Ramiro Pellitero, Universidad de Navarra,
Jóvenes, comunicadores de la fe
El mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro (2013) tiene como lema: "Id y haced discípulos a todos los pueblos" (cf. Mt 28,19). En él confía a los jóvenes la transmisión de la fe.
El Papa les exhorta a responder a la convocatoria presidida por la estatua del Cristo Redentor: "Sus brazos abiertos son el signo de la acogida que el Señor regala a cuantos acuden a él, y su corazón representa el inmenso amor que tiene por cada uno de vosotros". En el marco del Año de la Fe y de la nueva evangelización, les invita a implicarse "en este impulso misionero de toda la Iglesia: dar a conocer a Cristo, que es el don más precioso que podéis dar a los demás".
Es de notar cómo el testimonio de los jóvenes de la JMJ de Madrid, especialmente de los voluntarios, sigue muy vivo en el corazón de Benedicto XVI, que resumió aquellos días memorables como el hallazgo de "un nuevo modo de ser cristianos". Entonces los jóvenes recorrieron un camino: el encuentro con Cristo, el redescubrimiento de la familia universal de la Iglesia, la belleza del darse, el apoyo de la Eucaristía (la adoración y la misa) y de la confesión, la alegría de la fe. Ahora se les invita a recorrer el mismo camino.
El Papa anima a los jóvenes –sobre todo a los que vivirán la JMJ de Río– diciéndoles que dar a conocer a Cristo a jóvenes del mundo entero, es hoy, con el progreso técnico que nos sitúa online con personas de todos los continentes, una realidad posible y fascinante.
Pero advierte: "La globalización de estas relaciones sólo será positiva y hará crecer el mundo en humanidad si se basa no en el materialismo sino en el amor, que es la única realidad capaz de colmar el corazón de cada uno y de unir a las personas". Y continúa: "Dios es amor. El hombre que se olvida de Dios se queda sin esperanza y es incapaz de amar a su semejante. Por ello, es urgente testimoniar la presencia de Dios, para que cada uno la pueda experimentar. La salvación de la humanidad y la salvación de cada uno de nosotros están en juego".
En un segundo punto, observa que ser discípulos de Cristo implica un compromiso misionero. Evangelizar es esencial para la madurez de cada cristiano. "No se puede ser un verdadero creyente si no se evangeliza", como consecuencia de la alegría de haber encontrado a Cristo.
Y para evangelizar, hay que "dejarse plasmar por la Palabra de Dios", haciéndose amigos de Jesús, reconociendo los dones de Dios y respondiendo como los cristianos que nos han precedido. "No olvidemos nunca que formamos parte de una enorme cadena de hombres y mujeres que nos han transmitido la verdad de la fe y que cuentan con nosotros para que otros la reciban".
Para ello Benedicto XVI invita a que los jóvenes redescubran la fe de la Iglesia, que es tradición viva, evocando las palabras que escribió en la introducción al YouCat (catecismo para jóvenes): "Tenéis que conocer vuestra fe de forma tan precisa como un especialista en informática conoce el sistema operativo de su ordenador, como un buen músico conoce su pieza musical. Sí, tenéis que estar más profundamente enraizados en la fe que la generación de vuestros padres, para poder enfrentaros a los retos y tentaciones de este tiempo con fuerza y decisión" (Prólogo).
La responsabilidad evangelizadora –explica el Papa a los jóvenes– se apoya en el encuentro con Cristo, sobre todo a través del Bautismo, y en la fuerza del Espíritu Santo, particularmente desde la Confirmación. El "Espíritu Santo de amor", que es como "el alma de la misión" de los cristianos, capacita para compartir la belleza de haber encontrado a Cristo y la experiencia de la amistad con Él (cf. Jn 1,40-42).
Con una apelación directa les escribe: "Queridos jóvenes, dejaos conducir por la fuerza del amor de Dios, dejad que este amor venza la tendencia a encerrarse en el propio mundo, en los propios problemas, en las propias costumbres. Tened el valor de ‘salir' de vosotros mismos hacia los demás y guiarlos hasta el encuentro con Dios.
Ante tantos jóvenes que han perdido el sentido de su vida, y que viven como si Dios no existiese, este es, podríamos decir el "método apostólico" que propone Benedicto XVI: "Abramos a todos las puertas de nuestro corazón; intentemos entrar en diálogo con ellos, con sencillez y respeto mutuo".
Y si al hacerlo se encuentran con muchos que no se sienten idóneos o capaces para vivir los valores del Evangelio, el Papa les da un consejo claro: cercanía, testimonio. "El anuncio de Cristo –señala– no consiste sólo en palabras, sino que debe implicar toda la vida y traducirse en gestos de amor". La fuerza para realizarlo es el amor mismo de Cristo que Él nos infunde. "Como el buen samaritano, debemos tratar con atención a los que encontramos, debemos saber escuchar, comprender y ayudar, para poder guiar a quien busca la verdad y el sentido de la vida hacia la casa de Dios, que es la Iglesia, donde se encuentra la esperanza y la salvación (cf. Lc 10,29-37)".
Vale la pena intentarlo, pues, en efecto, este es el "método" auténticamente cristiano del apostolado: primero, aprender a escuchar y a comprender, para poder ayudar y guiar hacia el bautismo y los demás sacramentos, que abren, manifiestan y fortalecen el camino de la fe, que son el centro de la "vida de la fe".
Para vencer los obstáculos, Benedicto XVI propone a los jóvenes que se apoyen en Dios ellos mismos, por medio de la oración (pidiendo por aquellos que procuramos acercarle) y de los sacramentos, particularmente en la Eucaristía (la misa dominical y la adoración: detenerse en el diálogo con Jesús) y en la confesión (encuentro de misericordia y renovación en el amor); también en la confirmación, "sacramento de la misión", que fortalece para el impulso misionero y la perseverancia ante las dificultades.
"Que permanezcáis firmes en la fe", les pide el Papa a los jóvenes, a la vez que da gracias a Dios "por la preciosa obra de evangelización que realizan nuestras comunidades cristianas, nuestras parroquias y nuestros movimientos eclesiales", por los misioneros, los sacerdotes y los consagrados. Y también por tantos fieles laicos "que allí donde se encuentran, en familia o en el trabajo, se esmeran en vivir su vida cotidiana como una misión, para que Cristo sea amado y servido y para que crezca el Reino de Dios. Pienso, en particular, en todos los que trabajan en el campo de la educación, la sanidad, la empresa, la política y la economía".
Y concluye volviendo la mirada de nuevo al Cristo Redentor del Corcovado: "Sed vosotros –pide a los jóvenes, y todo el que vive con Cristo es joven en Él– el corazón y los brazos de Jesús".