Josep-Ignasi Saranyana, Instituto de Historia de la Iglesia, Universidad de Navarra
La ordenación sacerdotal de mujeres
Se ha publicado, con gran eco mediático, que la conferencia de religiosas de EE.UU. ha sido
investigada por la Santa Sede. El Vaticano reprocha a esta conferencia que, con sus propuestas, vaya más allá que la Iglesia e, incluso, que el mismo Jesús, pretendiendo que se confiera la ordenación sacerdotal a mujeres.
La cuestión viene de lejos. Ya en los sesenta, el papa Pablo VI advirtió, en un intercambio epistolar con el primado anglicano, que se ensancharía más todavía el gap entre católicos romanos y anglicanos, si la Comunión anglicana admitía a mujeres al sacerdocio. Después de este carteo, la presión sobre Roma, para forzar la ordenación de mujeres, se ha intensificado, con el argumento de que el veto católico es sólo un subproducto de una cultura patriarcal en extinciónyque, por ello, sólo es cosa de tiempo que la mujer sea aceptada al sacerdocio.
Sin embargo, el problema no es tan simple. No se trata de reivindicar unos derechos, supuestamente no reconocidos, sino que discute sobre cosas más básicas y esenciales.
El debate nos lleva a temas teológicos de gran alcance, que apuntan a la misma constitución divina de la Iglesia. En tal contexto hay que leer el pronunciamiento "definitivo e irrevocable" de Juan Pablo II, en su carta apostólica Ordinatio sacerdotalis, de 1994. En ella afirma que "la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres".
Ahora, pues, hay que buscar argumentos teológicos de conveniencia, y no sólo sociológicos o culturales. Y también conviene tomarse más en serio la diferencia entre ser hombre o mujer.
Nunca, en efecto, ha habido una mujer ordenada.
¿Por qué? Ante todo, porque Jesús no lo hizo. Y, en segundo lugar, porque Jesús, esposo de la Iglesia, la fecunda con su sangre en la cruz, como todo esposo fecunda a suesposa en el matrimonio. Si, pues, el presbítero y el obispo son sacramentalmente otros cristos, son también esposos de la Iglesia. Es obvio, por ello, que el sacerdote, al cabo esposo de la Iglesia, deba ser varón, pues la Iglesia es como su esposa.