Fermín Labarga, Profesor de Teología
El santo maestro Juan de Ávila, doctor de la Iglesia
No podía haber encontrado Benedicto XVI mejor marco y mejor momento para anunciar la proclamación de San Juan de Ávila como Doctor de la Iglesia que una catedral de la Almudena de Madrid repleta de seminaristas en el marco de la JMJ 2011.
San Juan de Ávila nace en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) en 1499. Bien pronto descubre la vocación sacerdotal; estudia en las universidades de Salamanca y Alcalá, donde se impregna del humanismo cristiano de sus aulas; y ya ordenado, orienta sus pasos hacia Andalucía. Allí, una vez truncado su deseo de pasar a América, desplegará un intenso apostolado, atendiendo singularmente a la dirección espiritual de muchas personas que deseaban vivir con mayor intensidad su vida cristiana -fruto de esta labor es el tratado Audi, filia-, incluidos muchos sacerdotes que buscaban el consejo del Santo Maestro, como se le denominaba popularmente.
La fama de su elocuencia y de su sabiduría iba unida a los copiosos frutos de su apostolado. Escuchándole en Granada descubre su vocación san Juan de Dios, lo mismo que san Francisco de Borja, aquel que tras comprobar la fugacidad de la belleza humana nunca más quiso servir a señor que se le pudiera morir. Pide su consejo santa Teresa de Jesús, la gran doctora de la Iglesia que buscaba confesores santos y sabios. San Ignacio de Loyola deseaba ardientemente que ingresara en la Compañía, a la que tanto amó, aunque ésta no fuera su vocación.
San Juan de Ávila entendió bien que Dios llama a la santidad a todos. Y a todos atendió, entregando su vida sacerdotal con abnegación y alegría. Y a todos infundió la convicción de que la clave radica en la correspondencia al Amor de Dios.
Los obispos de Córdoba y de Granada le pidieron que predicara al clero de sus diócesis. Y a petición de este último, preparó dos memoriales para el concilio de Trento en donde iban cifradas las pistas de la renovación espiritual y pastoral que, a raíz de su celebración, se dieron en la Iglesia, a la que tanto amaba.
Falleció en Montilla el 10 de mayo de 1569 y allí reposan sus sagrados restos. El magisterio de san Juan de Ávila no alcanzó la resonancia que merecía por las dificultades de su proceso de canonización, que se retardó mucho. Fue en pleno siglo XX cuando un grupo de sacerdotes y teólogos se empeñó en poner de relieve el valor universal de la doctrina y del ejemplo de vida de este sacerdote cuyo único afán fue seguir a Cristo con fidelidad y trabajar por la salvación de las almas.
Pío XII lo declaró patrono del clero secular español, Pablo VI lo canonizó en 1970 y ayer Benedicto XVI, un intelectual de primer rango que está manifestando al mundo día tras día su corazón de padre y pastor, anunció que agregará al humilde pero sabio Juan de Ávila al selecto catálogo de doctores de la Iglesia Universal.
Esta inclusión la avalan, no sólo la petición unánime del episcopado español, de universidades y seminarios, de órdenes y congregaciones, de teólogos y de intelectuales, sino por encima de todo la solvencia y eminencia de una doctrina clara que bebe de las fuentes de la Sagrada Escritura, singularmente en los Evangelios y en las cartas paulinas, y que se asienta en la Tradición eclesial, comenzando por los Santos Padres. La doctrina luminosa de un sacerdote santo que, ya en su tiempo, fue consciente de la llamada universal a la santidad que proclamó el Concilio Vaticano II.
La influencia posterior de esta doctrina eminente se descubre, aquí y allá, en autores de renombre de la historia de la espiritualidad y llega hasta nosotros, con total lozanía, en estos comienzos del Tercer Milenio en que la Iglesia muestra una increíble vitalidad, como se está poniendo de manifiesto estos días en la JMJ. Así es también la doctrina de san Juan de Ávila, plenamente evangélica y radicalmente actual porque el Santo Maestro, arraigado en Cristo, no sólo se mantuvo siempre firme en la Fe sino que ayudó, con su palabra y sus escritos, y sigue ayudando todavía hoy a muchos otros a fundamentar su vida en Cristo. Por eso el papa Benedicto XVI ha hecho que aquel apelativo con que se le conocía en sus días se haga plena realidad: San Juan de Ávila es ya no solo Maestro sino Doctor de la Iglesia.