Ricardo Fernández Gracia, director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Uvas y parras en las artes en Navarra
Vid y vida cotidiana
La riqueza que ha generado históricamente la vid en Navarra ha sido muy importante. Los testimonios de época romana y sobre todo medievales hablan de que el viñedo navarro sobrepasaba su área actual, dado su uso litúrgico y para el autoconsumo. La mayor parte de los centros urbanos estuvieron rodeados por un auténtico cinturón de viñedos que, además de abastecer el consumo, constituía una fuente de riqueza para comerciantes y artesanos. A lo largo de los siglos XVI y XVII tuvo lugar un gran incremento del viñedo a costa de la superficie triguera, y para evitar excedentes, se prohibió plantar más vides en campos destinados a cereales. En el siglo XIX Navarra tuvo su esplendor vitícola como consecuencia de la crisis de la filoxera en Francia. Sin embargo, aquella situación duró poco porque la misma plaga se extendió a los viñedos navarros y sólo lograron salvarse 1.000 hectáreas. Algunos municipios tienen la parra en su heráldica local y los emblemas de la Sociedad de Amigos del País de Tudela, en sus dos versiones grabadas de 1778 y 1779, presentan hermosos racimos de uvas y la primera de ellas una parra.
Un pequeño, pero no despreciable testimonio de aquella realidad, nos lo proporcionan algunos bienes culturales de diferentes periodos. Todo lo relacionado con el vino, también las artesanías y las artes visuales, tuvieron un desarrollo destacado, puesto que las manifestaciones artísticas no son sino un reflejo del contexto histórico en el que se desarrollan, a la vez que un medio de comunicación entre los hombres.
Piezas de arte romano
Testimonios arqueológicos como la villa romana de Liédena o la de las Musas de Arellano, con las instalaciones completas de vinificación, ánforas como las de Arellano, Cascante y Cintruénigo, o las bodegas de Falces y Funes hablan del comercio y la trascendencia del vino en estas tierras. Las ánforas, por su parte, hablan del vigor de la producción, mientras que en otros lugares en los que no se exportaba vino, como la mencionada villa de las Musas, se han encontrado dolias o tinajas.
El Museo de Navarra guarda algunas señeras piezas de arte romano decoradas con racimos de uvas. Un fragmento de un mausoleo de Eslava presenta un relieve de uvas y parras, en uno de los laterales de un ara votiva procedente de Aibar encontramos un jarro y un racimo de uvas y la estela funeraria procedente de la ermita de Gastiain luce en su enmarque una sucesión de pámpanos y racimos de uvas que, como se sabe, eran propios del culto dionisiaco muy abundantes en todo el mundo romano y con profunda escatología, al considerar que el vino abría el camino del conocimiento y la felicidad eterna. El mosaico del Ramalete, perteneciente al Bajo Imperio, presenta asimismo bellísimos racimos de uvas.
El arte medieval
En numerosas obras del Románico figuran uvas, como en la portada del monasterio de Leire o en las pilastras y los ábacos de los capiteles del claustro de la catedral de Tudela. Hojas de parras y uvas se multiplican en el periodo Gótico, como muestran los capiteles y claves de la seo tudelana, aunque en donde esos motivos destacan por su significado es en la portada de Santa María la Real de Olite, obra cumbre del gótico radiante, fechable en los últimos años del siglo XIII. Su reciente restauración es un ejemplo de cómo el color era algo fundamental en este tipo de obras, muy particularmente en las del periodo gótico.
Una serie de relieves de escultura monumental de la Baja Edad Media nos muestra racimos de uvas y a vendimiadores en sus labores. A la cabeza de todos ellos, el capitel de los vendimiadores del claustro de la catedral de Pamplona, de la primera mitad del siglo XIV, ubicado en un contexto de escenas de campo, juglares, saltimbanquis, fiestas y torneos. El capitel pertenece a la panda norte y muestra una sucesión de tres momentos de la faena agrícola: un hombre agachado dejando uvas en el cesto, otro que transporta este último y un tercero que vuelca su contenido en otro recipiente. En dos claves del mismo claustro hay sendas representaciones de la poda de la viña y del trasiego del vino, correspondientes a los meses de marzo y septiembre.
Un poco más tardío es el relieve con el mismo tema de la vendimia del friso de la fachada de San Pedro de Olite que añade la figura del burro y del tercer cuarto del siglo XIV datan los capiteles figurados de la portada meridional de Ujué, en donde encontramos otra completa y exquisita representación de faenas de vendimia, con mujeres cortando racimos que introducen en mimbres y un tercer personaje, que vacía los mismos sobre los serones que otro individuo coloca sobre una caballería.
En el claustro gótico del monasterio de la Oliva también aparecen escenas de vendimia, destacando varias figuras semiescondidas tras grandes pámpanos y racimos de uvas. Asimismo, en otros ejemplos del siglo XIV como los capiteles de la iglesia del Santo Sepulcro de Estella y la portada de la parroquia de Riezu aparecen relieves con temas de la recolección de las uvas.
La imagen de Nuestra Señora de Arnotegui, tipológicamente románica pero del siglo XIII, sostiene en su mano derecha un racimo de uvas, pero al corresponder a una parte restaurada, no es posible asegurar que estuviese en la talla original o más bien se trate de un falso histórico. En la iglesia de la Magdalena de Tudela se venera un grupo escultórico tardogótico de Santa Ana con la Virgen y el Niño procedente de Amberes, que se conoce como Santa Ana la vieja y debe datar de hacia 1530, cuando la ciudad hizo el voto a Santa Ana, tras librarse la ciudad de la peste. Un gran racimo de uvas es ofrecido por la abuela al Niño que se acerca a tomar uno de los granos.
En Arróniz ha desaparecido la imagen vestidera de Nuestra Señora de las Viñas, titular de su ermita, construida en 1712, sobre el antiguo solar de un edificio medieval.
Los siglos del Renacimiento y el Barroco
El siglo XVI no posee, contra lo que cabría pensar, una presencia destacada de uvas y parras. La imagen de la Virgen de Gracia de San Pedro de Olite pertenece a aquella centuria y muestra a María ofreciendo al Niño un gran racimo. En algunos platos limosneros del Quinientos, importados de Europa, también figuran racimos tanto en decoración como en historias. Será en el siglo siguiente, cuando la presencia de las vides se propagó en proporciones nunca vistas. Así, las encontramos en las columnas salomónicas, durante la segunda mitad del siglo XVII, en un primer momento, en los sagrarios y templetes destinados a la reserva y exposición del Santísimo Sacramento, por obvios motivos de significado eucarístico. Pero muy pronto pasarían a vestir los órdenes de columnas de los retablos. Particular belleza presentan ejemplos en los que uvas, pámpanos y hojas de parra aparecen primorosamente policromadas en sus colores en torno a 1660-1690, pues a fines de siglo se comenzaron a dorar las columnas y todos los motivos decorativos, eliminando todo color y perdiendo mucho la percepción de los distintos elementos. Destacaremos un par de ejemplos sobresalientes. En primer lugar, el retablo del Yugo de Arguedas, obra de Pedro Biniés y José Serrano (1679) con policromía de Francisco de Plano (1684), para la que pidió expresamente que “columnas con campos dorados y uvas y pámpanos imitados a lo natural”. En el retablo encontramos oro limpio en gran parte de sus elementos, junto a color y labor de garfio. Así, destacan los azules y rojos en las cartelas, combinados en sus caras y enveses, más una sinfonía de distintos tonos en las brevas, granadas, alcachofas, uvas, pámpanos y hojas de parra que se distribuyen en las estructuras del retablo. Algo similar, aunque sin tanto detalle, podemos observar en el retablo mayor de las Clarisas de Estella, obra de Juan Barón Guerendiain y del dorador Juan Andrés de Armendáriz (1678). Ángeles tenantes y rodeados de pinjantes de frutos y enormes racimos de uvas aparecen en el retablo mayor de Los Arcos (1655-1677).
Numerosas piezas de ajuar litúrgico, como ostensorios, copones y cálices incorporaron vides en su repertorio ornamental, por su función eucarística. Quizás lo más espectacular sea el nudo en forma de racimo de uvas, procedente de Nuremberg, de la custodia de las Recoletas de Pamplona, obra del segundo tercio del siglo XVII. Algo similar ocurre en los bordados destinados al mismo fin, particularmente en los palios. En el de las Clarisas de Estella, obra de José Gualba (1762), figuran bellísimos racimos de uvas junto a las espigas enmarcados por rocallas.
Una santa con especial relación con el vino es Santa Ubaldesca (1136-1205)), perteneciente a la Orden de San Juan de Jerusalén (con sede en Malta desde 1530). Figura en sendos lienzos de fines del siglo XVII en Corella y Tafalla. Viste de monja con hábito de su orden con la cruz de Malta en su pecho, se acompaña de una parra y porta un recipiente, disponiéndose a bendecir su contenido, en recuerdo de un milagro por el que convirtió el agua en vino. En Tafalla debió tener gran predicamento, porque también la encontramos en el retablo de San Isidro (1734), junto a San Lamberto, patrón de los labradores aragoneses. A la postre, los tres eran protectores de cosechas y agricultores. En Corella, el retablo de Santa Ubaldesca fue costeado por su cofradía fundada en la ciudad en 1687, en el convento de la Merced. Su retablo, obra de 1689, fue realizado por Pedro Pascual y Martín de Irisarri. El lienzo de la titular, en su consabida iconografía, por basarse en una estampa, es obra de Pedro Crespo, formado en la casa-taller de Vicente Berdusán. Por aquellos mismos años, en 1686, se publicaba en Perpiñan la vida de la santa por el Padre Juan Ruiz Lumbier, proclamando a la santa en la portada de la publicación como “defensora de los campos y guerrera soberana contra la langosta, piedra y rayos”.
Sin apartarnos de la pintura, hay que recordar, por una parte, las bellísimas bandejas con uvas y frutos que encontramos en algunas pinturas, como en la Sagrada Familia con San Juanito de las Recoletas de Pamplona del siglo XVII y otra Sagrada Familia de Miguel Jacinto Meléndez de las Comendadoras de Puente la Reina (1722). Por otra, la pintura decorativa de la cúpula de la ermita de la Virgen del Soto de Caparroso, obra de Andrés Mata y Pietro Bardini (1775-1776), en la que se representa, entre otros pasajes, el de las uvas de la tierra prometida, con el gran racimo cargado por dos de los enviados por Moisés y que recuerda el texto bíblico (Números, 13:24). Los dos portadores, Josué y Caleb, según San Agustín, son el Antiguo y el Nuevo Testamento; el primero que vuelve la espalda a las uvas y no ve lo que lleva -aversa facie-, simboliza al pueblo judío que cierra los ojos a la verdad, mientras que el que va detrás y tiene la mirada fija en el místico racimo es imagen de quienes se unen a Cristo.
Los siglos del Barroco fueron de una cultura simbólica y las parras y las uvas no escaparon a aquellos juegos de ingenio y agudeza, propios del momento. De particular interés es una alegoría de la abundancia de la parroquia de Los Arcos, que junto a otras tres composiciones del mismo tipo se ubican en el crucero de la parroquia. Todas ellas nos hablan de la persona que había sido el alma de la barroquización del templo con las pinturas ilusionistas llevadas a cabo por José Bravo: don Francisco de Magallón y Beaumont, V marqués de San Adrián, alcalde de Los Arcos en 1742, hombre ilustrado convencido y con amplia cultura. Interesado en el negocio del vino por las repercusiones económicas tan fuertes para la economía de la villa, defendió con sólidos argumentos ante las Cortes de Navarra que no había ninguna necesidad de descepar el término comunal de los Arcos para arreglar los problemas surgidos con la exportación de vino, como si fuera un impedimento para la reintegración de la villa a Navarra.
Otro ejemplo de utilización simbólica y emblemática lo encontramos en la edición dieciochesca (1766) de los Anales del Padre Moret y otras obras del mismo autor que se hizo con ilustraciones. En las cabeceras de las Congresiones apologéticas figuran emblemas destinados a glosar la ardua tarea del historiador para hacer florecer la verdad, que se han de insertar en la polémica entre el Padre Moret y el Padre Larripa y otros cronistas aragoneses del momento. Para la octava congresión, el Padre Solano, jesuita encargado de la edición de 1766, eligió un emblema de Francisco Nuñez de Cepeda publicado en su Idea del buen pastor… (1682), en el que aparece un emparrado con una podadera y sarmientos en el suelo, junto a su lema en el que se lee: “Proficit iniuria” (La injuria le aprovecha). Al modelo se añadió en el ejemplo navarro, dibujado por José Lamarca, la figura del podador para que el mensaje quedase más claro y patente. El comentario del emblema se refiere al fortalecimiento en la adversidad y a la resistencia ante la calumnia, comparando los beneficios de la poda con el dolor de injurias y murmuraciones que, a la postre, son como “el hierro que cauteriza”.
No podían faltar las vides en el retrato del rey reformador Carlos III, VI de Navarra. Laureles, palmas, uvas y parras lucen en la orla del retrato del monarca conservado en el Ayuntamiento de Tudela y obra de Diego Díaz del Valle de 1797.
Siglos XIX y XX
En el siglo XIX, con sus nuevas realidades en torno a la enseñanza de las artes y particularmente la Escuela de Dibujo de Pamplona y la importancia de los estudios del natural, se produjo un interés de los pintores por los bodegones, recogiendo lo mejor de la tradición de nuestro Siglo de Oro. Los inventarios de lienzos de las casas de cierta posición en el siglo XIX muestran la presencia de bodegones, en los que los racimos de uvas tenían su protagonismo. En el siglo XX pintores como Nicolás Esparza, Javier Ciga, Muñoz Sola han dejado bien patente y con altos niveles de técnica y dominio del color, cada uno por su particular gramática formal, notables y señeros ejemplos de bodegones, algunos de ellos con uvas de distintas variedades. La fotografía tampoco permaneció ajena con sus instantáneas a la captación de uvas y sobre todo de escenas de la vendimia, como puede verse en algunos ejemplos de Fernando Galle, conservados en el Museo de Navarra.
Un capítulo interesante y por hacer es el de la presencia de las vides en fachadas y edificios de bodegas, así como en las etiquetas, papeles timbrados y propaganda de los vinos embotellados desde el siglo XIX a nuestros días en Navarra.