Ramiro Pellitero, Profesor de Teología
Evangelización y lenguaje sobre el amor en la familia
En relación con la exhortación “Amoris laetitia” (la alegría del amor), del Papa Francisco, están surgiendo presentaciones, análisis y comentarios. En este marco vale la pena conocer los escritos del filósofo católico Henri Hude, que ha publicado en su blog cuatro artículos breves al respecto, bajo el título común de “Algunos pensamientos sobre la alegría del amor”.
En ellos trata los temas siguientes: la alegría cristiana que garantiza y “sana” el amor en el matrimonio y la familia; la necesidad de que los cristianos nos esforcemos en vivir la justicia social, como modo de mostrar que nuestra vida está en coherencia con el mensaje del Evangelio que procuramos dar a conocer; la necesidad actual de un tono y un lenguaje “nuevos” en la evangelización, para acompañar a las personas hacia una vida más plena. Todo eso, dice este filósofo, está en Amoris laetitia (en el contexto del pontificado de Francisco).
1. La alegría cristiana garantiza y sana el amor en el matrimonio y la familia. El Papa, observa el autor, nos pide otorgarle su confianza y seguirlo. Y señala el autor que ser católico es un poco como estar en un avión: “Hay que confiar en el piloto”. Aunque no estamos obligados a creer que el Papa es infalible en todo instante, hemos de recordar que Cristo dirige su Iglesia y el Espíritu Santo la asiste precisamente por medio del Papa. Por tanto, a priori debemos mostrar confianza, respeto y gratitud, aunque encontrásemos algún aspecto de su enseñanza que nos pareciera más difícil. Sería entonces señal de que quizá estemos ante una crisis que nos pide crecer por nuestra parte: motivo de más, sigue Hude, para agradecer este gran texto del Papa que merece amplia atención y altura de miras.
Hude subraya en su primer artículo dos puntos. Primero, se trata de un texto tomista. “La referencia a Tomás –apunta Hude– no es irónica ni táctica, sino auténtica y substancial, ya que proporciona también la definición de la alegría, que es dilatación del corazón (n. 126)”. La conciencia se explica a partir de la prudencia. Y la ley natural no se presenta como una consecuencia de una razón pura que imponga obligaciones a priori, sino como ”fuente de inspiración objetiva” para el hombre llamado a tomar decisiones.
Segundo subrayado, Francisco expone “una moral de la felicidad y una espiritualidad de la alegría”, a la vez naturales y sobrenaturales. La alegría de amar para la inmensa mayoría de los humanos toma sencillamente forma de familia. Y las dificultades para amar tienen unas raíces más profundas que lo físico o lo psíquico. Se sitúan en el “pecado original”. Pero Cristo es médico y la Iglesia es su hospital de campaña. “El remedio se llama cruz. La curación se llama resurrección”. Y por todo ello la religión que trae Cristo es “buena nueva” (Evangelio). Por eso “evangelizar es hacer que alguien desee estar lleno de la alegría de Cristo”. Y por eso es también misericordia (cf. el luminoso n. 317).
2. Necesidad de que los cristianos vivamos la justicia social, como modo de mostrar que nuestra vida está en coherencia con el mensaje del Evangelio que procuramos dar a conocer. Entiende Hude que en el pontificado de Juan Pablo II, que había conocido el “socialismo real”, muchos católicos comprendieron la diferencia entre la Doctrina social de la Iglesia, siempre necesaria, y las propuestas marxistas. Paralelamente, Francisco está explicando los inconvenientes del “liberalismo real” (individualismo, relativismo, sometimiento al dinero y al poder, etc.). No se trata, claro está, de criticar la libertad en el terreno empresarial, ni la propiedad privada ni la libertad de pensamiento; sino la ideología que separa al individuo del bien común y la libertad respecto del bien, que debe ser su norma.
En todo ello, sostiene Hude, el Papa se muestra profético; pues muchos buenos católicos de estilo tradicional luchan contra el liberalismo ideológico, oponiéndose valerosamente al “matrimonio” homosexual, o, en otro orden de cosas, al aborto; pero quizá no se dan cuenta de sus incoherencias en materia de justicia social, incoherencias que con frecuencia están en las raíces de las amenazas contra la vida y contra la familia. Pues bien, ahora tienen la ocasión de aprender que su testimonio puede ganar mucho en credibilidad, si cambian.
Por otra parte, continúa este filósofo, el Papa Francisco ha ganado muchos corazones que buscan a Cristo, también porque ciertas circunstancias están creando un ambiente favorable a una nueva evangelización en pueblos que se han descristianizado, y en los que se puede augurar una expansión del cristianismo sin precedentes, por ejemplo en espacios musulmanes. Pero para esto es necesario que los católicos más influyentes y formados sigan al Papa en su afán evangelizador que implica la renovación de las democracias y de las economías; cosa que, según Hude, es hoy “primera condición para la credibilidad moral de la evangelización”. Y a esto se oponen ciertos mass media que intentan desacreditar a la Iglesia.
Por eso es necesario oponerse al paro laboral, mejorar los salarios y otras medidas para proteger a la familia. Y es necesario ayudar a las familias, escribe Hude, “en un ambiente de misericordia, de fraternidad y de humildad gozosa, comprendiendo las dificultades de la vida aplastada por estos condicionamientos, con una mirada positiva y admirada hacia lo que, a pesar de todo, queda de belleza, en tantas existencias mutiladas por la barbarie libertaria”. En este sentido, observa, ninguno debemos sentirnos salvados por nuestros propios méritos. En cambio, debemos prestar mucha más atención a las víctimas, para no caer en el grupo de los fariseos.
Además, plantea Hude, cuando todas las víctimas heridas y destrozadas por nuestra cultura ambiente, quieran volver a la razón y al cristianismo –ya se ve venir–, ¿qué vamos a decirles, cómo formarles para una vida plena de sentido?
3. La necesidad de “un tono nuevo” en la atención a las familias, es una consecuencia de todo lo anterior. Como ejemplos de esto en la Amoris laetitia, Hude cita los nn. 62, 123 y 171, que son un canto al amor conyugal, fiel y para siempre, y a la vida naciente; el n. 300, como reflexión sincera para reforzar la confianza en la misericordia de Dios, que no rechaza a nadie; el n. 246, que llama al acompañamiento de los divorciados y vueltos a casar, especialmente en su responsabilidad educativa, y a la cordial acogida en las comunidades cristianas; y los nn. 185-186 acerca de la coherencia entre la Eucaristía y el compromiso social, como principio para la formación de las familias cristianas, que deben estar abiertas especialmente a los más necesitados. Subraya que no se trata en absoluto de promover la lucha de clases, sino, como quiere Francisco, de impulsar un “espíritu familiar”, desde la familia, en la vida social.
4. De ello se sigue igualmente la necesidad de un nuevo lenguaje, de renovar el “arte de hablar a los otros”. En el capítulo octavo de Amoris laetitia se refiere Francisco a los matrimonios que no viven plenamente la vida cristiana, aunque no por ello carezcan de la gracia de Dios. En lugar de acentuar que su vida va contra la voluntad de Dios, se dice que viven incompletamente la voluntad de Dios. Es una cuestión de lenguaje –observa el filósofo francés–, pero es mejor una formulación que ofrezca amistad, confianza y misericordia, reconociendo la parte de belleza y de nobleza que puede haber incluso en un amor en sí mismo criticable, y sin lesionar las exigencias del Evangelio, la necesidad del examen de conciencia y del arrepentimiento. Hude compara esta perspectiva de confianza y misericordia al relacionarnos con esas parejas que no viven plenamente la vida cristiana, a la manera en que la Iglesia, a partir del concilio Vaticano II, considera algunos valores de las religiones, como una cierta “preparación al Evangelio”, sin caer por ello en el relativismo y en el sincretismo.
Con independencia de algunas opiniones políticas del autor (aquí no recogidas), sus reflexiones pueden ayudar a comprender la perspectiva de la exhortación Amoris laetitia, publicada en pleno Año de la Misericordia.
En efecto. El horizonte positivo y esperanzador de este documento, en continuidad tanto con la ética más sólida como con la buena teología moral cristiana, su apelación a una vida cristiana coherente para todos, y la necesidad de emplear un tono y un lenguaje adecuados a las circunstancias actuales de nueva evangelización, hacen de Amoris laetitia una piedra miliar en el magisterio contemporáneo de la Iglesia.