Jorge Latorre , Profesor de la Facultad de Comunicación, Universidad de Navarra
¿Dónde está la hipocresía?
Es tal la lluvia de noticias sobre pedofilia entre los eclesiásticos que da la sensación que toda la Iglesia católica está igual de corrompida que una minoría de curas infieles. En concreto, en los Estados Unidos, donde ya están publicados todos los datos, han sido condenados 54 eclesiásticos, de un total de casi 200 denuncias y 104.000 sacerdotes. Pero a diferencia de aquella campaña, que tantos beneficios trajo a la Iglesia americana, pues sirvió para corregir esos problemas internos, la muy bien orquestada campaña actual utiliza los datos sacados de contexto para acusar al propio Pontífice de ocultamiento de casos de abusos a menores cuando era Prefecto de la Fe; o al menos de negligencia en el castigo a los culpables. No se dice que sólo recientemente, y por decisión del propio Benedicto XVI, ya como Papa, se han modificado las leyes que permiten castigar estos delitos con la contundencia que merecen. Las leyes siguen a las costumbres; sirva como ejemplo el de las leyes recientes para perseguir con contundencia la violencia de género.
Es injusto acusar a la Iglesia de hacer lo contrario de lo que siempre ha defendido de modo inequívoco: la protección del más débil frente a todo tipo de abusos. Hay una frase evangélica que toca el meollo de este tema: «Quien escandalice a uno de estos pequeños, más le vale ponerse al cuello una piedra de molino y arrojarse al mar»; una hipérbole que no hay que interpretar al pie de la letra, pero con la que Cristo quiere subrayar la gravedad de todo escándalo con menores. Es cierto que la Iglesia no ha excluido nunca a nadie, salvo al que se cree impecable. Cristo mismo intentó salvar a Judas varias veces antes de que este se abandonara a la desesperación. Pero la existencia de un Judas no anula los méritos del resto de los apóstoles, y es por la fidelidad de muchos, y no por la infidelidad de pocos, por lo que ese mensaje sigue resonando hoy.
Por eso llama la atención que los que más se rasgan las vestiduras en estos momentos contra la Iglesia son los mismos que defienden a todo tipo de 'Judas' dentro de la Iglesia; y en lo que al tema de la pederastia respecta, utilizan un doble rasero, pues hacen gala de la promoción temprana del sexo con todo tipo de programas sociales y con leyes inequívocas al respecto. El que las menores puedan abortar sin permiso de sus padres, entre otras cosas, es una puerta abierta a la pederastia, como saben bien en USA: según recientes estadísticas, gran parte de adolescentes que abortan en secreto han sido conducidas a ello por sus amantes adultos. Y la adopción de niños por parejas homosexuales (conocidas por su efímera estabilidad: las estadísticas también son muy claras al respecto) es otro paso firme en esta dirección. Mientras contribuyen a la destrucción sistemática del único modelo de familia verdaderamente estable, considerada despectivamente 'tradicional' y aburrida, acusan a la Iglesia de ser hipócrita por no vivir el mensaje que predica.
Los manipuladores deberían tener muy presente que la acusación de hipocresía se vuelve fácilmente contra los que la lanzan. Aunque es cierto que para ver los frutos de estas leyes tendremos que esperar 20 años, los mismos que tienen muchos de los hechos de las denuncias a los eclesiásticos que son ahora sacadas de contexto. Retomando al caso de América, pues ya está cerrado, más del 90 % de los condenados son clérigos homosexuales a los que se ordenó en Los Ángeles y Boston contraviniendo las normas claras de la Santa Sede al respecto. Era una época confusa de 'liberación' sexual que afectó también a algunos eclesiásticos, a los que apoyaron -contra la Santa Sede- muchos medios que ahora promueven la campaña contra el Papa. Todos silencian este dato de la homosexualidad, quizás porque parecería una actitud hipócrita; y también por miedo a ser acusados de homofobia, como le ha pasado al cardenal Bertone (que tiene toda la información, con estadísticas muy claras al respecto).
Por supuesto, no es un problema de homosexualidad tan sólo, aunque en la Iglesia americana haya tenido especial importancia este aspecto, por darse en la convivencia de los seminarios y colegios de religiosos masculinos. Junto a esos 54 casos de eclesiásticos, hubo más de 6.000 condenas de abusos a menores en institutos públicos; y la mayor parte de los abusos a menores (varios cientos de miles de denuncias en USA en el mismo periodo) tienen lugar en el seno de familias desestructuradas.
La revolución sexual del 68 no fracasó, según pretenden algunos de manera frívola y voluntarista. Penetró en todos los ámbitos sociales, también en los ambientes religiosos. El Papa está poniendo límites a estos excesos, y por eso se ha convertido en diana de la hipocresía de los mismos instigadores de la revolución sexual. No es preciso citar nombres, lo dejo en manos de la prudencia del lector. En todo caso, son tantas las incoherencias de fondo en los ataques a la Iglesia que no queda ninguna duda, al menos para el que busca ir más allá del morbo del tema y del ruido mediático, que la campaña actual no persigue tanto esclarecer la verdad (que a todo católico preocupa) como desprestigiar a la institución en su conjunto, y en concreto al celibato. Una pena, pues los misioneros perdidos por todo el mundo notarán los efectos de esas críticas cuando dejen de llegarles ayudas, y ver desprecio como respuesta a su disponibilidad -célibe significa libre de ataduras- y desinteresada entrega a los demás. Saldrán adelante a pesar de todo, lo han hecho ya otras muchas veces en contextos históricos parecidos, siguiendo el ejemplo de Cristo. Pero son humanos, y tienen derecho a lamentar tanta hipocresía.