22/03/2022
Publicado en
Diario de Avisos
Luis Herrera Mesa |
Catedrático emérito de la Universidad de Navarra
Uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible es garantizar la disponibilidad de agua, su gestión sostenible y el uso de las técnicas más adecuadas para el saneamiento según la importancia de los núcleos de población. En mi último libro sobre “Ecología, cambio climático y sexta extinción” (McGraw Hill 2021) indico que «la gestión del agua es un aspecto prioritario para el desarrollo integral de la sociedad, la agricultura, la industria, etc.
A nivel regional es necesario adoptar esquemas de manejo integral de los planes de cuenca, o planes hidrológicos en las islas, que permitan recuperar y administrar el ciclo natural del agua;….es fundamental establecer esquemas para su aprovechamiento sostenible, diversificar las fuentes, reducir y minimizar las descargas contaminantes, y depurar y reciclar el agua como un producto más de la economía circular».
Es lo que he venido en llamar, aplicar un sistema de gestión del agua basado en tres “R”: Reducir el consumo en todos los usos consuntivos, agrícola, doméstico, industrial, recreativo, etc.; depurar y Regenerar el agua; y Reutilizar las aguas regeneradas para determinados usos agrícolas, riego de parques y jardines, riego de campos de ganadería extensiva, riego de campos de golf, etc. En definitiva, reducir el consumo de agua en todos los sectores, como una de las medidas encaminadas a mitigar el cambio climático. La mejora de la eficiencia del uso del agua constituye una medida clave que puede contribuir a reducir el estrés general por falta de agua en una región, -especialmente en una región acotada como un sistema insular en el que no hay opción de trasvase-, siempre que esto conlleve también una reducción paralela de la extracción de agua.
Incrementar la eficiencia del uso del agua a lo largo del tiempo significa usar menos agua para obtener la misma producción, desvinculando así el crecimiento económico del uso del agua en los principales sectores que utilizan este recurso. La agricultura suele tener una eficiencia del uso del agua mucho menor que otros sectores productivos, lo cual quiere decir que, normalmente, la estructura económica de un país está en gran medida afectada por el uso eficiente del agua. Por tanto, el incremento de la productividad del agua en la agricultura constituye una intervención fundamental para mejorar la eficiencia del uso de los recursos hídricos, especialmente en los países dependientes de la agricultura. La agricultura y la ganadería representan aproximadamente el 70 % del consumo de agua. Por eso, uno de los grandes desafíos de las sociedades más avanzadas es cómo aumentar la producción de alimentos con un menor consumo de agua.
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) trabaja con diferentes países para asegurar que el uso del agua en la agricultura sea más eficiente, productivo y respetuoso con el medio ambiente. Esto implica producir más alimentos utilizando menos agua, construir sistemas de producción agrícola para hacer frente a las inundaciones y las sequías, y aplicar tecnologías de agua que protejan el medio ambiente. Una de las amenazas más graves para el desarrollo sostenible es el estrés hídrico. La extracción de una cantidad excesiva de agua dulce procedente de fuentes naturales en comparación con los recursos de agua dulce disponibles, puede tener consecuencias devastadoras para el medio ambiente, como son los ríos secos, los acuíferos sobreexplotados (PN de Doñana), y la intrusión salina en los sistemas costeros.
En los países del sur de Europa, España es uno de los países que sufre con mayor crudeza el estrés hídrico (World Resources Institute) debido a que consume más agua por habitante y día en cuanto a uso doméstico, y además, esta demanda ha venido aumentando debido al desarrollo económico, la expansión urbana, el turismo y la agricultura. Aproximadamente la mitad de la población española, unos 22 millones, padece estrés hídrico. Por otra parte se da la paradoja de que España es de los primeros países europeos con el mayor número de pérdidas en su red de distribución. Los Países Bajos, sin padecer escasez hídrica, presenta un volumen de fugas de agua del 5%, que se considera el mínimo técnico admisible, Alemania cuenta con unas pérdidas del 7%, y Austria del 9%.
En España, las pérdidas reales de agua en las redes públicas de abastecimiento urbano por fugas, roturas y averías se estimaron en 678 Hectómetros cúbicos, lo que supuso el 15,7% del total de agua suministrada a dichas redes (Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente). A la cabeza de las comunidades autónomas según volumen de pérdida de agua se encuentra Cantabria y Extremadura, con fugas de 39,2% y 37,8% -respectivamente- del agua distribuida (INE). Las diferentes administraciones en el ámbito de sus competencias tienen un reto importante en la gestión del agua como un recurso básico sostenible tanto en las políticas agrícolas como en el cuidado y vigilancia operativa de las redes de distribución en el medio rural y urbano.