21/03/2025
Publicado en
Universidad de Navarra
Maider Belintxon, Paola Alexandria Magalhães, Carmen Callizo, Pablo Tabuenca, Alfonso Osório |
Facultad de Enfermería de la Universidad de Navarra
El desarrollo de la espiritualidad en los niños/as y jóvenes está estrechamente vinculada a su felicidad. Estudios recientes señalan que un mayor desarrollo espiritual en los niños y jóvenes promueve relaciones interpersonales significativas, mayor calidad de vida y satisfacción, mejor manejo de las emociones, el estrés y la ansiedad y, en definitiva, una mayor felicidad en nuestros niños/as y jóvenes.
La espiritualidad forma parte del ser humano desde el nacimiento; es común y algo natural en la persona. El ser humano es una persona, no es simplemente una cosa. La persona es un ser de la naturaleza, pero, al mismo tiempo, trasciende. Comparte con los demás seres naturales todo lo que se refiere a su ser material, pero se distingue de ellos porque posee unas dimensiones espirituales que le hacen ser una persona. Los niños viven de forma espontánea la espiritualidad. Por ello, las familias, los colegios, el sistema sanitario, la comunidad deben promover el desarrollo espiritual de los niños/as de la misma manera que se promueve un buen desarrollo físico, cognitivo, social y emocional para un crecimiento saludable y feliz.
Espiritualidad y religiosidad suelen entenderse como conceptos similares, ya que con frecuencia se entrelazan en la vida de las personas. No obstante, la espiritualidad alude a una experiencia interna de sentido, consuelo o propósito, que puede darse dentro o fuera de una tradición religiosa. La religiosidad, en cambio, se vincula más con prácticas, creencias y rituales compartidos en una comunidad religiosa. Ambas pueden coexistir o vivirse de forma independiente, según cada persona. La expresión de la espiritualidad se hace a través de la relación con uno mismo, con los demás y con un Dios o con la búsqueda de un propósito y sentido de la vida. La armonía entre estos aspectos ofrece bienestar espiritual. La falta de sentido y propósito en la vida conlleva sentimientos de desesperación y puede tener consecuencias en la salud mental de las personas.
Por todo ello, cómo padres, madres, educadores, enfermeras escolares y enfermeras pediátricas, psicólogos, profesionales de la salud y agentes comunitarios tenemos la obligación y el deber de promover y articular acciones que favorezcan el desarrollo espiritual de los niños. Pero ¿cómo se expresa la espiritualidad en los niños/as? ¿Cómo podemos cuidar/estimular su espiritualidad?
A menudo los niños expresan su espiritualidad a través del lenguaje no verbal, el arte, el juego libre, el movimiento o la imaginación. Necesitan entornos que fomenten el juego libre, el asombro, la admiración, involucrando a los niños en la narración de cuentos y en juegos imaginativos. Promover espacios de silencio favorece que los niños y jóvenes se encuentren con su yo interior y contribuye a satisfacer sus necesidades espirituales. El ruido, los espacios caóticos con excesivos estímulos y las pantallas no favorecen que el niño cultive su espacio interior; no solo ensordecen, sino que acallan las preguntas que surgen del asombro ante la observación de la realidad.
El contacto y la exposición a la naturaleza permite el desarrollo de su sensibilidad hacia su pequeñez y la existencia de un mundo fuera de ellos mismos, permitiendo el desarrollo de la humildad (saber quién es uno mismo). Hay que permitir a los niños que estén en espacios abiertos donde puedan correr, saltar, imaginar y utilizar todos sus sentidos para conocer el mundo. El contacto con la naturaleza sin más distracciones favorecen que estén durante horas observando las plantas, los insectos, jugando con el barro y el agua. De esta manera se favorece la conexión con su dimensión espiritual a través de la naturaleza.
Por último, los niños necesitan contextos familiares, escolares, sanitarios y comunitarios seguros que les ofrezcan relaciones significativas basadas en el amor, el cuidado, el respeto, la compasión y la alegría, a través de los cuales los niños/as y jóvenes descubren quiénes son, cultivan habilidades para moldear sus propias vidas y aprenden cómo participar y contribuir a la sociedad en la que viven.
Por lo tanto, existe una fuerte conexión entre la espiritualidad y la felicidad infantil. Así, centrarse en los aspectos personales, crear espacios donde los niños puedan explorar y expresar su espiritualidad libremente, y fomentar la capacidad de asombro, la gratitud y la conexión con los demás puede mejorar significativamente su felicidad y bienestar. Si queremos niños más felices y emocionalmente equilibrados, debemos prestar más atención a su dimensión espiritual.