22/04/2021
Publicado en
El Diario Vasco
Gustavo Pego |
Director de Iniciativas Emprendedoras de la Universidad
Durante el último año, la vida nos ha brindado una nueva oportunidad para reordenar nuestras prioridades como personas y como sociedad. Hemos ganado consciencia de nuestra debilidad, de que no somos dueños de nada y de que dominamos el mundo mucho menos de lo que creíamos. Muchos hemos mirado, con más admiración si cabe, a la ciencia y a la industria. Y también hemos percibido con desasosiego la carencia de capacidad de gestión en circunstancias complejas con alta incertidumbre (con características VUCA: Volatility, Uncertainty, Complexity y Ambiguity), así como las limitaciones en nuestra capacidad de trabajo en equipo con personas de diferentes perfiles y niveles profesionales y de responsabilidad. Ahora más que nunca parece imprescindible apostar intensamente por una robusta formación y capacitación profesional. El pasado viernes celebramos el día mundial del emprendimiento, una excusa perfecta para agradecer y hacer valer el enorme esfuerzo de empresarios, emprendedores e inversores que cada día se enfrentan a la toma de decisiones valientes y arriesgadas, asumiendo riesgos y generando oportunidades.
Respecto a los inversores, es importante resaltar que una parte importante de la financiación que soporta a la actividad emprendedora, especialmente en las etapas de mayor riesgo, proviene del ámbito público. Por ejemplo, sólo el programa europeo SME Instrument del Horizonte 2020 estaba dotado con 2.700 millones de euros. En su mayoría se destinaron a financiar start ups cuya propuesta de valor estaba apoyada en know how generado en Universidades, Centros Tecnológicos o Institutos de Investigación que, a su vez, financian sustancialmente su actividad investigadora con dinero público. Además, según el Tribunal de Cuentas Europeo, la participación de los fondos públicos en los fondos de capital riesgo europeos en el trienio 2016-18 fue de 5.900 millones de euros. Esto es una pequeña muestra de cómo los ciudadanos acompañamos, en la distancia e indirectamente, a los emprendimientos que florecen en nuestro entorno. Muchos de los que acompañamos más de cerca a los emprendedores tenemos una perspectiva diferente a la de estos. No vivimos ni padecemos el día a día de modo tan real como ellos, pero lo vemos muy de cerca, sufriendo casi como si fuésemos copilotos de sus proyectos.
Uno de los copilotos más famosos del automovilismo fue Luis Moya: cantarín de curvas y velocidades con meloso acento. En 1998, el memorable Moya acompañaba a Carlos Sainz en aquella fatídica última prueba del Rallye de Inglaterra, cuando 500 metros antes de la meta se paraba el coche de quien iba a proclamarse campeón del mundo -«Carlos, ¡arráncalo, por Dios!»-. Una biela defectuosa (que suponía un 0,15% en términos de coste del coche), había truncado aquel mundial para el que es considerado el mejor piloto español de rallyes de la historia. ¡Una biela defectuosa! La biela es un elemento básico para convertir el movimiento longitudinal del pistón en un giro de cigüeñal. Un elemento robusto, muy estudiado, muy conocido, que excepcionalmente se rompe, pues se sabe de su esencialidad. Aquello fue un accidente que no se repitió y que difícilmente se podía prever.
Sin embargo, en el proceso emprendedor ¿Cuántas veces se cometen los mismos errores? ¿Cuántos se pueden prever y anticipar? ¿Cuántas veces hemos visto actitudes confiadas frente a un evidente desconocimiento del mercado o un equipo emprendedor desequilibrado? ¿O una mala previsión de la tesorería y/o excesivos costes fijos? ¿O un excesivo optimismo en la estimación de los ingresos? ¿O simplemente creer que la clave es la tecnología y que ésta se vende sola?
Cabría preguntarse también si se podrían reducir estos reiterados errores si se introdujese el rigor de las metodologías y procedimientos aplicados similares a los de los sectores del automovilismo o el aeronáutico, entre otros.
En la aviación comercial, los programas de mantenimiento, los procedimientos y check lists se llevan a cabo como si cada día fuese el primero, teniendo en cuenta siempre el aprendizaje generado a partir de los errores y accidentes previos sucedidos. Porque nos va la vida en ello. Porque un fallo puede ser una tragedia. Y ¿acaso no nos va la vida en la innovación y el emprendimiento?
Ojalá que, igual que la consciencia de riesgo ha hecho que el transporte aéreo sea el más seguro, la consciencia de que nuestro futuro se soportará en la innovación y el emprendimiento haga que el proceso emprendedor sea cada vez más eficiente en rendimiento de la inversión y en generación de la actividad económica.