Gerardo Castillo Ceballos, Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
Auge y tolerancia social de las adicciones sin sustancia
Los psicólogos y psiquiatras nos alertan últimamente del notable incremento de pacientes con adicciones nuevas que no están relacionadas con sustancias y que, además, se desarrollan de forma inadvertida, por lo que los afectados no se sienten identificados con ellas. Se trata de acciones diarias habituales que, en un determinado momento, empiezan a desarrollarse de manera compulsiva. Se las conoce como adicciones procesuales o comportamentales.
Cualquier actividad que provoca satisfacción en nuestra vida diaria, puede convertirse en conducta adictiva si se pierde el control sobre su uso. A este fenómeno se ha referido recientemente la eminente psicóloga Hilda Tévez con estas palabras: “La noción de adicción no puede limitarse solamente a las conductas generadas por sustancias químicas, ya que existen hábitos de conducta aparentemente inofensivos que, en determinadas circunstancias, pueden convertirse en adictivas e interferir gravemente en la vida cotidiana de las personas”.
Es sorprendente que existiendo cada vez más conciencia social de los efectos negativos del consumo de sustancias químicas -lo que lleva a establecer campañas preventivas- no ocurra lo mismo con las adicciones psicosociales o comportamentales, a pesar de que también crean dependencia y deterioran seriamente la salud y la vida familiar, social, y laboral. Me refiero sobre todo al juego patológico ( ludopatía) y sus variantes (apuestas online y videojuegos); también a las relacionadas con nuevas tecnologías: abuso del móvil y de la navegación por internet.
Según la Organización Mundial de la Salud, una de cada cuatro personas sufre trastornos de la conducta relacionados con las adicciones sin sustancia.
Muchos comportamientos en principio intrascendentes pueden derivar en una adicción si aumenta la frecuencia e intensidad con que se realizan. En ese caso los pacientes no pueden evitar la repetición de una determinada conducta una y otra vez, por ejemplo usar sin necesidad y en situaciones inapropiadas el teléfono móvil. No es infrecuente que dos personas, que se han citado para comer y conversar, pasen la mayor parte de ese tiempo comprobando los emails que a cada una le están llegando. Es probable que los pocos momentos de dialogo sean de este tipo: “Y tu hijo qué dijo primero, papá mamá? El mío dijo Google”.
Las conductas adictivas pueden llegar a “camuflarse” bajo una aparente afición a la que se dedica mucho tiempo. Sin embargo, en algún momento este “disfraz” puede ser insuficiente, poniendo al descubierto la falta de control del afectado sobre su propio comportamiento y el daño que la conducta adictiva está causando en su vida.
Una conducta o actividad se convierte en adictiva cuando la persona deja de poder decidir libremente acerca del uso que hará de dicha actividad ; como consecuencia, otras actividades quedan relegadas o abandonadas. Por ejemplo, un estudiante que se convierte en adicto a navegar en internet estudiará menos horas y probablemente verá como disminuye su rendimiento escolar.
Detrás del abuso de las nuevas tecnologías existe una nueva mentalidad: la tecnología está dejando de verse como un instrumento para someter el mundo; ahora es presentada como un paradigma para el hombre, hasta el punto de otorgarla una dimensión “salvadora”. Se olvida que la verdadera función de la técnica es liberar al hombre de algunas actividades materiales que le atan, para facilitar su desarrollo espiritual; es poner la mano sobre las cosas para poseerlas por el espíritu.
Los expertos coinciden al señalar varias etapas muy concretas, en las que se pasa del uso al abuso, para llegar finalmente a la adicción. En un primer momento la conducta es placentera; en una segunda etapa se hace cada vez más frecuente; le sigue un fuerte deseo de llevarla a cabo; por último, la conducta se mantiene, a pesar de sus efectos negativos.
Hay personas especialmente vulnerables a las adicciones procesuales, debido a ciertas carencias: déficit en su desarrollo madurativo, rasgos problemáticos en su personalidad, como la impulsividad, la intolerancia a la frustración; falta de autocontrol y dificultad para aplazar la satisfacción de los deseos.
Para detectar una adicción procesual en una persona es aconsejable observar ciertas novedades en su forma de vida, como, por ejemplo, cambio de comportamiento: (inquietud, impaciencia e irritabilidad), especialmente cuando no se puede tener acceso al medio adictivo; aislamiento y disminución importante en la comunicación; mentiras-engaño para llevar a cabo las actividades adictivas.
Una posible recuperación requiere que el adicto siga el siguiente tratamiento: autocontrol de los impulsos; aprender a detectar y afrontar los deseos de consumo; conseguir una mejora de las prioridades y del estilo de vida; adquirir una autodisciplina para la consecución de nuevas metas ; reemplazar la conducta basada en lo que “me apetece” por lo que “me conviene”. Es todo un proceso de educación de la voluntad.