Esperanza Marrodán Ciordia, Dra. Arquitecta, Profesora asociada de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra
Smart cities: La tecnología en la ciudad
José Fariña Tojo, catedrático de Urbanismo y Ordenación del Territorio de la Universidad Politécnica de Madrid, publicaba hace unos meses en su excelente blog un post titulado "Smart Cities, los inventos del TBO". En él hacía una interesante reflexión sobre el concepto de la Smart City -el tema de la Semana de la Ciencia 2012, que se celebra estos días- en comparación con aquellos disparatados inventos del semanario de historietas cómicas. Hace tan sólo dos semanas, José Miguel Iribas, sociólogo especializado en temas urbanos, hablaba también críticamente de este nuevo paradigma en una conferencia impartida en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra bajo el título "Espacio público / Espacio Ciudadano".
Urbanista y sociólogo se plantean la misma pregunta: ¿realmente es este fenómeno la solución a los problemas reales de nuestras ciudades?
Desde hace unos años, el término Smart City llena páginas de revistas especializadas de ingeniería, domótica, telecomunicaciones, economía, urbanismo y arquitectura, y se oferta como la solución que mejorará definitivamente nuestra vida en la ciudad. Aunque en su definición tratan de englobarse conceptos como sostenibilidad, eficiencia energética, o calidad de vida, la idea consiste esencialmente en la integración de nuevas tecnologías de información y comunicación (TIC) en los servicios de una ciudad, de manera que pueda realizarse una gestión eficiente orientada a facilitar la vida del ciudadano.
En pleno siglo XXI, rodeados de avances tecnológicos, resulta absurdo pensar que no debamos aplicarlos a la ciudad. De hecho, gracias a esa incorporación progresiva, actualmente podemos saber en tiempo real cuándo llega el próximo autobús o qué nivel de CO2 estamos generando con nuestras actividades, podemos controlar el tráfico, captar energía solar usando el mobiliario urbano, informar al usuario de la disponibilidad de aparcamiento, controlar el espacio público con cámaras y dispositivos, utilizar el smartphone para planificar nuestros movimientos en la ciudad, etc.
¿Pero ayudan a paliar estas novedades tecnológicas los problemas que hemos ido generando sistemáticamente con el planeamiento de los últimos 40 años?
Era 1961 cuando la activista americana Jane Jacobs denunciaba en su libro Vida y muerte de las grandes ciudades americanas los problemas de deshumanización y falta de vitalidad que generaba el modelo de crecimiento urbano disperso que se estaba aplicando en las ciudades americanas. Hablaba de los condominios de viviendas, "auténticas maravillas de monotonía y regimentalización", de los grandes centros comerciales y de las autopistas "que destripaban las grandes ciudades". Su texto –escribía– era una denuncia "para no cometer los mismos errores en la futuras planificaciones urbanas".
Haciendo caso omiso, muchas ciudades europeas entre las que las españolas no son una excepción, se empeñaron en importar ese modelo de baja o media densidad configurando las periferias con crecimientos urbanos sin carácter, iguales unos a otros, llenos de espacios públicos excesivos y sin más uso que el residencial. Como complemento, aparecieron los grandes centros comerciales que aglutinaron las demandas de comercio y ocio, y el coche siguió dominando la escena de todos nuestros desplazamientos.
A partir de los 90 empezaron a oírse las primeras voces de denuncia. Con un discurso crítico y coherente, personajes como Salvador Rueda o el mismo Fariña Tojo alertaban de lo insostenible de este modelo de planeamiento. Sin embargo, conforme han ido pasando los años, la palabra "sostenibilidad" se ha convertido en la muletilla de los discursos sobre cualquier cosa. Y bajo el título de ciudades sostenibles, o energéticamente eficientes, se han hecho auténticas tropelías urbanas.
Por eso es momento de preguntarnos, al igual que Fariña e Iribas, ¿ciertamente es la idea de Smart City la solución, o nuevamente es un eslogan que oculta otros intereses? ¿Puede terminar con la monotonía y el anonimato de los nuevos barrios periféricos? ¿Puede paliar la frialdad de los inmensos espacios públicos que los caracterizan? ¿Puede acabar con su falta de vitalidad originada por la carencia de complejidad y mezcla de usos? ¿Puede dotarlos de mayor densidad? ¿Puede evitar que los desplazamientos sigan haciéndose casi exclusivamente en vehículo privado? ¿Puede devolver la vitalidad a nuestros centros urbanos desplazada ahora a los grandes centros comerciales? ¿Puede favorecer la relación entre los vecinos y la cohesión social?
En definitiva, ¿pueden las aplicaciones informáticas hacer que nuestras ciudades vuelvan a ser paseables, vitales, efervescentes?
Si bien es cierto que las nuevas tecnologías nos facilitan aspectos de la vida en la ciudad actual, en sí mismas no son la solución. Son una herramienta, pero no deben ser el paradigma en el que fundamentar nuestra idea de ciudad. No podemos olvidar que la ciudad es y será el escenario en el que el hombre vive y se desarrolla en sociedad. Los arquitectos y urbanistas estamos entonces obligados a pensar primero en cómo devolver la ciudad al ciudadano, en cómo paliar la multitud de problemas derivados de años de planeamiento deshumanizado. Y solo después, sobre un escenario adecuado, incorporar la tecnología para hacer que nuestra vida en la ciudad sea más fácil.