20/12/2024
Publicado en
Educación y Psicología
Raquel Lázaro-Cantero |
Profesora Titular de Filosofía
A los filósofos nos gustan las distinciones. Mi maestro solía ofrecer una pauta que venía de siglos atrás -sin perder por ello actualidad-: “afirma mucho, niega poco, distingue siempre”. En el fondo de cada persona hay más bueno que malo; hay más nobleza que mediocridad. Hay más personas empáticas que solo egoístas; si bien, las obras buenas y los héroes se gestan muchas veces ante las desgracias y las dificultades; éstas nos despiertan y espolean a salir de la zona de confort. Son más quienes ayudan anónimamente con obras de servicio real que quienes creen hacerlo con discursos llenos de datos y números, pero insuficientes y acusadores.
También lo decía poética y claramente hace años una canción de Alejandro Sanz: “No es lo mismo ser que estar. No es lo mismo estar que quedarse, ¡qué va!... No es lo mismo es distinto … Que sepas que hay gente que trata de confundirnos. Pero tenemos corazón que no es igual. Lo sentimos, es distinto”. ¡Qué cierto es!, y lo sabemos también por la vía del obrar. La sentencia pascaliana ha sido protagonista estos días, pues efectivamente hay razones que solo el corazón entiende, y este núcleo de la persona ve antes lo importante y con más solicitud que una razón solo calculadora de medios para los intereses de unos pocos, pero no del conjunto.
Quien distingue, sabe que no da igual una conducta que otra, una decisión que otra, un tomar medidas antes que después. No es lo mismo embarrase ayudando que embarrarlo todo omitiendo la prontitud del socorro ante una catástrofe sin precedentes como la vivida en Valencia. ¡No es lo mismo!, pero hay que dejarse tocar el corazón, situarse en el pellejo del otro, pararse a pensar qué se puede hacer y ponerse manos a la obra. Quien distingue conoce las diferencias entre las personas, entre las responsabilidades político-ejecutivas y civiles, entre el Estado y el pueblo; de modo que evita así el desorden de la confusión.
No todo es lo mismo; si bien, todo está conectado con todo, todos contraemos deudas y obligaciones, pero en distinto grado. Así, quien puede más, no puede tardar en socorrer cuando es insuficiente la gestión de otro; no se pueden tardar días en enviar víveres, medicinas, militares, bomberos. Ante una tragedia de orden nacional se espera un mando único profesionalizado y especializado con efectivos militares en número suficiente ¿Por qué han llegado de toda España –y del extranjero- a las zonas afectadas periodistas, policías, bomberos, médicos, enfermeros, profesionales con maquinaria pesada, muchos a título personal, y ha tardado, en cambio, una ayuda coordinada desde el ámbito político ejecutivo? El pueblo sabe qué es lo importante, no usa la razón calculadora del rédito político. No siempre sirve “al pueblo pan y circo”, esta vez, el pueblo ha salvado al pueblo y nuestros políticos, en general, no han estado a la altura: han tardado en llegar a lo esencial, a lo importante, que es el bien común de todos, quizá porque estaban en intereses de poder y cálculos electorales indistintamente de sus colores, de sus siglas, de sus lados derechos o izquierdos, extremos o no. La sociedad civil se ha organizado como ha podido ante la tardanza de envío de medios y la justificación paralizante de la clase política.
¡Qué importante es saber distinguir! No es lo mismo prevenir a tiempo, aunque las presas e infraestructuras hidráulicas cuesten millones, que dejarlo para más adelante, cuando se cuentan por miles los afectados y por centenares los muertos. No es lo mismo decir “te tocaba a ti y no estabas”, que tomar conciencia de la catástrofe y enviar el socorro sin esperar que lo pidan tus iguales, tus ciudadanos, los de tu propia nación, los que pagan los impuestos y los sueldos de los políticos para prestar servicios. No es lo mismo discursear sentados sobre dimisiones y responsabilidades políticas construyendo relatos, que mancharse de barro para ayudar y exponer la propia salud para paliar las consecuencias de la catástrofe.
No es lo mismo el Estado que la Sociedad civil. Esta ha estado a la altura, atenta y despierta; se ha hecho valenciana al segundo 2 de la tragedia y se ha jugado su descanso, sus días libres y se ha puesto en marcha, y se ha embarrado para socorrer, para consolar, para llevar esperanza y celebrar que, a pesar del desastre y la pérdida trágica de tantas personas, la vida se abría paso, y que aquellos que se fueron, posiblemente en algunos casos, lo hicieron también heroica y noblemente dando la vida para salvar a otros.
La sociedad civil una vez más ha dado una lección de nobleza en sus voluntarios, hombres y mujeres de todas las edades que han pasado por alto sus intereses particulares, pues olvidados de sí han tratado a los afectados como les habría gustado que hubieran hecho con ellos mismos de haber estado en esa situación. Las calles de Paiporta, Alfafar, Torrent… se fueron llenando de una nueva riada de héroes anónimos y armados con escobas, palas, botas, botellas de agua, guantes, mascarillas, bolsas con víveres y medicinas… ¡Poderosas armas para batallar un desastre que parecía apocalíptico! Pero esas armas junto con las mantas y ropas que llevaban unos, las miradas sentidas de otros, las oraciones de aquellos, las sonrisas y lágrimas de los otros, los abrazos fraternos y solidarios de todos ellos han mostrado, una vez más, que no es lo mismo embarrarse de lodo para ayudar que embarrarlo todo tardando en socorrer. La sociedad civil ha mostrado de nuevo lo aprendido de nuestros mayores -abuelos y abuelas, verdaderos sabios- “ayuda el que quiere, no siempre el que puede”. Pero quien podía y lo omitió causó gravísima injusticia. Lo sabemos y más allá de bulos informáticos, relatos justificadores, propaganda política -previamente manipulada- e inyecciones de miedo y odio en discursos que fracturan la sociedad civil, ésta ha estado en los lugares de la tragedia al margen de ser de un lado o de otro, creyente o ateo, con tatuajes o sin ellos, influencer o simple vecino, artista de portada o un corriente desconocido, valenciano o asturiano o sevillano o navarro o gallego o madrileño. Bastaba en aquellos momentos y, aún en estos, con no ser un mediocre que lo embarra todo y ser un noble que se embarra para ayudar.
Rogamos a los poderes ejecutivos que estén a la altura del noble y exigente servicio que se espera de un político. No es lo mismo “discursear” que actuar y ahora toca reconstruir. No necesitamos que los políticos nos salven con técnicas de ingeniería social barata, pero sí que hagan bien y a tiempo su trabajo por el bien común, mucho más amplio y exigente que ideologías reduccionistas y relatos excusadores que insultan la nobleza de la que es capaz el corazón humano, y de la que ha hecho gala sobradamente estos días el pueblo español.