Luis Palencia, Profesor del IESE, Universidad de Navarra
Gurús de película
Un gurú es un entendido con seguidores y, según ponga el esfuerzo en saber o en tener seguidores, tendremos diferentes tipos de gurú. Los hay que, por lo especializado de su conocimiento o por no tener interés en darlo a conocer, apenas tienen seguidores: son los gurús-eruditos. Don Luis, el hidalgo de «Bienvenido Mr. Marshall» (1953), aunque no tenía erudición concreta, advertía a sus paisanos sobre los «indios» cuya visita anhelaban. Nadie le hizo caso hasta que la comitiva yanqui pasó cruelmente de largo; no está de más escuchar, con criterio, a los eruditos.
También están los gurús que, sin muchos conocimientos, andan a la caza de seguidores. Como estos gurús suelen tener facilidad de palabra, se hacen con hinchas sin criterio y borreguiles, de esos que van a los mítines por el bocata: son los gurús-charlatanes. Si en lugar de escuchar sus discursos los leyésemos, éstos se revelarían incomprensibles y vacíos; como hoy se lee poco, abundan los charlatanes. Burt Lancaster interpretaba en «El Fuego y la Palabra» (1960) a un charlatán de libro, Elmer Gantry, un vendedor con labia y pocos escrúpulos metido a predicador, que estafaba a sus feligreses aunque acababa redimido por el amor de Jean Simons. En el mundo real estos casos no suelen tener un final feliz, porque no hay Jean Simons para todos y porque últimamente la gente no está para bromas: tarde o temprano el charlatán lo paga con su prestigio o en las urnas, si es político.
A veces en lugar de un gurú con muchos seguidores, hay un seguidor con muchos gurús o asesores; el seguidor ha de ser rico o tener acceso a los presupuestos públicos. El lío surge cuando, como es frecuente, los asesores se contradicen y el asesorado tiene que decidir a quién hacer caso. Posiblemente acabará haciendo lo que le da la gana y uno se pregunta entonces para qué tanto gurú.
John Kennedy se arrepintió en una ocasión de hacer caso a los gurús. La película «Trece días» (2000) describe lo que se llamó la crisis de los misiles cubanos que durante unos días tuvo al mundo al borde del barullo nuclear. Una de las causas del lío fue la fallida invasión de la Bahía de Cochinos lanzada el año anterior por un recién elegido presidente que, a toro pasado, declararía: «Debí ser lo bastante sagaz como para no hacer caso a los expertos». Reflexión interesante: ¿Hay que hacer caso a los gurús?
Para contestar conviene preguntarse (y responderse) para qué quiere uno al gurú. Si es para ejercitar la máquina de pensar, perfecto. Leer y reflexionar sobre lo dicho por buenos pensadores, sobre decisiones tomadas en circunstancias difíciles y sobre principios éticos y su aplicación nos ayudará a engrasar la máquina de pensar y cada vez pensaremos mejor por nosotros mismos.
Sin embargo, si acudimos al gurú en busca de recetas apresuradas que nos ahorren el esfuerzo de pensar, mal asunto: nadie nos asegura que el gurú vaya acertar y no nos ejercitaremos, además, en el pensar. Después de todo, cada uno es un gurú mundial en conocer sus propias circunstancias. Las empresas no suelen externalizar sus actividades estratégicas sino las accesorias: deleguemos pues, la revisión de la caldera del gas o la preparación de la declaración de Hacienda, pero no el pensar por nosotros mismos.