Gerardo Castillo Ceballos, Facultad de Educación y Psicología
Por qué algunos adolescentes “pasan” del covid-19
La actitud ante la amenaza del coronavirus difiere mucho según la edad de las personas. En las mayores es de incertidumbre, miedo y cautela, debido a que son más conscientes del peligro. En consecuencia, se sacrifican cumpliendo los protocolos y confinándose en casa cuando es necesario.
En cambio, algunos adolescentes “pasan” del tema. Siguen haciendo la vida de siempre. Alegan (aunque no es su único argumento) que por su edad (entre 12 y 16 años) no son vulnerables. Ciertos padres piensan lo mismo, por lo que no les piden prudencia. Por ello, me parece muy oportuno mencionar un comunicado reciente de la Organización Mundial de la Salud (O.M.S.) en el que advierte a adolescentes y jóvenes que “no son invencibles”. Añade que “no están exentos de contraer el nuevo coronavirus y padecer con severidad la neumonía que provoca la covid-19”. (21-3-2020).
Si visitamos algunos lugares de ocio de los adolescentes veremos que, en algunos casos, permanecen muchas horas a cara descubierta y sin guardar la distancia aconsejada por los expertos. Peor todavía: como yo mismo he presenciado más de una vez, algunos se abrazan entre sí en la calle de forma exagerada y aparentemente divertida, en claro desafío a la pandemia. Parece que necesitan espectadores para su “espectáculo”.
Supongo que a medida que el contagio afecte más a los adolescentes (ya está ocurriendo en todas las comunidades autónomas de España) no “pasarán” tanto del protocolo. Veamos una de las noticias que últimamente se repite más. “Las autoridades sanitarias de Cataluña están preocupadas por el incremento de contagios de covid-19 detectado en las últimas semanas en adolescentes y jóvenes, que el director general de Profesionales de Salud, Marc Ramentol, ha atribuido a “su forma de socializarse, más cercana entre ellos”. Añadió que desde finales de mayo están detectando “un incremento de casos entre jóvenes y adolescentes, de entre 15 a 29 años, y que es un elemento de especial preocupación, porque la tendencia va al alza”.
Las actitudes imprudentes ante la pandemia están muy relacionadas con las características y costumbres de los adolescentes afectados por el posmodernismo. Se trata de una cultura decadente que está provocando en las personas de todas las edades un “nuevo individualismo” que sólo se atiene a la ley del deseo, lo que, a su vez, deriva en la pérdida de convicciones y en el conformismo.
En “El imperio de lo efímero” Lipovetsky describe al hombre actual como un narciso individualista y hedonista preocupado solamente por disfrutar del momento inmediato. Al adoptar ese estilo de vida, algunos adolescentes son movidos mucho más por lo emotivo que por lo racional. Aman el riesgo, sea con la temeraria velocidad en una moto, haciéndose un selfie al borde de un abismo, apostando dinero de forma compulsiva en los juegos de azar o yendo sin mascarilla en plena pandemia. Buscan la “hazaña” con posturas desafiantes, como medio para impresionar a quienes lo presencian, y así autoafirmar una personalidad insegura.
Los padres de estos adolescentes tienen una importante y difícil tarea educativa. Deben intentar que sus hijos vean que la lucha contra la pandemia requiere la colaboración de todos.
En segundo lugar, los padres no pueden limitarse a “culpar al empedrado” (el ambiente). De ellos se espera ahora que eduquen a sus hijos tanto de puertas hacia adentro, como de puertas hacia afuera. Los hijos necesitan aprender a detectar pseudovalores ligados a cierta publicidad y a ciertas modas y a actuar con criterio propio, creando su propio ambiente con verdaderos amigos.
Convivir 24 horas con los hijos cuando el colegio está cerrado debido a un confinamiento, es agobiante para todos, pero mucho más para los adolescentes, porque no pueden soportar estar tanto tiempo separados de sus amigos.
El problema es menor si ese confinamiento se ve como una oportunidad para fomentar hábitos saludables. Es el momento de establecer planes de lectura por edades y juegos en familia, como, por ejemplo, el monopoly. Si, por el contrario, los hijos están desocupados, se aburren y piden a todas horas ver la televisión, usar el móvil y entrar en las series de videojuegos.
Todo esto exige a los padres ampliar sus roles familiares: cuidadores, profesores, compañeros de juegos, etc. Lo que en principio se veía como una tragedia, puede ser una experiencia enriquecedora para todos: más vida familiar, más creatividad, más resiliencia, más cultura familiar, más desarrollo de valores, como la solidaridad y el civismo.