Concepción García Gaínza, Profesora emérita de la Universidad de Navarra
Profesor sabio y generoso
En estas líneas escritas a vuelapluma tras la inesperada desaparición de Joaquín Lorda, profesor de Arquitectura, quiero evocar algunos aspectos de su personalidad que reviven en mi memoria y que conozco por la estrecha relación profesional que mantuvimos gracias a nuestra dedicación a campos afines del saber artístico.
El primer recuerdo nos lleva a Granada, en el año 2002, donde se celebraba el Symposium Internacional Alonso Cano y su época, al que ambos acudimos.
Correspondía tratar en aquella sesión sobre la controvertida fachada de la catedral de Granada, obra de Alonso Cano, que era analizada en distintos aspectos. Le tocó el turno al profesor Lorda quien, abandonando la mesa y Concepción García Gainza paseando por la plataforma, hizo más una lección magistral que una ponencia sobre Alonso Cano, el friso volado y su influencia, donde demostró sus profundos conocimientos de la composición arquitectónica y su dominio de la ornamentación. No es preciso decir que los especialistas quedamos sorprendidos y admirados por la novedad del análisis.
Otro de mis recuerdos más vivos nos lleva a un lugar bien distinto y próximo, a la Sacristía de la catedral de Pamplona, donde tenía lugar un ciclo de conferencias sobre el primer templo, organizado por la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro.
La conferencia que cerraba el ciclo estaba dedicada a la fachada de la catedral, y lógicamente se le encomendó a Lorda, que dominaba el tema según le habíamos escuchado en alguna ocasión. Llegado el momento, Joaquín explicó que, por diversas razones, no tenía imágenes para acompañar su exposición; puesto de pie, con un folio en la mano, dibujó cara al público a mano alzada la fachada catedralicia. Lógicamente, él solo lo veía desde arriba y del revés. Fue una conferencia genial que creo no habremos olvidado ninguno de los presentes.
Algunos aspectos más que recuerdo ahora me parecen también reseñables. El primero, su atracción por Hispanoamérica, cuyos países recorrió para estudiar el arte colonial. Estos viajes tuvieron como fruto, de una parte, diversas publicaciones propias y alguna tesis doctoral y, de otra parte, su relación con especialistas de aquellas tierras, de lo que es un hecho sobresaliente la organización de los cursos con la Escuela de Monterrey, allí y aquí, durante sucesivos años.
El segundo aspecto que quiero mencionar es la preocupación constante de Lorda por dotar a la Biblioteca de la Escuela de Arquitectura de libros fundamentales de teoría y tratadística, y actualizarla con novedades publicadas en Inglaterra o Italia. Como el presupuesto para libros era escaso y se agotaba pronto, Joaquín aportaba sus propios dineros repetidamente para subsanar esa carencia, según confidencia del propio Joaquín que ahora me atrevo a desvelar. Así llegaron preciosos libros, actualísimos, que leía a fondo; comentábamos y discutíamos después sus consecuencias pues tocaban temas que trabajábamos. Dichos libros han beneficiado, y lo siguen haciendo, a muchos estudiantes e investigadores y han enriquecido algunas de mis propias investigaciones. Descanse en paz, Joaquín Lorda, profesor sabio con un punto de genialidad, generoso con sus ideas, dibujos y libros, y humilde.