Alejandro Navas, Profesor de Sociología de la Universidad de Navarra
¿Existe un derecho a la salud?
Las aguas de la Sanidad bajan revueltas, como nuestros ríos después de uno de los inviernos más lluviosos de los que guardamos datos. La crisis, que se veía venir, muestra algunas de las paradojas propias del Estado del bienestar. En 1946, en un clima de optimismo al término de la Segunda Guerra Mundial, la OMS se atreve a definir la salud como estado de completo bienestar fisico, psíquico y social, y no la simple ausencia de enfermedad. Se trata de algo imposible de alcanzar en este mundo. Lamentablemente, la sensatez no ha rozado al Gobierno español, que en la Ley Orgánica 2/2010, de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo, (artículo 2), sigue apostando por la definición inicial de la OMS. Al Estado del bienestar se le suma la lógica democrática: los candidatos en campaña prometen, y la ciudadanía exige.
En tiempos de bonanza económica el crecimiento del sector sanitario parecía asumible, y todos ganaban. Pero han vuelto las vacas flacas y no hay dinero. La partida sanitaria, la más voluminosa del presupuesto, tiene que someterse a una ruda cura de adelgazamiento. Resulta inevitable recortar prestaciones, y las naciones punteras en el desarrollo de una Sanidad pública y gratuita dan ejemplo: Inglaterra, Suecia, Nueva Zelanda. La crisis ha llegado a nuestro país, y se plantea de modo dramático: copago, externalización de servicios, privatización de la gestión, cierre de hospitales, impago a los proveedores, etcétera. A la vez, pienso que esta coyuntura brinda una oportunidad inmejorable para replantearse algunas cuestiones de fondo que apenas se mencionan en los debates al uso. Uno de los efectos positivos de toda crisis es que una buena dosis de realismo siempre sienta bien a todos.
La medicina occidental conquistó en el siglo XX éxitos espectaculares, que se traducen en un mejoramiento radical de nuestras condiciones de vida. Ha cambiado el modo en que afrontamos la vida y la muerte. Dejamos de sentirnos juguetes inermes en manos de un destino caprichoso, como condenados a muerte a los que se les prorroga cada día la ejecución de la sentencia, y pasamos a considerarnos dueños de nuestra existencia. Las utopías políticas, infladas por la idea de progreso, nos prometen el paraíso en la tierra: la ciencia es poder, y nos va a facilitar el control. Pero las patologías siguen ahí, asociadas ahora a estilos de vida insanos: sedentarismo, comida basura, obesidades, tabaquismo, alcohol, drogadicciones, sexo...
Habría que recuperar algunos principios de sentido común, que ayudarían a centrar el debate sanitario. Me apunto a la formulación del British Medical Journal: La muerte, la enfermedad y el sufrimiento son parte de la vida. La Medicina tiene una capacidad limitada, de modo especial para resolver los problemas sociales, y su práctica es arriesgada. Los médicos no lo saben todo: necesitan ayuda para tomar decisiones y apoyo psicológico. Pacientes y médicos están en la misma barca. Los pacientes no pueden trasladar sus problemas a los médicos. Los médicos deben reconocer sus limitaciones. Los políticos deben abstenerse de promesas extravagantes y concentrarse en la realidad.