarla no cuesta nada. Reconstruirla, en cambio, suele demandar un esfuerzo titánico y muy costoso.
Argentina volverá a comprobar todo esto en los años venideros. Por desgracia, el desconocimiento demostrado por Cristina Kirchner de la forma en que funcionan las empresas, los inversores, y los mercados ha sido la característica de la clase política que ha gobernado Argentina desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y es lo que explica, en buena medida, por qué ese grandioso país se ha convertido en un caso de libro de despilfarro y desequilibrio económico.
Según el profesor de Historia Económica de Harvard Niall Ferguson, «la historia económica de Argentina del siglo XX constituye una demostración práctica de que todos los recursos del mundo pueden quedar reducidos a cero por la mala gestión financiera». No en vano, Argentina pasó de ser el sexto país más rico del mundo en la década de 1880 a convertirse en un desastre cien años después. Antes de la Primera Guerra Mundial, Argentina seguía estando entre las diez potencias económicas del planeta, con un producto interior bruto superior al de Suiza, Bélgica, los Países Bajos y Dinamarca, y creciendo más rápidamente que Estados Unidos y Alemania. Entonces recibía más capital extranjero que Canadá, y «podía aspirar legítimamente a ser una especie de equivalente del Reino Unido, cuando no de Estados Unidos, en el hemisferio sur» (Ferguson).
Todo aquello empezó a derrumbarse progresivamente en febrero de 1946, con la llegada al poder del peronismo, el mismo movimiento al que pertenece la señora Kirchner. Desde entonces, Argentina ha quedado rezagada con respecto a sus vecinos. En 1970, por ejemplo, su PIB seguía siendo el mismo de 1959. La inflación se desató constantemente, llegando a los dos dígitos entre 1945 y 1952, entre 1956 y 1968, y entre 1970 y 1974. Llegó a los tres dígitos entre 1975 y 1990, y sobrepasó el 5.000% en 1989. Como contrapartida, el país se acostumbró a incumplir sus compromisos y suspender el pago de sus deudas. Argentina ha dejado de pagar a sus acreedores extranjeros en 1982, 1989, 2002 y 2004, y ha incumplido sus contratos energéticos con países vecinos como Chile -que le compra gas- y expropiando ahora a Repsol.
No será necesariamente la señora Kirchner la que pagará las consecuencias de esta ruptura tan arbitraria de las reglas del juego. Después de todo, su familia ha incrementado su fortuna en más de 700% desde que Nestor Kirchner llegó al poder, sumando en la actualidad más de 60 millones de dólares. Será el estoico pueblo argentino, nuevamente, el que sufrirá la destrucción del capital más valioso que puede tener una persona, grupo o país, retratado magistralmente por Shakespeare en Ricardo II: «El tesoro más valioso que se puede encontrar en los difíciles tiempos que corren es una reputación incólume; cuando ella se pierde, los hombres solo se quedan con lodo y oropel».