Miguel García-Valdecasas, Profesor de Filosofía
Ángel Luis González: el horizonte de la universidad
La Universidad de Navarra recibió el 16 de abril la noticia del inesperado fallecimiento del profesor Ángel Luis González, catedrático de Metafísica. Fue un profesor con una extensa carrera académica: dirigió 11 proyectos de investigación, fue autor o editor de 38 libros y 28 artículos, director de la colección filosófica de Eunsa, a la que ha llevado a publicar más de 230 títulos, fundador de una revista, editor de un diccionario filosófico y de las obras completas de Leonardo Polo. Fue asesor de varios consejos de investigación nacionales e internacionales, y doctor honoris causa por la Universidad Panamericana de México en 2010.
Cuesta asumir la marcha de un profesor y amigo que llevaba la universidad en el corazón. Como hijo de un antiguo catedrático y rector de la Universidad Complutense, tenía un alto concepto del valor y la misión de la universidad, que llevaba en el ADN. Dedicó buena parte de su vida a tareas de gobierno y servicio en la universidad como vicerrector, decano, director del departamento. Entendía que la universidad debe buscar el saber superior, aumentarlo y difundirlo en mayor medida que ninguna otra institución, y a eso se dedicó con enorme empeño.
Era bien consciente de los retos que afronta hoy cualquier universidad, y especialmente, la enseñanza de la filosofía. Pero estos problemas no le detenían; de sobra sabía que quejarse, cruzarse de brazos o ¿borrarse" sirven de poco. Consideraba que la filosofía, y las humanidades en general, juegan un papel central en la formación universitaria, y dejaba constancia de la necesidad de promoverla y difundirla para ayudar a reflexionar a toda la comunidad universitaria.
Era serio, amable y exigente; un caballero en su trato. Animó a profesores y alumnos a buscar la excelencia, a marcarse objetivos realistas y ambiciosos. De la misma forma, daba a entender que la universidad debía tener grandes proyectos en cartera, promover la excelencia y huir de la mediocridad, la rutina y la autocomplacencia.
Ese horizonte ayuda a entender su infatigable trabajo. Desde fuera resulta difícil comprender cómo logró escribir e impulsar la investigación en Tomás de Aquino, Nicolás de Cusa, Spinoza y Leibniz, en obras individuales y colectivas a lo largo de 40 años en los que tuvo
numerosas responsabilidades de gobierno. Lo sorprendente es que cualquiera que le buscase no sacaba la impresión de que llevara tantas cosas encima, pues siempre tenía la puerta de su despacho abierta.
Tal vez por eso su recuerdo perdure muchos años. Con más de 70 tesis doctorales dirigidas, son muchos los discípulos que deja en España y Latinoamérica que deben recoger la invitación, que lanzaba a menudo, de centrarse en lo verdaderamente importante: la tarea de pensar y reflexionar sobre los problemas perennes de la filosofía sin distraerse con luces de bengala. Trabajar, ayudar a otros a crecer humanamente, servir a la universidad: ésa fue su pasión.