Gerardo Castillo Ceballos, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología
El mantra de que “hay que hacer más pedagogía”
El término “mantra” se utiliza actualmente de forma despectiva, para descalificar argumentos reiterativos e inverosímiles: “Eso es un mantra; lo repites como un mantra”.
Históricamente era una oración muy corta, de origen hindú y budista, que se utilizaba en la meditación y en el yoga. Se recitaba oralmente muchas veces seguidas hasta conseguir un objetivo. Su función principal era liberar a la mente de todo lo material para así elevar la conciencia a un plano espiritual.
Por tanto, el significado original no se corresponde con el actual; la repetición de ahora es solamente una técnica para presentar como verdadera una falacia. Göebbels afirmó que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”.
Uno de los mantras que está últimamente de moda y se repite sin pausa es una frase corta: “Hay que hacer más pedagogía”. Un partido político que fracasa en unas elecciones no suele admitir que sus propuestas han sido rechazadas por su irrelevancia; se opta, en cambio, por lamentar que la gente no las entendió, por lo que en el futuro “hay que hacer más pedagogía”.
Con ese mantra no sólo se intenta ocultar un fracaso; además se minusvalora a las personas, se descarta la autocrítica y, con ello, la mejora de las propuestas. Algunas veces se busca simplemente que el mensaje sea más seductor, aun a costa de disfrazarlo.
¿Todo ese proceso de ocultación es pedagogía o manipulación?
La manipulación tiene fines y métodos opuestos a los de la educación. Es una dictadura encubierta que instrumentaliza a las personas al servicio de lo ideológico o de lo lucrativo, impidiendo así la conducta crítica y divergente.
En contraste, la acción educativa promovida por la auténtica pedagogía (no su caricatura utilizada como coartada de ocasionales errores políticos) es un servicio de mejora personal. No pretende “moldear” al educando como lo hace el alfarero con la arcilla, ni adoctrinar; aspira, por el contrario, a liberar, a desarrollar las capacidades potenciales que posee el educando, a que sea él mismo, a que llegue a ser más y mejor, a que adquiera criterio propio y una creciente autonomía responsable.
Sorprende que los pedagogos no hayan manifestado en público (que yo sepa) su disconformidad con el significado espurio del término pedagogía y con su uso indiscriminado.
El problema de la supuesta incomprensión de los votantes se suele justificar también con otro mantra: “no hemos sabido transmitir bien el mensaje”. El objetivo no se conseguirá simplemente mejorando la técnica del mitin (anglicismo de meeting).
El mitin es un reclamo electoral informativo y persuasivo orientado a conseguir adeptos por la vía de un adoctrinamiento que apela no a la razón, sino a lo emocional. Además, no admite el debate de sus ideas. Desde sus orígenes tiene un planteamiento radical, como se observa en varias revoluciones históricas.
No basta saber informar; es esencial saber comunicar. La información se limita a la transmisión de ideas y conocimientos, mientras que la comunicación conlleva intercambio, originándose así un “feedback” por parte de cada receptor del mensaje. Por eso es clave la escucha empática y activa, que denota interés sincero por la persona que responde.
Comunicar es hacer común lo propio valiéndose del diálogo. “Toda auténtica actividad humana es diálogo: diálogo con el mundo, que es poesía; diálogo con los demás, que es amor; diálogo con Dios, que es plegaria”. (J. Lacroix, El sentido del diálogo).
La comunicación bidireccional y el diálogo surgen de un modo natural cuando existe un auténtico liderazgo. El liderazgo es un proceso de persuasión por el que un líder induce a los miembros de un grupo a perseguir voluntariamente y con entusiasmo objetivos comunes.
El liderazgo auténtico está muy relacionado con la autoridad moral. Para el pensamiento romano lo que justificaba que a determinadas personas se les otorgara las responsabilidades del mando era su vida ejemplar. La autoridad se basaba en la confianza y en el crédito que se concede a una persona cuando en ella reconocemos una superioridad moral.
Sugiero que los políticos de ahora descarten el mantra de “hacer más pedagogía” para ocuparse de algo mucho más relevante y operativo: mirarse con frecuencia en el espejo del liderazgo moral.