20/12/2021
Publicado en
El Confidencial Digital
Gerardo Castillo Ceballos |
Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
Muchos periódicos dieron la noticia del fallecimiento de Justo Gallego Martínez el 28 de noviembre de 2021, a los 96 años de edad. Su vida y su obra suscita en mí una inevitable pregunta: ¿Qué pensaríamos de quien, en la época actual, se proponga construir una catedral por sí mismo, sin ser arquitecto y sin disponer de medios económicos? Posiblemente que es un “iluminado”, un soñador o un loco similar a Don Quijote. Esto mismo es lo que pensaban del agricultor y albañil Justo Gallego sus vecinos de Mejorada del Campo cuando inició las obras en un campo de labranza heredado de sus padres, el 12 de octubre de 1961, Día del Pilar. Una tuberculosis le había hecho desistir de su anterior deseo de entrar en un convento. Y la promesa de fe de construir una catedral en caso de curarse, cambió radicalmente su vida.
Justo se levantaba todos los días, menos el domingo, a las 3 de la mañana, para trabajar en su catedral. Casi todos los materiales de construcción eran reciclados, sirviéndose de los que desechaban las empresas del pueblo. El constructor autodidacta no necesitaba planos ni proyectos de obra, porque lo tenía “todo en la cabeza”.
A causa de una enfermedad, en abril de 2021 cedió su catedral a la ONG “Mensajeros de la Paz” del Padre Ángel, para que acabase lo poco que faltaba para culminar el proyecto al que había dedicado cincuenta años de su vida. El edificio tiene una superficie de 4.700 metros cuadrados, 35 metros de altura, una gran cúpula, una cripta subterránea, dos claustros, un baptisterio, 12 torreones y 200 vidrieras.
El Museo de Arte Moderno de Nueva York mostró fotos de la “Catedral de Justo” en una de sus exposiciones en la temporada 2003-2004. Justo fue declarado Hijo Predilecto del municipio y su obra fue propuesta como Bien de Interés Cultural. Cada año es visitada por miles de turistas.
Lo que al final eran alabanzas antes fueron críticas y humillaciones por parte de muchos vecinos, que le consideraban un iluso o un perturbado. Pienso que si lo construido hubiese sido una discoteca nadie se hubiera burlado de su autor. Esto me recuerda unos versos de Lady MacDuff en Maacbeth, de Shakespeare:
“Pero ahora me acuerdo de que estoy en este mundo,/ donde el mal es loable con frecuencia;/ y, en cambio, hacer el bien se considera,/alguna vez, una locura peligrosa”.
En 1926, un alquimista que firmaba con el seudónimo de Fulcanelli, publicó “El misterio de las catedrales”, donde afirmaba que había alcanzado un estado místico que él denominaba «la iluminación», contemplando las vidrieras de una catedral gótica. Cabe preguntarse si la calidad artística y el impacto emocional de las antiguas catedrales lo posee también la de Justo Gallego.
El arquitecto Miguel Ángel Flores menciona que el libro de la historiadora Natalia Tubau “Guía de arquitectura insólita” incluye una selección de arquitectura “excéntrica” realizada por personas sin formación en la materia y con materiales mayoritariamente reciclados. Natalia escribe: “Resulta sorprendente lo que los seres humanos pueden llegar a hacer movidos por la fe o por el afán de singularizarse”. Miguel Ángel añade que “en ese libro descubrió a Justo Gallego, un hombre que decidió mostrar su fe mediante la construcción de una catedral. Sin duda, es absolutamente loable su perseverancia. Debo reconocer su mérito. Es un auténtico soñador que trabaja cada día en la obra que da sentido a su vida.”
La “Catedral de Justo”, bautizada así por los habitantes de Mejorada del Campo, es una obra insólita producto de una hazaña singular que desmitifica la actual omnipresencia de la tecnología. Es también un testimonio positivo revelador de que toda persona, incluso la menos instruida y capaz, tiene un talento oculto que conviene descubrir y cultivar. Justo fue consciente de ello: “Dios me ha dado un don y tengo que aprovecharlo.” Si ese talento coincide con un interés, una creencia o una afición, la persona se siente llamada (vocación) y motivada a realizar algo en esa dirección. A eso le llamaba Juan Ramón Jiménez “el trabajo gustoso”. La motivación principal de Justo fue la fe unida a la esperanza. Ese testimonio deja en evidencia a los conformistas y les invita a que su vida no sea una vida monótona, rutinaria y estéril. Les reta a que se atrevan a dejarse llevar por posibles locuras buenas, las mismas que suele tener el niño, el genio y el santo.